Cultura

Felicidades para el embajador eterno

  • Amplió el jazz, sufrió la segregación racial y su obra acabó lanzada al espacio después de su muerte

Un 4 de agosto, hace 115 años nacía Louis Armstrong en un barrio marginal de Nueva Orleans. Aunque él hubiera celebrado su 116 cumpleaños. Había adelantado a 1900 el año de su nacimiento, se desconoce si porque ignoraba cuál era el real o para poder entrar a tocar en el cabaret antes de su mayoría de edad, y la fecha fidedigna no salió a la luz hasta después de su muerte. Se trata de Satchmo, el de la boca gigante, que aún necesita utilizar toda la cara para mostrar la sonrisa ancha, el trompetista de la voz grave y envolvente.

Poco podía hacer presagiar por aquel entonces que ese chico, un nieto de esclava liberada por el fin oficial de la esclavitud y abandonado por su padre en su infancia, se convertiría en uno de los personajes icónicos de la cultura de su siglo. Es más, poco después de su muerte casi a los 70 años, Armstrong pasó a ser representante de toda la Humanidad, cuando su interpretación de Melancholy Blues fue incluida en los discos de oro de las Voyager, esas grabaciones que las sondas espaciales transportan más allá de la atmósfera para sacar pecho de parte de los humanos ante supuestas formas de vida alternativas allá fuera, muy lejos. Así se expande su gloria hacia el infinito junto a una mezcla de saludos en un babel de lenguas, sonidos de la naturaleza, música clásica y expresiones folclóricas.

Conocido como Pops o Satchmo -abreviatura de satchelmouth en referencia a su gran boca-, Armstrong tuvo que erigirse en alguna ocasión como embajador también de su raza para denunciar la segregación racial en EEUU. Aunque tuvo que resignarse a entrar por el aro en un negocio comandado por blancos, y pese a parecer cómodo en su rol cómico de entretenimiento al estilo showman, rozando a veces el clown, Armstrong se implicó en la defensa de los derechos civiles. Con su rostro bonachón y tierno, de perfil alegre, el trompetista se puso serio ante un periodista que le preguntó en su vuelta de Brasil qué le parecía la integración entre negros y blancos de ese país, al que respondió que aunque parecían iguales, la basura y las escobas sólo las había visto en manos de los negros.

Kofi Annan, entonces secretario general de la ONU, ensalzó en el homenaje que le rindió Nueva Orleans en el centenario de su nacimiento a "un hombre que superó la pobreza y la exclusión social para crear una música que nos abraza a todos". Y es que, efectivamente, la música de Armstrong envuelve. Se escucha la trompeta y te transporta a otro lugar y a otra época. Club de Chicago, tintineo de hielos, atmósfera con humo y ceniceros a reventar, mocasines. Y en el centro, como insólito solista hasta que él dio un paso adelante, con los ojos muy redondos y mirando al cielo, la trompeta entre sus labios y los carrillos inflados pañuelo en mano, Satchmo se convierte en el embajador supremo del jazz, su representante más carismático. Mister Jazz. El rey de la improvisación y de la reinterpretación, el que mejora aquello que toca, el que expresa hasta tocarte el alma.

Armstrong cambió el jazz como sólo los genios alteran las artes después de que pasen. Dejó su legado. Algunos le atribuyen incluso la creación del scat al salir del paso improvisando cuando se le cayó una letra del atril, otros simplemente le reconocen su capacidad para popularizarlo con Heebie Jeebies. Así usó las sílabas o palabras inconexas con el tema que acompañan la melodía como un instrumento más.

Satchmo llena sus carrillos hoy de nuevo para soplar velas, en su eternidad, en su condición de embajador del jazz, de la raza negra y hasta de la propia Humanidad.

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