Debutó Juan Jesús Rodríguez (Cartaya, 1969) como solista en el Teatro de la Zarzuela, en 1994, en un montaje de Eugenio Oneguin en el que también figuraba su colega Carlos Álvarez. Desde entonces, Rodríguez ha forjado una trayectoria respetada como pocas en el panorama lírico español, especialmente afirmada en roles verdianos y en la zarzuela, en escenarios como el Liceo de Barcelona, el Teatro Reggio de Turín y el Metropolitan de Nueva York, donde debutó hace dos años y en el que se ha convertido desde entonces en una figura recurrente. Próximamente volverá al templo neoyorquino con un papel que conoce bien, el de Falstaff, y la próxima temporada debutará en Andrea Chénier en el Teatro de la Maestranza de Sevilla. Antes, esta misma semana, interpreta en el Teatro Cervantes de Málaga a Giorgio Germont junto a Ainhoa Arteta y Antonio Gaudí en La Traviata.
-¿Con qué disposición, entre la rutina y la expectación inevitable, llega un barítono de su trayectoria a una nueva producción de La Traviata?
-En realidad, con óperas como La Traviata nunca caes en la rutina. Verdi conectaba de manera directa con un mundo musical realmente mágico que hace de cada ocasión algo distinto. Por eso, cada función de esta ópera es realmente algo único. Es como un cuadro de Picasso, que puedes mirar mil veces como si fuera la primera. Lo que me interesa es que en las producciones de Verdi se respete siempre su teatralidad, que es de por sí genial. En eso conviene ser lo más fidedigno posible, y la función que ahora se va a poder ver en Málaga lo es. Recuerdo una producción en Hamburgo en la que tuve que hacer el dúo con Violeta, que dura unos veinte minutos, en un rotatorio continuo, sin dejar de caminar. A algunos directores de escena se les va la pinza, desde luego, pero aún así la música es tan increíble que el público siempre se lleva la mejor impresión, el movimiento del alma que deseaba Verdi.
-Imagino que naturaleza dramática de las óperas de Verdi representa una tentación notable para ciertos directores de escena.
-Es que la ópera es, por encima de cualquier otra cosa, teatro cantado. Y es un teatro para todos, que conste, que aspira a ser popular, aunque tradicionalmente haya una parte determinada de la sociedad que pretenda adjudicársela como un patrimonio propio. Si partimos de la base de que hablamos de teatro, y de un teatro que, por ser cantado, trabaja sobre todo con emociones, resulta mucho más fácil divulgarlo, llevarlo a las escuelas, acercarlo al gran público. Es un trabajo que nos queda pendiente. Demasiada gente sigue pensando que la ópera consiste en que alguien se lía a dar gritos, pero la mayoría de quienes descubren la ópera en un teatro se quedan encantados.
-¿Es más fácil esa divulgación con Verdi, dada su querencia más popular, que por ejemplo con Wagner?
-Sí, Verdi componía principalmente para el pueblo. Su aspiración era llegar a todo el mundo, a todas las clases. Puccini también. Pero podríamos decir lo mismo de Wagner, por más que, digamos, el repertorio alemán sea muy alemán, muy para alemanes, como que te exige un poquito más. Pero el aria de la estrella de Tannhäuser le llega igual a todo el mundo, eso seguro. Los genios conectan con una determinada fuente y plasman ese viaje en la partitura. Es una magia que compartían seguro Verdi y Wagner.
-Después de unos años muy difíciles a costa de la crisis y del elevado IVA de las artes escénicas, algunos teatros están volviendo a programar lírica con cierta ambición en España. El mismo Teatro Cervantes de Málaga es un buen ejemplo. Pero, ¿se están haciendo bien los deberes para no volver a incurrir en errores que costó mucho solucionar en su día?
-En el caso de Málaga, siempre la he conocido como una plaza de referencia antes de la crisis. El Teatro Cervantes era famoso por traer siempre a los primeros cantantes, aunque luego, como dices, vino la crisis y frenó mucho las expectativas. Creo que es un acierto programar grandes títulos, populares y geniales. El Cervantes ha dedicado su 30 temporada lírica a Verdi, y eso ya me parece un éxito. Si además se presentan montajes fieles a las intenciones del compositor, fidedignas, que conecten al público con su mundo, tal y como se está haciendo, mucho mejor. También me parece fundamental que se compartan recursos en coproducciones, eso está dejando ya frutos muy positivos: hablamos de dinero público y estamos obligados a darle el mayor rendimiento posible. Eso sí, creo que Málaga no está arriesgando lo suficiente a la hora de programar funciones. De esta Traviata, sin ir más lejos, y de cualquier otro título de la temporada, se podría haber programado fácilmente una función más. Si tienes un crecimiento del 62% en la venta de abonos y si las entradas para las dos funciones programadas se agotan en dos horas, lo tienes todo a favor para añadir una tercera. Si encima se abre el ensayo general al público y se llena igualmente, ya sí que no quedan dudas. Nosotros trabajamos para el público, para todo el público, no para unos pocos; eso no hay que olvidarlo nunca.
