José Luis Pardo. Filósofo

"El artista busca hoy una causa política, pero a esto antes se le llamaba estalinismo"

  • El autor de 'La regla del juego', catedrático de la Universidad Complutense de Madrid y referencia esencial del ensayo contemporáneo, disertó ayer sobre la politización del arte en La Térmica

José Luis Pardo (Madrid, 1954), autor de libros como La regla del juego (Premio Nacional de Ensayo en 2005), Esto no es música y Nunca fue tan hermosa la basura, amante de The Beatles y gran conversador, participó este martes en el Aula del Pensamiento Político de La Térmica con una conferencia sobre la politización del arte.

-Pero, ¿es posible acaso un arte despolitizado a estas alturas?

-Walter Benjamin afirmó en 1936 que sólo había dos soluciones a la muerte del arte: la que propugnaba el fascismo a través de la estetización de la política, con la puesta del arte al servicio del líder y de la seducción de las masas; y la politización del arte, que él vincula de manera sui generis con el comunismo y que reconoce la meta que habían señalado las vanguardias respecto a la eliminación de fronteras entre el arte y la vida. Lo que yo me pregunto es qué ha pasado desde entonces con esto. Benjamin veía dos alternativas completamente contrarias, pero los regímenes totalitarios de Hitler y Stalin demostraron no ser muy distintos. De hecho, sus actuaciones en materia artística fueron muy parecidas, además de catastróficas. Al final, para hablar de la politización del arte hay que emplear el término política en un sentido muy amplio, y esto tiene sus dificultades. Todo viene a ser política en última instancia, pero si acordamos que la política es un instrumento para cambiar la vida de la gente, al final resulta que el artista contemporáneo se encuentra en un dilema constante, porque, por más que quiera diluir las distancias entre vida y arte, no tiene más remedio que adaptarse a la evidencia de que esa disolución no se llevó a cabo y de que las vanguardias fracasaron. Por eso existen unos lugares extraños llamados centros de arte contemporáneo, donde se conservan obras que no pueden albergarse en el Museo del Prado, dado que pertenecen a otra tradición, sino que están a la espera de un mundo futuro que nunca llega.

-¿Y no es la consideración del arte como mercancía la solución más fácil a esa ecuación?

-En los últimos veinte o treinta años se ha dado un fenómeno incontestable, que es la penetración del mundo de los negocios en el mundo de la cultura. No es que el mundo del arte haya estado siempre exento de esto, pero ahora los ministros de cultura se ufanan de que lo suyo es un gran negocio, como sucede con la lengua española. Se habla de la cultura del emprendedor, de introducir asignaturas sobre negocio en la ESO, como si la formación de buenos ciudadanos pasara por la formación de buenos empresarios. Pero si el mercado ha logrado apoderarse del mundo del arte y la cultura es porque los artistas, en buena medida, han renunciado a la autonomía del arte y a que éste tenga criterios propios de valoración distintos de los económicos, religiosos o morales. Casi todos los artistas contemporáneos buscan una especie de legitimación política de sus obras, cuentan que hacen una cosa porque así denuncian tal situación desastrosa; pero antes, cuando el arte se ponía al servicio de una determinada causa política, a eso se le llamaba estalinismo. Y se consideraba del todo humillante para el arte.

-¿No podrían sin embargo crearse nuevos públicos con la incorporación de criterios de mercado al mundo del arte?

-Lo que sucede es que los artistas están muy ocupados con su práctica, y con razón, dado que el evaluador final es el mercado. Tienen que buscar un discurso que no lo reduzca todo a lo meramente mercantil, y existen de hecho argumentos que se han quedado sin empleo pero que podrían tener un cierto reciclaje. Esto no me parece ni bien ni mal, son discursos que tal vez dotan de un cierto sentido a la crítica de arte, un ejercicio que ya Benjamin consideraba de otro tiempo. Es un poco como las modas de cada temporada.

-¿Es la fiscalidad la única razón de ser de la política cultural?

-Como fenómeno histórico, la política cultural eclosiona cuando se crea en Francia el Ministerio de Cultura, cuando alguien dice que hay que convertir eso en un ministerio. Con esto se cumplieron dos funciones, una patriótica y folclórica y otra relativa a la protección del patrimonio cultural mediante su extracción de la lógica mercantil. Ahora, como dices, la cultura es considerada en términos de mercancía y de lo que se trata es de comprobar cómo puede tutearse con otras áreas de mercado. Hay mucha gente que se pregunta de qué vivirán los creadores si todas las obras pueden descargarse por internet y todo eso, y comprendo que es un tema apasionante, pero a mí me da igual. A los creadores que les zurzan, a mí no me dan mucha pena. Si sólo hubiera un mandarinato de sabios se podrían buscar alternativas, pero con el arte entregado al mercado qué le vamos a hacer, así es como funciona. Los propios creadores han perdido los medios para valorar de manera autónoma sus trabajos. Cuando el económico es el único patrón de medida, no hay más que hablar.

-¿Y qué hay del patrón político?

-La autonomía del arte no es sólo una convicción posible. Es algo que se sostiene en un entramado social importante, con universidades, revistas, museos, medios de divulgación y otros agentes. Así que la liquidación de esta autonomía es también un programa. Cuando el arte pierde sus medios de evaluación, todo se reduce a lo económico, pero también a lo político. Ahora bien, la autonomía de un artista o un autor no pasa por que no se meta en política. Si a Zola se le tenía en cuenta cuando daba un manotazo en la mesa era porque, dado que era un gran artista, su opinión política era muy respetada. Ahora pasa al revés, los artistas buscan primero la influencia política a ver si con eso les sale un poquito de arte. Siempre ha habido una esfera de arte como negocio, claro. Ahí está un escritor como Frederick Forsyth, que vende todas las novelas que quiere. A lo mejor un día se pone triste porque no le dan el Nobel, pero si se va de crucero tres días se le pasa seguro. Lo que no se puede es escribir como Cormac McCarthy y vender como Forsyth. Pero esto es lo que quiere todo el mundo.

-Ya que hablamos de autonomía, ¿la mejor forma de acabar con la de la persona es eliminar la humanidades de la educación?

-En el sistema educativo español se han hecho cosas muy dañinas. Ante todo, en la reducción de lo que es la enseñanza y en su descalificación, a base de llenarla de cosas que no son enseñanza. La enseñanza es una institución muy importante para poner freno a las desigualdades sociales. Las reformas que se han hecho, no sólo en cuanto a recortes, también en cuanto a las modificaciones para adaptar el sistema educativo a las exigencias del mercado, poniéndolo todo poco a poco en manos privadas, han sido muy perjudiciales. No niego que la universidad deba estar al servicio de la sociedad, ni que los ingenieros deban saber hacer puentes. Pero piensa que antes de la Ilustración, en España, la formación estaba mucho más adaptada que ahora al mercado laboral, básicamente porque en cuanto la gente tenía edad se ponía a trabajar. Luego fue la Ilustración la que inventó ese periodo de tregua llamado enseñanza en el que se podía hacer algo a favor de la igualdad social a través de un conocimiento no regido por los requerimientos inmediatos del mercado. En la medida en que eso se va troceando y erosionando, el daño que se hace al conocimiento que pueden tener las sociedades es enorme. Eso que llaman humanidades no son más que los dispositivos científicos a través de los cuales una sociedad se conoce a sí misma. Si eliminamos eso estamos perdidos, por más que a veces a las sociedades no les haga gracia conocerse a sí mismas. Eso sí, por suerte o por desgracia esas necesidades no van a desaparecer. En este mundo no todo es lucro, aunque sea porque nos morimos.

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