¿Turismofobia?, ¿o es al revés?

Es ‘lugareñofóbica’ la permisividad de los ayuntamientos con los dineros del turismo

Permitan que tome un ejemplo cercano (fútbol) para extrapolar esa situación vivida in situ a lo largo de años para ilustrar otra (turismo).

Una de mis certezas es que soy del Betis, ahora sin carné: ahora soy “bético de taberna y peiperviú”, que así me llama alguno. Me crié y crié a mis hijos en el barrio de mi equipo; el de mi padre y mi madre. Vivo en Heliópolis –barrio del Betis, de su estadio y su ciudad deportiva–, un privilegio, porque es algo excepcional: bautizamos a Carmen y a Marina en la parroquia del Claret. La misma iglesia en la que quien suscribe recibió las aguas junto al Joselito de mis mismos apellidos. Los crecidos en este que fue un Macondo de periferia incomparable no han podido acabar viviendo aquí, salvo unos pocos: entre lo limitada de su oferta habitacional, el éxodo a los “Cerros del Emirato” o la “Hacienda de Don Remondo”, más lo caro que se ha puesto Heliópolis, quedan pocos nativos de ocho apellidos, y ha llegado –sobre todo a los hotelitos– una legión invisible de inmigrantes con apreciable nivel de riqueza, que en no pocos casos no han reconocido a su nuevo entorno como un barrio (una zona urbana con bastantes servicios autoabastecidos), sino como una urbanización (un reparto o territorio puramente habitacional donde vive gente que se relaciona poco).

Pues bien: los que son orgullos históricos –el estadio Villamarín y los alegres días de fútbol– se van convirtiendo en una almadraba para los vecinos, que deben soportar con cada vez mayor frecuencia a un porcentaje de cafres que allí se congregan y emborrachan, o, junto con los aficionados de ley, colapsan la entrada o salida de los domiciliados. Desde demasiadas horas antes del pitido inicial. Algunos cientos se mean y empuercan de basura las aceras, zaguanes y lo que haga falta. Reyertas. Con el ponerse de perfil del club más allá de sus fronteras de hormigón, con la vista gorda de las autoridades políticas, con la manga ancha del gasto en limpieza, y con los apuros policiales. Con la ganancia, eso sí, de negocios del sitio, que dan vida al lugar incluso cuando no hay partido o concierto multitudinario o encuentro de Testigos.

Ahora, el Real Betis Balompié SAD quiere cambiar radicalmente un estadio proyectado hace años y por concluir, un recinto más que útil y aún pendiente de amortizar, y convertirlo en uno galáctico y guggenheim, con redundantes aprovechamientos comerciales, comiéndose un par de hectáreas de zonas públicas otrora programadas como verdes: el enésimo privilegio del dios fútbol. Un coliseo impagable por un equipo de clase media –grande donde los haya, pero esa es otra cosa–. Y complicadísimo de construir. ¿Qué está pasando ahí? Algo no muy distinto en esencia que lo que sucede con Su otra Majestad, el Turismo: que los lugareños (los del barrio... como los venecianos, los praguenses; los sevillanos, gaditanos, granadinos, malagueños, etc.) se ven dañados y alienados por los forasteros y los inversores más o menos lejanos.

Nueva York comienza a erradicar los apartamentos turísticos en casas de vecinos: exige que esas pensiones encubiertas y faltas de control que son cama caliente de rotación continua de gente desconocida estén obligadas a que su propietario, que pudiera ser una sociedad con sede en Luxemburgo o un ahorrador de Ámsterdam, esté físicamente en la pensión AirBnb/Booking: que sea el inversor el que controle a sus inquilinos efímeros, dos como máximo, y no que su vecino inocente sea la víctima de su ganancia. ¿Encuentra usted turismofóbica a la actitud del ayuntamiento de NY... o es lugareñofóbica la permisividad perezosa de los ayuntamientos con los dineros insostenibles del turismo sin coto? ¿Es fobia la del vecino que soporta a los hinchas beodos, o son los hinchas beodos y sus cómplices municipales los que tienen fobia a los ciudadanos normales?

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