Tatiana Tibuleac | Escritora

“Los escritores no deben subestimar a los lectores: seguro que son más inteligentes”

  • La moldava, autora de las novelas ‘El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes’ y ‘El jardín de vidrio’, es una de las protagonistas de la nueva edición de ‘Málaga 451’ este viernes en La Térmica

La escritora Tatiana Tibuleac (Chisinau, Moldavia, 1978).

La escritora Tatiana Tibuleac (Chisinau, Moldavia, 1978). / La Térmica

Residente en París desde 2008, Tatiana Tibuleac (Chisinau, Moldavia, 1978) es autora de una producción literaria en lengua rumana aún breve pero reconocida en la primera línea de las letras europeas. En España, la editorial Impedimenta ha publicado sus novelas El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes, una cruda y a la vez redentora historia sobre una relación maternofinial; y El jardín de vidrio, una obra ambientada en los últimos años de la ocupación soviética en Moldavia con la que obtuvo el Premio de Literatura de la Unión Europea. Tibuleac es una de las protagonistas de la nueva edición del festival literario Málaga 451. La Noche de los Libros, que vuelve este viernes a La Térmica de nuevo bajo la dirección de Txema Martín.

-En El jardín del vidrio los personajes se debaten entre su lengua rumana y el ruso impuesto desde la URSS. Ésa es una experiencia que usted conoció en su infancia. ¿En qué medida se siente usted como una novelista que escribe en una lengua extranjera?

-Yo escribo en rumano, que es mi lengua. Pero sí que creo que el lenguaje precede a las personas. Es cierto que determinadas cosas se expresan mejor en un idioma concreto, aunque para otras no termina de existir un idioma idóneo. Escribí El jardín de vidrio preguntándome cuánto hay en mí de ruso y cuánto hay de rumano, porque en mi escritura acudo a las dos identidades, y de hecho es en el lenguaje donde esa cuestión tiene más peso, hasta el punto de que el lenguaje es uno de los personajes principales. Escribo sobre el lenguaje como si ocupara un espacio, como si se tratara de un ser vivo. Y supongo que tiene que ver con el hecho de que en Moldavia no pudimos expresarnos en nuestro idioma durante muchos años. Lo empleábamos sólo de manera clandestina, en lugares ocultos. Cuando publiqué El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes mucha gente me preguntaba si yo era rusa o rumana, o una polaca que vivía en Francia, y no era fácil explicar de dónde venía. El jardín de vidrio es un intento de explicarlo.

-Sus dos novelas abordan la maternidad aunque desde perspectivas muy distintas. ¿Esa conexión fue premeditada?

-A menudo me preguntan por qué escribo historias de mujeres, y la verdad es que no es algo premeditado. No suelo pensar sobre eso, es algo que viene con la historia. Pero sí tengo una impresión más concreta respecto al asunto de la maternidad. Escribí El verano a partir de mi propia historia: la relación con mi padre no fue siempre buena y esto me hacía sentir la necesidad de expresar a mi hijo todo lo que le quería, lo que tal vez, cuando él creciera, podía no resultar suficiente si sus expectativas sobre mí eran más elevadas. Pero ese libro fue mi manera de decirle a mi hijo Alexander que le quería todo lo que yo era capaz. Después, cuando escribí El jardín de vidrio no tenía necesidad de contar nada sobre esto, pero sí es cierto que pudo darse alguna conexión con lo anterior. Crecí en un mundo de mujeres, donde se daban relaciones muy estrechas entre hijas, madres y abuelas, y es algo que echo mucho de menos, lo que tal vez explica que casi todos los personajes del libro sean femeninos.

-El estilo de sus obras es crudo y directo. ¿Piensa en sus futuros lectores cuando escribe?

