Málaga

Un hogar para volver a empezar

  • La casa de acogida Nuestra Señora de la Merced, de Cáritas, cuenta con 12 plazas para reclusos de permiso que cumplen tercer grado o inician su libertad

Edgar abre la puerta e invita a pasar al que desde hace un año es su hogar. Lo comparte con otra decena de compañeros, todos reclusos o ex reclusos que han encontrado en Cáritas y su casa de acogida Nuestra Señora de la Merced el lugar perfecto para volver a empezar, para recuperar una normalidad que quedó rota al pasar por la cárcel. A Edgar, portugués de nacimiento pero malagueño por decisión, le quedan cuatro meses de condena. Ahora que disfruta de la libertad condicional tiene un lugar en el que vivir y profesionales que lo acompañan en la complicada tarea de tomar las riendas de su nueva vida. En estos meses ha estado más que entretenido. Ha colaborado en la mudanza a la nueva casa que la entidad diocesana inauguró el pasado 23 de septiembre junto al centro deportivo de la calle Malasaña.

En 2013 condenaron a Edgar por tráfico de drogas a 3 años y 4 meses de cárcel. Antes había llevado una vida laboral de 27 años sin problemas. La ludopatía generó un cambio que terminó mezclándolo con malas compañías. "Después de 24 meses llegué al tercer grado, pero me dijeron que si no tenía una acogida no podía salir", relata Edgar. "Me derivaron al padre Ángel Antonio Chacón -director de la casa- y si no hubiese sido por él estaría completamente perdido", agrega. En la casa, con la ayuda del educador Javier Fernández y la trabajadora social Isabel Anaya ha recuperado el contacto con su familia y ha vuelto a trabajar. "Dentro de lo duro que ha sido, esta experiencia me ha servido, oigo a mis compañeros y me siento afortunado", dice.

Juan salió de la casa ya hace algún tiempo, pero no pierde su vinculación con ella. "Cuando necesitan algo me gusta contribuir porque aquí se portaron muy bien conmigo", asegura. Fue condenado a dos años de cárcel por una agresión. En la casa de acogida y en el módulo terapéutico de prisión le ayudaron a reconducir su malestar. "Me quedé en Málaga, no volví a mi ciudad porque me hicieron ver que en ese momento regresar a mi ambiente me hubiese podido crear problemas", explica Juan, que ya tiene una vivienda alquilada y se encuentra en búsqueda de trabajo. El ambiente suele ser tan bueno, subraya, que sigue con ganas de echar una mano, participar con ellos en alguna excursión y acompañar a los residentes en lo bueno y en lo malo.

"Aquí tenemos a personas que disfrutan de sus permisos de segundo grado, que pasan 6 ó 3 días en la casa, a los que están en tercer grado y duermen de lunes a viernes en el Centro de Inserción Social pero vienen durante el día y los que pasan el 100% de su tiempo porque están en libertad condicional o acaban de terminar su condena", apunta Javier Fernández, educador social. Unos 14 años lleva Cáritas Diocesana prestando este servicio a la población reclusa. "Nuestra función es acompañarles en su proceso, cada uno tiene necesidades distintas y se trata de darles las herramientas para vayan rehaciendo lo que se rompe con el paso por prisión", explican Javier e Isabel Anaya, la trabajadora social. Ellos les ayudan tanto a superar conflictos y recuperar lazos familiares hasta a solucionar problemas de documentación o búsqueda de trabajo derivando sus casos a centros especializados de empleo como puede ser la asociación Arrabal o la Fundación Don Bosco. "Aquí todos llegan parados, suelen venir muy motivados pero luego chocan con la realidad", comenta Isabel.

Siete habitaciones, cocina y comedor, un salón grande, un patio más que generoso con una barbacoa, un pequeño gimnasio, biblioteca y sala de reuniones, una terraza con un huerto componen la casa cuyas tareas reparten entre sus habitantes. En ella se empadronan para poder tener centro de salud cercano e inscribirse en el SAE. Así, en un "ambiente de convivencia bueno" es más fácil volver a empezar.

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