El jardín de los monos

Por el país de los cátaros XIV: El papel de la Iglesia (II), la Inquisición

Villafranche de Rouergue.

Villafranche de Rouergue. / Luis Machuca

Las órdenes mendicantes recibieron dicho nombre porque vivían de pedir limosna. Las dos más importantes fueron la franciscana y la dominica, ambas nacidas del mismo tronco y con las mismas prácticas. Curiosamente, la orden franciscana fue fundada por San Francisco de Asís el mismo año que se inició la cruzada cátara, en 1209. Aún habiéndose dividido en otras varias órdenes, derivadas de distintas interpretaciones de las normas del Santo, la franciscana sigue siendo una de las más importantes, contando en su nómina con una gran cantidad de santos, teólogos y relevantes científicos. Entre éstos últimos podríamos citar a Bacon, Guillermo de Ockham o Luca Pacioli. Paralelamente a ella nació la Orden de los Predicadores, conocida como los Dominicos por ser su fundador Domingo de Guzmán, un burgalés clérigo de la Catedral de Osma que la fundó en Toulouse en plena cruzada cátara.

El caso de Santo Domingo es curioso. Era un hombre con una gran formación teológica y le encargaron predicar por el Languedoc en un intento de reconducir al orden católico el movimiento herético. Siempre confió en el poder de la palabra y no estuvo de acuerdo con el uso de la fuerza. Sin embargo, ante la resistencia de los seguidores cátaros a cambiar de rumbo en sus creencias, les advirtió del uso de las armas. Sus palabras se interpretaron como una amenaza más que como lo que era, una advertencia de lo que iba a suceder, con lo que le cayó el sambenito de ser uno de los impulsores de la cruzada.Domingo, en un sermón pronunciado en Prouille dijo: “Durante varios años os he dirigido palabras de paz. Os he aconsejado; os he implorado con lágrimas. Pero como dice un conocido refrán en España, si no es por las buenas será por las malas. Ahora levantaremos a príncipes y prelados contra vosotros, y ellos, ¡ay!, a su vez reunirán naciones y pueblos enteros, y muchos moriréis por la espada. Caerán las torres y las murallas serán reducidas a escombros, y todos vosotros seréis reducidos a la servidumbre. Así, prevalecerá la fuerza donde la amable persuasión ha fracasado.

La verdad es que los dominicos nunca fueron partidarios de la violencia, pero quizá esa fama les pueda venir, aparte del sermón de Santo Domingo, por el hecho de que el Papa les encargase dirigir la Inquisición. En realidad eran monjes pacíficos que practicaban la pobreza, vivían cerca del pueblo y tenían una gran formación teológica. De hecho tuvieron una gran importancia en el desarrollo de la Escolástica para lo que contaron entre sus miembros, nada más y nada menos, con Santo Tomás de Aquino o San Alberto Magno. Posiblemente, por eso, les fue encargada la misión de la Santa Inquisición.

La Inquisición nació en el siglo XII con el nombre de Inquisición episcopal porque dependía de los obispos de cada diócesis. Pero ya entrado el siglo XIII, cuando la Iglesia se percató del importante avance de la herejía cátara en el Languedoc, se crea la Inquisición pontificia o Inquisición papal que pasó a estar en manos de los dominicos dependiendo directamente del Papa. Esta institución era la encargada de descubrir y juzgar el pecado herético. Como, en principio, la Iglesia era contraria al uso de la violencia, la represión estaba encargada a las autoridades civiles. Fueron éstas las que enviaron a la hoguera a los primeros cátaros. Pero poco a poco, conscientes del peligro que suponía la expansión de la herejía entre sus feligreses, fue ampliando su marco de decisión y comenzó a permitir el uso de la extorsión, la tortura y hasta la condena a muerte; pero eso sí, para tranquilizar su conciencia los verdugos tenían que ser civiles. Realmente no fue la cruzada la que acabó con la herejía, fue la Inquisición la que se encargó de ir exterminando a herejes y simpatizantes durante todo un siglo después de haberse finalizado la guerra.

