20 AÑOS DE 'MÁLAGA HOY' | HISTORIAS DE LA REDACCIÓN

Crónica de una patrulla nocturna

Viviendas en el barrio de La Palmilla. Viviendas en el barrio de La Palmilla.

Viviendas en el barrio de La Palmilla. / JAVIER ALBIÑANA (Málaga)

Escrito por

PABLO LINDE | PERIODISTA DE 'EL PAÍS'

AUNQUE he vivido media vida en Málaga, los tres años que trabajé en Málaga Hoy escribiendo reportajes de la ciudad me sirvieron para descubrir facetas que jamás habría visto, conocer gentes que seguramente no me habría cruzado de otra forma y explorar barrios en los que no me habría adentrado. Nunca se me habría ocurrido, por ejemplo, pasearme por La Palmilla de madrugada. Es una de las historias que tengo grabadas casi veinte años después.

Queríamos hacer una patrulla nocturna por el barrio con una pareja de policías nacionales y, casi para nuestra sorpresa, cuando lo solicitamos al comisario del distrito, nos autorizó sin pegas ni demasiadas condiciones. Un fotógrafo y yo quedamos en la comisaría cerca de medianoche, nos montamos en un coche sin identificativo policial y comenzamos la ruta.

Durante el breve lapso de tiempo que estuve cubriendo sucesos en el periódico, aprendí que los policías se solían referir a los delincuentes como los malos. Y, pese a que los agentes iban de incógnito, los malos los tenían calados, parecían olerlos para no ser pillados infraganti en los trapicheos que tienen entre manos en las madrugadas de aquel barrio. “Como esta noche somos cuatro [los dos periodistas y los dos agentes] pasaremos más desapercibidos”, nos dijo uno de los policías. Y así fue.

No hubo nada espectacular aquella noche, nada especialmente peligroso, pero la cotidianidad de lo que sucedía en La Palmilla cuando caía la noche ya era suficientemente interesante: varios arrestos por tráfico de drogas, varias armas blancas incautadas, incluso un pobre chaval que les sacó a los agentes una navaja para defenderse porque creía que eran unos atracadores que querían robarle. Después de tantos años ya se puede contar que le dejaron marchar con su pequeña cuchilla, temblando de miedo después de que, al esgrimirla, se la apartaran de un tortazo y les mostraran sus placas.

En estas dos décadas, Málaga ha cambiado mucho. Cada vez que vuelvo –y lo hago a menudo– lo noto. Mucho para bien, aunque cada año que pasa uno teme cada vez más que en el viaje que está haciendo la ciudad se deje fuera a los malagueños. No creo que eso haya sucedido en La Palmilla. No he vuelto de madrugada, pero paso a menudo en coche por los alrededores del barrio, y me da la impresión de que nada ha cambiado demasiado desde aquella noche, de que mientras hay una Málaga que brilla, otra sigue en la oscuridad.

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