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Resulta difícil hablar en Málaga estos días de otra cosa que no sea la Comic-Con, así que lo mejor es empezar este artículo advirtiendo al lector de que no he pisado el evento, sencillamente porque tenía otros planes. Contra el sarao, que conste, no tengo nada: se ha blindado aquí un negocio perfecto con una afluencia masiva, superior, creo, a lo que apuntaban los vaticinios más optimistas, así que enhorabuena a los premiados. Es cierto, como admiten algunos críticos, que el evento no aporta nada a la cultura local, no siembra ni arraiga, pero bueno, ya sabemos de sobra que así es como funciona la política cultural en esta ciudad, con importaciones cada vez más estelares bendecidas por públicos llegados de todas partes, así que tampoco vamos a llevarnos ahora las manos a la cabeza por eso. Parece, también, que el respetable ha tenido que hacer frente a incomodidades manifiestas, pero, en fin, que levante la mano quien no las haya pasado aquí canutas para meterse en un festival o un concierto, en condiciones verdaderamente penosas, o quien no se haya dejado el trasero en un viejo teatro romano durante horas para ver a alguna vieja gloria de la escena española. El frikismo es un pasatiempo sano, algo irritante a veces, pero tanto como lo pueden ser el academicismo más recalcitrante o la poesía más sensible. Cuento entre mis amigos a no pocos frikis y son gente estupenda. Quienes me conocen saben que me pirra la ciencia-ficción, por ejemplo, pero en variantes muy distintas de La Guerra de las Galaxias (que, por otra parte, no tiene nada que ver con la ciencia-ficción). Para el cómic soy más de Crumb, Breccia y Spiegelman, pero vaya, siempre estoy dispuesto a pasarlo bien con Frank Miller, aunque los superhéroes no son mi fuerte. En fin, que a un servidor, como a otros muchos, no se le ha perdido nada en la Comic-Con, así que para qué nos vamos a dejar un dineral allí.
De haber ido, bueno, me habría gustado preguntarle al Capitán América, que llegó a enfrentarse a Hitler en sus primeras aventuras, su posición sobre Gaza. Todo el mundo tiene derecho a distraerse de las tragedias presentes para hacerse una foto con un señor disfrazado de fantoche, pero también existe el derecho a no hacerlo. Me temo, sin embargo, que los superhéroes más afamados se diluyen como un azucarillo cuando toca mojarse, así que mejor dejémoslo en paz. No niego que le tengo un especial cariño a Arnold Schwarzenegger, especialmente tras su reacción al recitado que hizo Judi Dench del Soneto 29 de Shakespeare en el programa de Graham Norton de la BBC hace un par de años, así que tampoco me habría importado preguntarle lo mismo, y sospecho que su respuesta habría sido particularmente sensata. Sin embargo, dado que los superhéroes no dan la talla, sí que decidió meterse en el ajo nuestro alcalde, Francisco de la Torre, cuando hace unos días negó la consideración de genocidio para la situación en Palestina. Lo hizo armado de razones, convincente en su exposición y, por supuesto, con todo el derecho de su parte. No habría habido ningún problema si la cosa hubiera quedado ahí, por más que hasta Juan Manuel Moreno haya admitido en el Parlamento Andaluz la existencia del genocidio. Lo más difícil de digerir llegó después, cuando De la Torre afirmó que Israel “está haciendo una operación militar arriesgada, causando las menores víctimas posibles, pero se causa y eso es el drama, es la tragedia”. Cuando un representante político como De la Torre dice esto, contabilizados más de 65.000 palestinos asesinados, de los que según fuentes como Save the Children cerca de 20.000 son niños, no cunde tanto la decepción, ni siquiera la indignación, como la pena.
Porque sabemos exactamente los motivos por los que el alcalde de Málaga dice algo así: la inversión israelí en proyectos considerados esenciales para el futuro inmediato de la ciudad no es precisamente pequeña, así que hay que proteger tales intereses a toda costa. Aquí siempre hemos tenido claro quiénes son los vasallos y quiénes son los señores, así que actuamos en consecuencia. Ninguna duda al respecto. La dignidad nunca ha sido un problema. Quiero pensar, y algo al respecto permiten ver las imágenes de esta intervención, que el alcalde pasó un mal trago cuando dijo esto. Porque ni siquiera el Capitán América llegaría a tanto. Pero lo cierto es que lo dijo cuando, insisto, su posición había quedado clara de manera razonable y ya no hacía falta. Mi amigo Andrés Alcántara, que es casi tan idealista como yo, me escribe justo mientras redacto este artículo para preguntarme si no estaría bien cambiar la Comic-Con por otro evento que rinda homenaje a los héroes de verdad, sanitarios, bomberos, misioneros, voluntarios, activistas y buenos políticos; pero pienso que a Málaga se le da particularmente bien honrar a los villanos que se hacen pasar por filántropos, así que me temo que terminaríamos dando coba a las serpientes, con lo que mejor que siga la mascarada y que todo el mundo lo pase bien. O, al menos, que lo pase bien quien pueda.
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