Calle Larios

Para recuperar el Centro de Málaga

  • ¿Y si, en vez de mantener una explotación alimentada únicamente a base de conflictos, se pusieran en marcha soluciones para un equilibrio sostenible entre la habitabilidad y el turismo?

En el Centro hay opciones para los que vienen de paso y para los que se quedan: todo es ponerse.

En el Centro hay opciones para los que vienen de paso y para los que se quedan: todo es ponerse. / Javier Albiñana (Málaga)

En los últimos días he tenido la oportunidad de conversar con diversas personas que vivieron durante algún tiempo en el Centro de Málaga pero terminaron marchándose a otros barrios e, incluso, a otras ciudades. La mayor parte de estas personas eran conocidas, aunque algunas otras, como el joven con el que coincidí hace unos días mientras sacábamos de paseo a nuestros perros y que en nuestra conversación fugaz tuvo tiempo de contarme que llevaba apenas un par de meses en la Victoria, no lo eran en absoluto. Puesta sobre la mesa la cuestión respecto a las razones por las que todos ellos se fueron del Centro, las respuestas son, más o menos coincidentes y apuntan al ruido, la imposibilidad de descansar no ya los fines de semana, sino prácticamente cualquier día del año, y otras incomodidades relativas a festividades populares, la falta de plazas de aparcamiento, la suciedad y también la inseguridad (sí, hay vecinos del Centro que no se sienten a salvo caminando por sus calles a partir de ciertas horas, una consecuencia directa de un modelo de ocio asociado al alcohol). En todos ellos, sin embargo, he podido percibir una mezcla de emociones, entre el alivio por haber dejado el Centro y haber encontrado otro lugar más favorable al descanso, con menos ruidos y menos sorpresas desagradables; y cierta nostalgia por haber dejado atrás un espacio vital que amaban, en el que han compartido experiencias inolvidables y en el que han podido disfrutar de Málaga de una manera muy especial. Curiosamente, cuento también con amigos y compañeros que acaban de hacer el viaje contrario; es decir, se han instalado en el Centro desde otros barrios y desde otra ciudades y sus primeras impresiones van justamente en la misma dirección. Yo nunca he vivido en el Centro y, la verdad, nunca lo he echado de menos, quizá hasta cierto punto. Pero sí vivo en un barrio muy cercano que, de alguna forma, experimenta ahora la asimilación por parte del Centro a base de apartamentos turísticos, futuras instalaciones hoteleras de alto nivel ya anunciadas, precios inasumibles de los alquileres y los consabidos efectos de la gentrificación. En cualquier caso, el Centro de Málaga, con su idiosincrasia, sus paradojas, su conexión inmediata con el Puerto, su patrimonio y su memoria, aun mantenida a duras penas, es uno de mis entornos favoritos. Sucede, además, que el Centro es un barrio: es decir, los vecinos que viven aquí tejen sus propias relaciones, liturgias y mecanismos de convivencia, siempre en adaptación a las particulares circunstancias del enclave. Y sí, todos los que han habitado sus calles coinciden en referirse al sitio con una añoranza teñida de cierta impresión de derrota.

Resultaría oportuno hablar al fin del Centro como una oportunidad, no como un problema

Hace una semana, una sentencia daba la razón a los vecinos por el caso concreto de la Plaza Mitjana y que consideraba insuficiente la actuación y la actitud del Ayuntamiento a la hora de paliar el ruido nocturno, con expresiones contundentes que han trascendido el contexto malagueño dado que el problema es común y generalizado en la mayor parte de las ciudades. Conviene subrayar, por si acaso, que la progresiva destrucción del centro como espacio habitable, con la consecuente pérdida de población, no es un drama sobrevenido, ni siquiera una consecuencia del crecimiento turístico de Málaga, sino un objetivo perseguido desde hace ya varias décadas, de manera lenta pero a la vez firme. Las sucesivas definiciones del Centro como espacio vacío, foco de delincuencia y marginalidad, sambódromo para nativos y visitantes poco exigentes, parque temático adscrito a las más diversas tendencias y, también, santuario cultural para amantes del arte llegados en cruceros, han contribuido a forjar en la ciudad la idea de que la consideración vecinal del Centro es no ya prescindible, sino indeseable. Seguramente debemos Juan Cassá, tal vez el protagonista más grotesco y a la vez revelador de este relato, la expresión más honesta de estas intenciones cuando manifestó su deseo de hacer de Málaga una city financiera con un Centro reservado a oficinas en el que no viviera nadie. Aunque sin afirmaciones tan claras, la política municipal ha ido justo en este sentido. Así que la sentencia no hace más que llamar por su nombre a lo que la historia y la realidad han mostrado.

Sin embargo, por encima de litigios y agravios, resultaría oportuno dejar de hablar al fin del Centro como un problema para asumirlo como una oportunidad: Málaga dispone de un entorno fabuloso, sensible y cargado de signos, para poner en marcha soluciones urbanas capaces de garantizar el bienestar vecinal y el atractivo turístico, en virtud de un equilibrio sostenible, racional, respetuoso y, sí, rentable en términos económicos. Si la ciudad acuñara un modelo capaz de dotar de un nuevo sentido a sus espacios públicos y a las áreas de convivencia, ganaría de inmediato la atención de toda Europa. Lo que no nos lleva a ninguna parte, me temo, es esta explotación ciega alimentada a base de conflicto. La sostenibilidad no es una marca, sino una acción. Así que se trata de ponerse en marcha. La pregunta es: ¿por qué no?

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