Francisca Aguirre- Poeta

"El intelectual debe ser alguien que vaya dos o tres metros detrás de sí vigilándose"

  • La autora, Premio Nacional de Poesía 2011, inaugura hoy en el Museo Picasso el nuevo ciclo de lecturas organizado en colaboración con el CAL, en el que también participarán Ángela Vallvey y Rafael Ballesteros.

La escritora Francisca Aguirre (Alicante, 1930), Premio Nacional de Poesía 2011 por Historia de una anatomía, inaugura hoy a las 21:00 en el jardín del Museo Picasso Málaga la cuarta edición del ciclo de lecturas Poesía en el Picasso, organizado en colaboración con el Centro Andaluz de las Letras y que continuará durante el mes de septiembre, cada jueves, con la participación de Ángela Vallvey, Rafael Ballesteros y Felipe Benítez Reyes. Tras Historia de una anatomía, la última obra publicada por Aguirre es Los maestros cantores, escrito entre 1992 y 2000 aunque inédito hasta finales del pasado año, cuando vio la luz como libro independiente con motivo del vigésimo aniversario de la editorial Calambur.

-¿En qué consiste Los maestros cantores?

-Es un homenaje que yo hice a los poetas de mi corazón. Digamos que consideré que tenía una deuda con esos grandes de todos los idiomas, no sólo españoles, y escribí ese libro porque creo que sentía que debía dar noticia, dejar por escrito, lo que todos ellos han hecho por mí. Entre ellos hay dos prosistas, Cervantes y Kafka. Es un libro de poemas en prosa por el que pasan, entre otros, Jorge Manrique, Garcilaso de la Vega, Santa Teresa de Jesús, Quevedo, Rilke, Juan Ramón, Fernando Pessoa, César Vallejo, Cernuda o Bécquer.

-¿Qué ha aportado a sus obras la lectura de estos poetas?

-Eso es imposible de decir. A mí personalmente cada uno de ellos me ha aportado una manera de mirar el mundo y de contarlo distinta. Lo que te deja un poeta es una manera de ver el mundo, de entender la vida, de utilizar la música del idioma... Eso es lo que me ha ido dejando cada uno de ellos de manera distinta. No es la misma manera de mirar el mundo la de Bécquer que la de Quevedo, pero el uno y el otro coexisten, no se podría prescindir de ninguno de ellos. ¿Cómo vamos a prescindir de Manrique? ¿Y por qué he puesto a Cervantes? Porque es casi un poeta contando el mundo, contando la realidad, viendo gigantes en los molinos. Eso es propio de un poeta, ver lo que no existe, lo que no hay, lo que es de otra manera. Y eso lo hizo Cervantes viendo la vida desde la manera más piadosa que yo he encontrado nunca. Por ejemplo, la Carta de Derechos Humanos está en el Quijote ya con La aventura de los galeotes. Si son reos, ¿por qué quiere defenderlos el Quijote? O La pastora Marcela, que es la historia de la dignidad de las mujeres. ¿Por qué tiene Marcela que enamorarse de quien se enamora de ella? Marcela es única y lo que quiere es su libertad, y eso defiende el Quijote.

-¿Qué lee ahora?

-Mi casa es una casa llena de libros. Somos escritores los tres, mi marido [el también poeta Félix Grande], mi hija y yo, y seguimos leyendo y comentando. De vez en cuando hacemos lecturas poéticas.

-¿Qué dificultades ha tenido para abrirse camino en la poesía?

-Yo empecé tarde porque soy autodidacta y quería que mi primera obra fuera un libro correcto, no el libro de una aficionada sino el de una escritora, y por eso tardé seis años en darle el visto bueno. Empecé a escribirlo a una edad normal, pero no lo publiqué hasta los 42 más o menos. Fue Ítaca y me dieron el premio Leopoldo Panero por él. Y lo que me pasó es que me quedé sin generación a la que pertenecer y eso siempre es un handicap porque los profesores de literatura han descubierto que el sistema generacional les sirve mucho para incluir en grupos, encuadrar y juntar a los unos con los otros. Cuando se queda un personaje sin generación es como un perro apaleao, que no sabe nadie qué hacer con él. Después, una vez que empecé a publicar, lo he hecho periódicamente y además tengo muchos libros premiados.

-Fue una niña de la guerra, a su padre lo asesinaron... ¿Han influido estas vivencias personales en su obra?

-Absoluta, total y radicalmente siempre. El don de la memoria es un milagro. Tenemos memoria y por eso somos personas, porque recordamos lo bueno y lo malo, lo alegre y lo triste. Si no tuviéramos memoria no seríamos personas y entre otras cosas no podríamos elegir, porque sin recuerdo no tienes término comparativo. Ni siquiera podríamos perdonar. Así que la memoria es todo, es nuestra columna vertebral. Soy una defensora apasionada de la memoria.

-¿Lee a los jóvenes autores? ¿Qué piensa del panorama poético?

-Sí claro, además tengo una hija poeta y vengo leyendo lo que se publica. Ahora mismo pasa como siempre. Hay cosas distintas, cosas con débito a los anteriores, y están como siempre los novedosos, los hijos de su tiempo. Y eso viene sucediendo así desde que el mundo es mundo. Simplemente hay que tener cuidado y no creerse demasiado las cosas que uno mismo dice. Luis Rosales, que era un grandísimo poeta y un ser maravilloso y me enseñó a tener ecuanimidad y no precipitarme nunca en el juicio, decía que las ideas son buenas para muchas cosas pero para la poesía no; o sea, el poeta no debe tener ideas, debe tener emociones, sensaciones. Pero el intelectual propiamente dicho debe ser alguien que vaya siempre dos o tres metros detrás de sí mismo vigilándose y vigilando lo que hace y lo que dice porque la precipitación es muy mala. Para equivocarnos siempre tenemos tiempo.

-El pasado año consiguió el Premio Nacional de Poesía con Historia de una anatomía. ¿Le ha ayudado a que se revalorice su obra?

-Pues eso no lo sé. Pero creo que la poesía no es una cosa que esté muy en valor. Está en valor entre los sectores que aman la literatura, no sólo la poesía, sino la novela, el cuento... Pero digamos que frente aquellas artes como el teatro, cine, ballet, música o la novela, que dan dinero, la poesía siempre ha sido minoritaria. Y creo que sigue como en el siglo XVII, porque entonces ya se decía: "Aquí le enterraron de balde / por no hallarle una peseta, /¡no sigas!; era poeta". Pues sí, salvo alguna que otra vez que te dan un premio... Pero a diario la poesía sirve para lo que decía el gran Octavio Paz: llorar y celebrar el mundo.

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