La forma de actuar de los inquisidores seguía siempre el mismo patrón. Cuando llegaban a una ciudad hacían una llamada de colaboración a las autoridades civiles y si no la atendían caían bajo la pena de excomunión. Después hacían un llamamiento a la población para la delación de cualquier vecino sospechoso. Al delatado se le conminaba a presentarse voluntariamente y declarar ante el tribunal. Éste podía excomulgarlo o condenarlo a pagar una multa. Si no se presentaba por propia voluntad, se le declaraba en busca y captura. Una vez capturado, era llevado a juicio y se le exponía el delito del que era acusado, pero sin mostrarle las pruebas y sin darle a conocer la identidad del delator. El acusado podía defenderse y, si se declaraba culpable y mostraba arrepentimiento, el juez podía prometerle el perdón. Si no era así estaba permitida la tortura. La Iglesia abrió la veda a ésta práctica a partir del año 1243.

Las penas inquisitoriales podían ir desde la excomunión, que era lo de menos para el acusado, hasta determinadas penitencias, la humillación pública, la imposición de fuertes multas, la confiscación de bienes y hasta la pena de muerte. Ésta siempre era aplicada por las autoridades civiles. Pasado el tiempo la Santa Inquisición sirvió para depurar a todo el que no interesaba, ya fuese a la Iglesia o al Estado. Fue azote de judíos, moros, brujos, hombres de ciencia, escritores e incluso religiosos. Durante la cruzada cátara fueron muchas las penas de muerte impuestas a los herejes, normalmente condenados a morir en la hoguera.

Podemos decir que la influencia de la Iglesia, especialmente desde que se instauró la teocracia, fue fundamental en la configuración del mapa político europeo. La propia cruzada cátara propició el cambio de poderes en los territorios feudales del Languedoc y la Provenza, lo que conllevó a que la corona francesa se hiciese con todo el territorio del sur de Francia. El reino galo trasladó su frontera del sur hasta los Pirineos. También los territorios germanos e italianos cambiaron su geopolítica como consecuencia de las luchas de reyes y nobles por no ceder poder ante la Iglesia.

Lo más curioso de todo, respecto de esa institución eclesial llamada Santa Inquisición, es que cuando se habla de ella se piensa siempre en España. Y ocurre que la Inquisición en España se crea en 1478 por los reyes Católicos para mantener la ortodoxia católica en sus reinos. O sea que cuando ésta comienza a funcionar, con el dominico Tomás de Torquemada a la cabeza, y al principio solo en Sevilla tras la sospecha de prácticas judaizantes, en Francia, que fue donde nació en 1184, ya habían pasado por la parrilla a decenas de miles de cátaros; o no cátaros, sino gente que, por una causa o por otra, no les interesaba dejar en este mundo a la Iglesia, representada en la contienda por el abad de Citeaux, Arnaud Amaury, o al reino francés representado, como jefe militar de la cruzada, por Simón de Monfort.

La Santa Inquisición española no fue precisamente muy santa que se diga. Persiguió inmisericordemente a los judíos y moriscos y utilizó la tortura para indagar y obtener delaciones, pero fueron unos angelitos comparados con los inquisidores franceses, alemanes o ingleses. Decía el historiador francés Marcel Bataillon, en su tesis sobre la Inquisición, que “la represión española se distinguió menos por su crueldad que por el poder del aparato burocrático, policial y judicial del que dispuso”. Fue, como siempre, un protestante enemigo de España. Guillermo de Orange, el que en su “Apología”, divulgó la idea de “tribunal monstruoso” el de la Inquisición en España. Realmente fue una pataleta por la persecución de protestantes que hizo Felipe II, cuando en esos momentos el odio religioso estaba presente en todos los países europeos.

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