Que nos toque el gordo (o lo que sea)

Calle Larios

Lo de la Ciudad del Paraíso está muy bien, pero al final aquí todo el mundo necesita llegar a final de mes y no parece que la tarta esté muy bien repartida: ¿qué decía exactamente la letra pequeña?

El verdadero pacto andaluz

Y lo bien que se está en la Ciudad del Paraíso. / Javier Albiñana

No falla: cada vez que se instalan los alumbrados y ambientes navideños, la precariedad laboral aflora en Málaga con especial visibilidad. La cantidad de repartidores de toda índole, camareras de piso, profesionales de la hostelería y demás adscritos a oficios de temporalidad estricta se multiplica de manera exponencial. Como sostiene el dicho popular, son días de eso: hay una extracción social notable dispuesta a gastarse la paga extra y una masa considerable dispuesta a repartirse las migajas. De manera que igual nos corresponde felicitarnos por los dictámenes del calendario, prácticamente imperturbables desde hace un siglo, a la hora de señalar cuándo se come aquí o cuando corresponde aguantar. No es cosa de broma: recordemos que el principal argumento por el que muchos malagueños han visto y ven con buenos ojos el rascacielos del Puerto, muy a pesar de la tomadura de pelo, del atentado paisajístico y de la chapuza lamentable con la que se ha pretendido sacarlo todo adelante, corriendo y mal, tenía que ver con el mantenimiento de esta estacionalidad, cada vez más diluida en el transcurso del año y, por tanto, progresivamente precaria, toda vez que también a quienes tengan la fortuna de atender a los formidables turistas se les invita amablemente a que se vayan a vivir a Villanueva del Rosario. En Málaga, me temo, quizá por la memoria histórica de los terribles años de la hambre, tal precariedad está hasta cierto punto bien vista, aceptada, al menos, como un mal menor. De ninguna manera la autonomía suficiente como para decidir en el hambre propia y mandar a hacer gárgaras a los aprovechados que especulan con nuestras necesidades primarias se considera una opción. Eso sí, convendría afinar y concretar que la precariedad dejó hace ya mucho de corresponderse con estos empleos de estacionalidad acusada y explotación visible: buena parte de los antaño oficios respetables, suficientes para garantizar la estabilidad familiar y hasta para acceder a cierta calidad de vida, resultan ahora insuficientes para costearse una vivienda, sin ir más lejos, no hablemos ya de procurarse ciertas formas de ocio o, incluso, participar de manera activa en el desarrollo social de nuestros barrios y nuestras comunidades. Gran parte de la producción intelectual alumbrada hoy desde la sociología y la filosofía aborda de manera directa esta cuestión: lo que en su momento pareció una vía de emancipación no era más que otra modalidad de pobreza, con todas sus letras. Y algo así, me temo, nos ha pasado en Málaga a nivel urbano a través, ojo, de cientos de historias particulares.

Buena parte de los antaño oficios respetables, suficientes para garantizar la estabilidad familiar, resultan ahora insuficientes para costearse una vivienda

Lo explicaba hace unos días en este periódico la catedrática de Economía Aplicada Elena Bárcenaen una entrevista concedida con motivo de su ingreso en la Academia Malagueña de Ciencias: “Del 2015 al 2019 hubo un crecimiento en toda España y Málaga tuvo mucho turismo […]. Además, el crecimiento que está teniendo el Parque Tecnológico, empresas nuevas que están viniendo... Todo eso ha tenido un papel fundamental. Se han hecho un montón de cosas bien. Ahora, tenemos que seguir así. Está bien que en una primera etapa haya un tirón y se beneficien más unos que otros, pero después hay que intentar que llegue a todos”. Sería interesante considerar, además, cómo el turismo permitió amortiguar en cierta medida la crisis económica de 2008, justo cuando Málaga consolidaba su última gran transformación urbana; y cómo hizo más llevadera la posterior crisis asociada al Covid, si bien este periodo mereció una reflexión sobre la debilidad que entraña una dependencia tan acusada a un único sector financiero, en este caso el turismo (reflexión que, por supuesto, sigue pendiente, pero a estas alturas no nos vamos a poner tan flamencos). El problema es que semejante tabla de salvación ha permitido salvar las cuentas, pero no a las personas. Y aquí la precariedad no es siempre visible, porque el alumbrado navideño de la calle Larios siempre se lleva la mejor parte del escaparate. Pero en buena parte de los barrios de la ciudad, espacios de tradición obrera, de ninguna manera asociados a la marginalidad ni a la delincuencia, la población que vive bajo el estricto umbral de la pobreza supera el cincuenta por ciento del total. Organizaciones como Cáritas llevan años alertando de que el perfil de quienes acuden buscando ayuda ya no tiene que ver con gente sin hogar, sino con trabajadores en activo que perciben un salario insuficiente. Habrá que insistir, siempre, en que a la ciudadanía malagueña sus propios gobernantes le reclamaron sacrificios con tal de hacerle el recreo más agradable a los turistas, incluso en lo más duro del Covid; y que, por más que todavía algunos insistan en hablar de turismofobia, la ciudadanía malagueña aceptó bajo la promesa de que estos sacrificios serían recompensados. En realidad, así llevamos desde hace dos décadas. Pero no ha habido compensación alguna: los que se lo han llevado calentito a cuenta del turismo han sido los mismos de siempre, los listillos que pretendían dar otro golpe con la dichosa torre del Puerto, mientras que a los vecinos se nos ha dicho, algunas afirmaciones merecen ser escritas dos veces, que no hay nada malo en irse a vivir a Villanueva del Rosario. Lo peor no es que te cierren la puerta en las narices, sino que te tomen por tonto. Por cierto, este juego no se llama populismo. Se llama gobierno. Hay una diferencia significativa.  

Lo peor no es que te cierren la puerta en las narices, sino que te tomen por tonto

Sin embargo, un momento. Cabe la esperanza de que nos toque el gordo. El gordo, o lo que sea. Que algo nos toque de una vez, eso estaría bien. Porque los que asumieron la responsabilidad de gobernar para nosotros, de mejorar nuestras condiciones de vida, de facilitarnos servicios y espacios públicos, de atender a nuestras necesidades y hacernos sentir en casa han estado demasiado ocupados, parece, con cuestiones más importantes. Si nos toca el gordo, pues quién sabe, igual nos gobernamos nosotros solos. A lo mejor nadie notaría la diferencia. 

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