-A nivel nacional, se muestra usted muy beligerante contra las escasas oportunidades que se conceden en los teatros a los cantantes españoles. ¿Cómo define usted la situación?
-Por una parte pervive un complejo bien visible que tiende a pensar siempre que lo que podamos traer de fuera siempre va a ser mejor que lo que tenemos aquí, cuando nos sobran pruebas para demostrar que esto no es así. Pero además de los complejos están los intereses de algunos agentes que, aun siendo muy pocos, monopolizan el mercado de la ópera junto a algunos directores artísticos como un territorio vedado a los cantantes españoles. Hay quien emplea sus cargos para hacer su carrera, pero, de nuevo, conviene recordar que hablamos de dinero público y que si alguien tiene un cargo es porque todos los hemos puestos ahí para que hagan una buena gestión. En los grandes teatros, como el Real o el Liceo, que son dos de los que se llevan las mayores subvenciones del Estado para representaciones, la representación de artistas españoles no llega al 26 o el 27% cuando somos una potencia artística reconocida como tal a nivel internacional. Y de este porcentaje, sólo un 5 o 6% son cantantes principales que hacen sobre todo segundos repartos. En muy raras ocasiones llegan a hacer un segundo reparto. El resto son secundarios que cumplen el expediente. Fácilmente podríamos poner sobre la mesa los nombres de mil cantantes españoles que no están debidamente programados en nuestro país. E insisto en que todo esto es una gestión hecha con dinero público. Es incomprensible, cuando los cantantes españoles triunfan en los principales teatros del mundo. Son datos que hay que sacar a la luz. Precisamente, estoy poniendo en marcha una asociación y vamos a denunciar esta situación ante el Ministerio de Cultura. Hay mucho miedo porque hay presiones, pero ya está bien. Tenemos voz no sólo para cantar, también para denunciar cuando es justo.
-¿Son beneficiosas las polémicas que surgen cada temporada a cuenta de ciertas puestas en escena transgresoras, por motivos artísticos o ideológicos, sobre todo en el Teatro Real?
-Yo creo que depende de la ópera. En los grandes títulos no hay que hacer mucho porque ya está todo escrito. Lo que pasa es que hay gente que quiere ser muy original y hacer su propia creación cuando lo que hay que crear ya lo hizo el compositor: lo que nos corresponde hoy es interpretar y recrear, que es distinto. Sin personalizar, sí veo que hay directores de escena que no trabajan para el público, sino que aprovechan una determinada ópera para hablar de su vida, lo que no es bueno para nadie. Yo, como artista, me dedico a emocionar y conmover a la gente, pero yo no me puedo conmover, porque si lo hago, si aprovecho y saco lo mío no estoy dando al público lo que ha venido a buscar. Hay que trabajar para el público, no para uno mismo. Si estoy enfermo, si me gusta más o menos la persona con la que estoy cantando, eso son particularidades que al público no le interesan. Mi trabajo incluye lidiar con las dificultades humanas para hacer lo que se supone que debe hacer un artista, que es emocionar al público. En este sentido soy un idealista, creo en el poder de la ópera a la hora de cambiar la vida de la gente.
-¿Se percibe el público como una entidad diferente en cada sitio?
-Sí. Y en cada día. Cuando he hecho giras con la misma producción, sobre todo con el Teatro de la Zarzuela, he podido ver las diferencias de los públicos en el España. En el norte, la gente tiende ser más fría al principio, pero al terminar se entrega de manera muy cálida. En el sur es distinto, hay una pasión más espontánea, en cuanto les tocas un poco la fibra sensible salen enseguida a aplaudir. Y nunca falta el entendido de turno que silba para indicar cuándo se debe y no se debe aplaudir. Y también hay públicos distintos en días diferentes. En las funciones que hacemos por ejemplo para políticos y para abonados, conmover al público es algo mucho más difícil que para el público general. Percibes más resistencia.
