La lección de Lucas y Mateo
20 años de 'Málaga Hoy' | Historias de la Redacción
Con ellos aprendí que, a veces, es necesario preguntarnos quiénes somos
Los ‘coloraos’ siempre ganan
Un sentimiento de pertenencia
RECONOZCO que Lucas y Mateo me dieron una lección de vida. Ellos, que habían llegado a la mía cuando todavía peinaban una espléndida melena rubia, lograron que muchos se quitaran esa venda de la patologización y fueran capaces de mirar más allá de los intentos de instrumentalizar a las personas trans. Con ellos aprendí que, a veces, es necesario preguntarnos quiénes somos y de dónde venimos para replantear rumbos emancipadores hacia los que dirigirnos.
De niños, soñaban con encontrar la “pócima” que les permitiera ser, públicamente, lo que eran –lo que hoy son– pero acabaron descubriendo que no hacía falta recurrir a la magia. Bastaba con combatir la ignorancia y el rechazo de la transexualidad, que la OMS hasta 2018 consideraba un trastorno mental. Al nacer, las llamaron Lucía y Natalia. Casi 30 años después, se convirtieron en Lucas y Mateo. El suyo no solo fue un cambio de nombre en el DNI. Por el camino se dejaron la incomprensión de unos y, en ocasiones, hasta la suya propia, pero también se granjearon el respeto de otros.
Hice pública su fascinante historia en este medio en 2018, la de dos hermanos de Torre del Mar, los primeros gemelos transexuales, un caso sin precedentes hasta entonces en España. “Para quien no nos conozca, somos Natalia y Lucía. Mañana nos cortamos el pelo y queríamos despedirnos de alguna forma. Queremos hacer algo bonito de todo esto”. Las imágenes que grabaron aquel 4 de abril de 2013, poco antes de comenzar el tratamiento hormonal, llegaron hasta el otro lado del charco. Han transcurrido seis años de la publicación de ese reportaje. Y releerlo me invade de nostalgia. Porque lo suyo no era ni una elección ni un capricho, formaba parte de la naturaleza humana: “Soy un hombre y, quizá, por una cuestión hormonal, no desarrollé un cuerpo masculino, pero aquí dentro hay un chico”, admitían en aquella íntima entrevista.
Tras una adolescencia cruel, llena de agresiones verbales que nunca denunciaron, Lucas y Mateo se reconocieron por primera vez a sí mismos en su puesto de trabajo al oír a una pareja pronunciar el nombre que aparecía en su chapa identificativa. “Me sentí idiota y pensé: me han llamado Lucía y yo no soy ésa”, relataban. Ahí cambió todo. También para mí, que les propuse llevar su historia al periódico. Hoy soplamos por aquí 20 velas y, mientras nos dejen, seguiremos dando la batalla y compartiendo testimonios ejemplarizantes, como el de Lucas y Mateo, quien, por cierto, ya ha alcanzado la felicidad plena. La razón pesa 2,510 kilos.
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