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Los misterios del 'dub'

  • Tras entregar uno de los títulos más destacados del pasado 2013, Bill Callahan realiza un movimiento inesperado y publica un disco de remezclas de aquel celebrado 'Dream River'

"El dub es una cosa espiritual, abstracta, visceral, mística. Finita e infinita al mismo tiempo. Profundamente enraizada en la tierra y en el espacio exterior", reflexionaba Bill Callahan (Maryland, 1966) cuando el periodista Chad Parkhill lo interrogaba en una interesante entrevista para The Quietus sobre su inesperado interés por los procesos y resultados del dub, aquellas técnicas de grabación desarrolladas en Jamaica en los 70 por magos como Lee Scratch Perry que terminarían deviniendo en un género en sí mismo.

Se entiende mejor la sorpresa si se atiende a la trayectoria de Callahan, artífice, tanto bajo el primerizo alias Smog como después con su propio nombre, de una larga y venerable discografía afianzada en el folk norteamericano y su tradición lírica. Y en ese escenario, sobre todo a partir de Sometimes I Wish We Were an Eagle (2009), es un protagonista de altura y peso al que pocos en el nutrido pelotón de cola pueden soñar con hacer sombra.

La extrañeza, generalizada desde el mismo anuncio de la publicación de un disco de remezclas del álbum Dream River (2013), parecía responder entonces a una imagen prejuzgada de la tradición a la que Callahan se vincula, a priori ajena a las múltiples corrientes cuya identidad configura un ADN en el que el dub es parte significativa. Error: nuestro hombre no sólo es ese atribulado letrista de voz grave e imponente; también es un músico mayúsculo con una progresión sonora excepcional, muy distante ya de la austeridad de Smog, en sus tres últimas entregas, los mencionados Sometimes I Wish We Were an Eagle y Dream River y, por medio, el no menos espléndido Apocalypse (2011).

Así pues, ¿dub? Pues sí, dub. Callahan se reconoce fascinado por aquellos espacios y atmósferas, texturas y volúmenes, salidos de sencillos estudios de grabación en los que las limitaciones tecnológicas quedaban en un segundo o tercer plano frente a la imaginación y el riesgo aventurero. Estudios, desde luego, muy anteriores a la elasticidad propiciada por la revolución digital, en los que el término grabación recuperaba parte del sentido físico de su acepción original para esculpir en el plano del silencio emociones espaciales y estados de consciencia alterados.

Ésa es, se intuye, la misteriosa cualidad "espiritual, abstracta, visceral, mística" a la que se refería nuestro protagonista, reivindicada de manera recurrente y periódica desde ámbitos dispares -vale la pena, por ejemplo, recuperar las incursiones en el género de un francotirador del calibre de Bill Laswell en títulos como Ambiance Dub (volúmenes 1 y 2) o Dub Meltdown, todos de 1997- y aún hoy plenamente vigente.

Have Fun With God, de la primera a la octava canción, es la estricta reconstrucción en una personal clave dub de Dream River, probablemente uno de los títulos indeludibles del pasado año. Y es personal porque Callahan prescinde casi por completo de elementos tan identificables en el género como la cadencia rítmica o el uso (y hasta abuso) del eco para centrarse en su atmósfera brumosa y en la particular disposición espacial del sonido.

El delicioso resultado, apreciable por cualquiera con el oído hecho, recompensará quizás de manera especial al seguidor de antaño, que comprobará cómo la inquietud del músico sigue intacta y presta a seguir probando.

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