SOLTANDO GRILLOS

El gallo Mike y el voto sin cabeza

  • Cuando acuda a votar hoy, ni crea en milagros -si de verdad suceden, ocurren muy pocas veces y son irrepetibles- ni se deje la cabeza en casa. Y no se atragante con un empacho de promesas.

La primera vez que leí la historia fue en el diario El Mundo. Empezaba así: "El 10 de septiembre de 1945, el granjero Lloyd Olsen fue a buscar un pollo para la cena y eligió a uno de los más cebados. Levantó el hacha con cuidado intentando dejar la mayor parte del cuello posible -la zona que más le gustaba a su suegra- y le cortó la cabeza. Después de ser decapitado, el pollo dio unos pasos y se fue al corral con las demás aves". Durante 18 meses, este gallo creció como el personaje más famoso de su pueblo, una ciudad de Colorado en Estados Unidos con poco más de 6.400 habitantes. El motivo: allí había nacido el pollo que vivió sin cabeza durante año y medio.

Mike Milagro, el pollo sin cabeza, recorrió Estados Unidos proporcionándole pingües beneficios a su dueño. Fue portada de las revistas más importantes de la época y logró hacerse con unos párrafos en la historia de las curiosidades tras su inclusión en el libro Guinness de los récords. La ciencia llegó a explicar este prodigio. La clave estaba en la altura a la que se le realizó el tajo. El corte cercenó la parte superior del cerebro, pero dejó intacto el cerebelo, lo que fue suficiente para que no perdiera ni su capacidad de respirar ni el control del bombeo de sangre desde el corazón. Un coágulo impidió que la hemorragia producida por el tajo acabase con su vida. Desde ese día y hasta su muerte, su propietario lo alimentó a través de su tráquea y con un cuentagotas. El pollo sin cabeza murió un día por asfixia: se atragantó con unos granos de maíz.

Hace algunos años un grupo de biólogos de una universidad de Japón, junto con varios colegas de varias universidades de Estados Unidos, presentaron sendos trabajos sobre los procesos de regeneración de algunos animales. Aunque no decían nada del gallo Mike, los estudiosos afirmaban que perder la cabeza no era un problema en el mundo de algunos invertebrados. Y citaban el caso de un curioso gusano al que cuando le cortan la cabeza le crece otra. Una extraordinaria capacidad, que en menor medida, tienen también algunos peces y las lagartijas con otras partes de su cuerpo. Los autores aseguraban que regenerar la cabeza humana no entraba en los planes de nadie, pero que era importante entender las claves biológicas de estos fenómenos en los animales para la reparación de órganos en general.

En el fondo -admito que muy en el fondo- una campaña electoral tiene similitudes con el recorrido que realizó el granjero Olsen con su gallo Mike por muchas ciudades de Estados Unidos para que los americanos pudieran observar este milagro de la naturaleza. Los mítines, al fin y al cabo, no son más que un lugar donde se reúnen ciudadanos para escuchar a un señor anunciando milagros de una punta de España hasta la otra. De un lado, milagros económicos -crear empleo, bajar los impuestos y cambiar el modelo productivo-. De otro, hechos extraordinarios -un Gobierno de los mejores, reducción de cargos de confianza, el fin a las puertas giratorias-. Y todo para terminar anunciando lo que hizo el granjero americano con su gallo, que les cortarán las cabezas a aquellos que pillen con las manos en la caja. Claro que a los corruptos en España les pasa como al gallo Mike, que luego siguen viviendo año y medio en sus filas, mientras sus jefes le tapan, como pueden, la hemorragia.

La solución a este problema ya lo anunciaron los biólogos japoneses. El asunto se resuelve con la regeneración, que aunque todavía no permite cambiar unas cabezas por otras, sí nos muestra el camino para transformar las células y recuperar miembros perdidos. En términos políticos, aún queda mucho camino para que los ciudadanos de este país dejemos de pensar que demasiados políticos andan como pollo sin cabeza; pero existen los adelantos suficientes para mejorarla con un proceso de regeneración que nos lleve a una democracia más decente y transparente.

Cuando el granjero Olsen se forró enseñando al gallo Mike, un buen número de compatriotas comenzaron a cortar cabezas a sus pollos para ver si conseguían lo mismo. Cuentan las crónicas que el que más vivió fue uno llamado Lucky, pero el pobre no pasó de los once días. Exactamente cuatro menos de lo que dura una campaña electoral. De ahí que, en campaña, nunca se corten cabezas.

Por eso, cuando acuda usted a votar hoy, ni crea en milagros -si de verdad suceden, ocurre muy pocas veces y son irrepetibles-, ni se deje la cabeza en casa. De momento, ni somos como el gallo Mike, ni gusanos, ni lagartijas. Ni siquiera hay avances médicos para resistir los próximos cuatro años como pollos sin cabeza. Y, por favor, cuidado con no atragantarse de un empacho de promesas. 

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