Cultura

Tres culturas, tres motivos para un pueblo

  • La inauguración del Festival de Frigiliana congregó el pasado jueves a más de 20.000 personas

Parecía flor de un día, pero el modelo de ideal pacifista en que ha venido a convertirse la al-Andalus medieval sigue cautivando adeptos a través de festivales, encuentros, ciclos de conciertos y otras propuestas que, especialmente en la provincia de Málaga, han encontrado un excelente caldo de cultivo. No hay verano en que estas convocatorias se queden sin el protagonismo esperado; de hecho, cuando mañana domingo concluya el Festival de las 3 Culturas en Frigiliana, estarán culminando los últimos detalles en la preparación del Festival de la Luna Mora de Guaro, que arranca el próximo fin de semana. La supuesta confraternización entre musulmanes, judíos y cristianos en el estado de confesionalidad musulmana que se extendió en la Península Ibérica hasta el fin del siglo XV, por mucho que ponga en bandeja una interpretación históricamente criticable y dudosa, representa una utopía especialmente válida en este siglo XXI, cuando las distancias entre Oriente y Occidente parecen aún más extremas y los referentes culturales se convierten en acérrimos agentes identitarios. La inauguración de la tercera edición del citado Festival de Frigiliana, el pasado jueves, demuestra con creces que si la utopía no ha resultado aún demasiado práctica para impulsar una cierta Alianza de Civilizaciones, sí genera beneficios muy rentables para los municipios capaces de aprovechar su embrujo.

Más de 20.000 personas acudieron a la puesta de largo de un certamen que ofrece, como primer atractivo, el hermoso marco natural en que ocurre. Las blancas y empinadas calles de Frigiliana se inundan de banderines de colores, los bares y establecimientos de hostelería ocupan las aceras con barras montadas para la ocasión y por todas partes suenan músicas relacionadas con las tres culturas, desde el klezmer judío de Europa del Este hasta las nubas del Magreb. Los comercios de todos los sectores abren hasta bien entrada la madrugada. Hay para todos: la población de Frigiliana se multiplica por siete durante cuatro días y hasta el alcalde contribuye desplegando sillas. La del jueves resultó la más exitosa de las inauguraciones de la corta historia del festival, con una mayor implicación de los vecinos y una mayor complicidad argumental: todas las taperías ofrecían menús especiales sobre las tres culturas. Especialmente concurridas fueron las jornadas gastronómicas del restaurante El Mirador, con actuaciones musicales.

Desde primera hora, con el pregón y la exhortación municipal, los visitantes comenzaron a campar a sus anchas. La mayoría procedían de las comunidades de residentes británicos de la Costa del Sol Occidental y ponían a prueba las dotes lingüísticas de los responsables de los puestos del mercadillo. En ellos se podían adquirir piezas de artesanía y productos gastronómicos tradicionales, como quesos, embutidos y miel. Ya a la tarde se celebraron los primeros talleres, una sección del programa que este año se ha visto sensiblemente reforzada. Especial aceptación tuvo el que impartió el músico y especialista en folclore español Eliseo Parra -quien ofreció un concierto anoche- en la Casa del Apero, donde disertó sobre la necesidad de cantar. Alguien decidió tomárselo al pie de la letra: un hippie melenudo se desgañitaba ya a la noche, armado con una guitarra acústica y un micrófono cascado, contra el que improvisaba sus letras armadas de espíritu libre, aromas a ciertas hierbas y buen rollo general.

El Ayuntamiento de Frigiliana ha puesto especial empeño en contener la obligada bulla en el pueblo. La puesta en funcionamiento del nuevo parking municipal alivió los caos de tráfico de los años anteriores, aunque las filas de automóviles estacionados llegaban hasta la cuneta de la carretera a Torrox. De cualquier forma, la sensación habitual era de orden y seguridad; el clima familiar predominó sobre otros excesos, un punto a favor por el que el Festival de las Tres Culturas de Frigiliana sigue sobresaliendo. Algo tendrían que ver, seguro, los numerosos agentes de Policía desperdigados por todas partes.

Con unas cuantas empanadas en el estómago y algunas pulseras nuevas en el antebrazo, el broche final lo puso Concha Buika en el polideportivo, con el primero de los cuatro conciertos programados. Condenada a un sonido infernal por las malas condiciones acústicas del recinto al aire libre, la mallorquina desplegó sus armas de seducción para presentar su último disco, La niña de fuego, arropada por un cuarteto en el que destacó la solvencia a la percusión de Horacio El Negro. Desde bien pronto, y con el viento en contra, la cantante demostró que la copla es el palo donde mejor se encuentra; habrían sido deseables mejores ondas para escuchar su versión de Mi niña Lola susurrada, bajito, que es como esta mujer mejor se defiende. Pero no importó: su impostación, su puesta en escena y la inteligente construcción de los arreglos por parte de los músicos bastó para dar por buena la velada al final del recital. Nadie, a esas alturas, se acordaba ni de los moros ni de los judíos, ni mucho menos de los cristianos. A ciertas horas de la madrugada, todo hijo de vecino reza al mismo Dios.

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