-Antes de El verano publiqué un libro de relatos que escribí en París y del que no suelo hablar mucho porque no considero que sea bueno. Cuando empecé a escribirlo acababa de dar a luz a mi hija y, bueno, había ahí un público bien concreto para mis historias. Conforme escribía los relatos veía a sus futuros lectores, o al menos a una futura lectora. Pero no pasó nada de esto cuando escribí las novelas. Me interesaba mucho más decir lo que quería decir que pensar en quién iba a leerlas. Cuando terminé El verano estaba convencida de que sería un gran éxito o un gran fracaso, con más posibilidades de lo segundo, pero nunca me planteé quién lo leería ni a quién podría gustarle o no. En mi cabeza sólo tenía la historia y el deseo de escribir sobre mis miedos. Creo que la emoción de lo que cuentas es mucho más importante que cómo se interpreta, porque al final cada lector la interpreta de una manera. Cuando escucho a la gente hablar de mis libros, la verdad, a menudo tengo la impresión de que no se está refiriendo tanto a los libros que yo he escrito como a los que ellos han leído.

"Escribo sobre el lenguaje como si ocupara un espacio, somo si se tratase de una criatura viva"

-¿Se siente parte de una determinada tradición literaria?

-Rara vez me siento parte algo. Soy muy tímida. La mayor parte de mi vida he trabajado como periodista, y eso ayuda mucho, porque cuando trabajas como periodista te escondes detrás de las preguntas. Te diriges a alguien no porque despierte tu curiosidad, ni siquiera porque te interese realmente, sino porque es tu trabajo, y ésa es una sensación que me gusta. Pero ahora todo es muy diferente. Ahora las preguntas versan sobre mí, y no siempre sé explicar bien cómo escribo. Sé que cuando lo hago percibo una energía en forma de cierta felicidad, de una manera muy personal, pero si tengo que explicarlo me temo que no se me ocurre cómo. Y tampoco acierto a relacionar mi escritura con la de otros. Por supuesto que hay escritores a los que admiro, pero me cuesta identificarme con alguno en concreto. Cuando pienso en escritores, pienso en gente. Yo me siento escritora cuando escribo, pero no todo el rato. Siento que todavía no he alcanzado ese estatus. Quizá necesito escribir más libros.

-Sus personajes parecen callar más de lo que dicen, ¿es una declaración de intenciones?

-Cuando trabajaba en la televisión, donde tienes muy poco tiempo para explicar las cosas, aprendí a trabajar con las palabras precisas. Es lo que hay cuando tienes que contar toda la actualidad en un boletín de treinta minutos. Ahora es todo muy diferente, puedo contar lo que quiera y como quiera, pero creo que es peor contar demasiado que no contar lo suficiente. Los escritores no deberían subestimar a los lectores: muy probablemente, son más inteligentes de lo que pensamos.

-¿Se ha escrito todo sobre los años de dominación soviética en Europa del Este, o hay que escribir más?

-Mi padre tenía un dicho sobre aquellos años: “Todo fue muy triste, pero no para todo el mundo”. Es una pena que haya que recurrir a un asunto así para que sigamos escribiendo, y, bueno, es cierto que hay mucho escrito sobre las antiguas repúblicas soviéticas, especialmente libros de Historia. Pero yo no quería escribir un libro de Historia, ni contar acontecimientos políticos decisivos de aquella época. Lo que yo quería cuando escribí El jardín de vidrio era contar la historia de una sola persona, una persona pequeña, nada importante, pero que no podemos separar de la historia de su tiempo. De manera que podemos leer esta novela de dos maneras, como la historia de un país y como la historia de una chica. Estas dos vertientes se complementan en la novela, pero la atención está puesta en la chica y en su mundo. La explosión nuclear de Chernobyl aparece en la novela, pero en ese momento la protagonista considera que tiene cosas más importantes en las que pensar y son esas cosas las que saltan a un primer plano. Que en el mundo suceda algo terrible y definitivo puede afectarte mucho menos que una ruptura amorosa. En la vida personal, todo duele siempre un poco más.

-¿Cómo valora la buena recepción de esta obra en España?

-La verdad es que al principio no podía imaginar cómo iba a recibirse la novela no ya en España, en Rumanía, sin ir más lejos. Pero me gustó comprobar cómo las sucesivas traducciones iban funcionando bastante bien. Supongo que, aunque yo sitúe mi historia en un momento concreto de la historia de Moldavia, todos los países han atravesado dificultades parecidas, en las que la gente ha tenido que luchar por la identidad, por definirse, por defender lo que son. Esta premisa también ayuda a que gente de culturas distintas encuentren su manera de leer el libro.

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