-Hablando de zarzuela, en los últimos años parece cundir una reivindicación mayor del género, pero ¿cómo valora usted su estado de salud?
-La zarzuela está muy por debajo del nivel que le corresponde. No está todavía en su sitio. Hay una labor pública importante por hacer para su promoción. Al mismo, en América Latina, en EEUU y en Europa es algo cada vez más demandado, sobre todo desde que Plácido Domingo llevó Luisa Fernanda a la Scala de Milán, con aquellos veinte minutos de aplausos. La zarzuela tendría que estar hoy donde están la opereta, la ópera italiana y la ópera alemana. No hay diferencias. Lo que hay, de nuevo, son prejuicios. Lo que la gente busca cuando va un teatro es emocionarse, y la zarzuela es la reina del repertorio en ese sentido.
-¿Y por qué los prejuicios respecto a la zarzuela han demostrado ser tan duraderos en España si desde fuera se demanda tanto?
-A ver, de entrada tengo que decir que la ya mayoría de mis colegas están encantados de cantar zarzuela. Pero sí es verdad que cuando estudié en la escuela de canto la zarzuela se trataba como otra cosa. Allí te enseñaban que la ópera es más importante que la zarzuela, cuando esto no es así en absoluto. Pero este prejuicio también se traduce en presupuestos: basta comparar el presupuesto del Teatro de la Zarzuela con el presupuesto del Teatro Real para entender por qué la zarzuela no está en el lugar que le corresponde. Pero habría que llevar la zarzuela al Teatro Real y a todos los teatros del mundo. Plácido Domingo lo está haciendo, y con éxito. Este año estuve en Los Ángeles y él estaba anunciado allí con El Gato Montés. Y la gente lo esperaba con ansia. Si no hacemos en España lo mismo, es por una mera cuestión de complejos.
-¿Qué función recuerda con más cariño?
-Mi debut en Jerez con Rigoletto, claro. Rigoletto es el papel que todos los barítonos soñamos con cantar algún día. Cuando lo haces, casi tienes la impresión de haber llegado a lo más alto. Y luego ha habido momentos de desarrollo profesional muy importante, como mi debut en el Metropolitan con Il Trovatore, que fue increíble. Y también la zarzuela me ha dado muchas satisfacciones, por supuesto.
-Estando en Málaga, no hay más remedio que preguntarle por su relación con otro barítono llamado Carlos Álvarez.
-Carlos, además de un amigo, es un barítono de referencia a nivel mundial. Tuvo una crisis pasajera en la que muchos cuestionaron si seguiría cantando, pero yo siempre decía que Carlos era capaz de sobreponerse a eso, como demostró. Para mí es uno de los grandes y a la vez alguien cercano, comprometido con causas como el Auditorio de Málaga. Otro de mis grandes momentos fue mi debut como solista en el Teatro de la Zarzuela después de haber cantado en el coro con Eugenio Oneguin, donde él era el barítono principal.
-Más allá de Carlos Álvarez, ¿quiénes han sido sus maestros, sus principales referentes?
-Mis maestros siempre han estado en el pasado. He aprendido de ellos a través de los discos, en parte porque no he tenido más remedio ya que la técnica italiana tradicional prácticamente se ha perdido. He aprendido mucho de Bastianini, de Stracciari, de americanos como Robert Merrill. Luego, yo siento lo que siento, claro; pero mi técnica viene de ahí.
-A largo plazo, ¿por dónde le gustaría que transitara su carrera?
-No suelo pensar mucho en eso, sobre todo porque tengo mucho por hacer con el repertorio que interpreto. Tengo ganas de debutar con Andrea Chénier, el próximo mayo en Sevilla. Y espero poder cantar La forza del destino. Hay roles de Verdi que todavía no he hecho. Acabo de debutar con Simón Boccanegra en Marsella y ha sido un éxito. No sé, no veo más allá de estos papeles. Lo que sí me gustaría es desarrollar algún proyecto para ayudar a jóvenes cantantes. De alguna forma soy un ejemplo de que es posible, de que se puede tener éxito en esta carrera habiendo nacido en Andalucía. Pero me gustaría ir un poco más allá, tal vez dirigir un teatro, trabajar como asesor artístico. Por los motivos que apuntábamos antes, los cantantes líricos jóvenes que empiezan a despuntar en España lo tienen muy, muy difícil. Yo lo tuve difícil, pero ellos más aún. Y, si no cambian las cosas, todas las ayudas que les lleguen serán pocas.
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