El directivo

La Federación necesita adecentarse y erradicar el estilo facineroso de Villar y Rubiales

Cuando aterrizabas, por concurso, en un departamento, se te solía asignar a una asignatura de primero o segundo; una gloria de mili. Por entonces, explicábamos un tema sobre estilos directivos: jefes orientados a la tarea, o bien a las relaciones; líderes carismáticos, líderes laissez faire, directivos participativos o controladores. Pero la universidad no es una escuela de praxis –la práctica: de suyo contingente–, sino que etimológicamente deja claro que lo que se tratan allí son universales, esto es, modelos teóricos (a mucha honra). Interpretaciones simplificadas de la realidad, y un paquete de herramientas prácticas, dado que la práctica, reiteremos, es algo absolutamente cambiante: suelo recordar a un compañero, hecho empresario de cierto éxito, que se quejaba de que en la facultad no nos enseñaron a hacer declaraciones de IVA. Se pregunta uno: ¿y para qué?, cuando ese tipo de formularios los resuelve una máquina, y además cambian cada dos por tres. No es universitario hacer de la casuística categoría.

Hay otros asuntos directivos que uno aprende y quizá enseña. Esquemas sobre el poder de Mintzberg y otros compañeros mártires: en cosas de empresa, los mártires y los conceptos amortizados –término que viene de muerte– son muchos y acelerados. Las puestas en escena en forma de conferencia visionaria son habituales, aunque envejecen malamente. Lo que de verdad nadie te explica técnicamente en la carrera, ni en ningún lado, es que abunda el granuja vestido de limpio. Gente que maneja un poder casi omnímodo, o al menos bastante blindado, que un tren económico les puso de la mano, para ellos –en general, ellos– comenzar a levitar varios metros sobre el suelo, creerse que su organización es un coto privado que pagan otros; conceder favores y mamelas para mantener su poder o –casi peor– hacer de rey mago, pero siendo ecónomo y austero... con los críticos. Peor: tiranizar a los empleados, generando una corte de pelotas, o de personas dependientes de un sustento. No hay nada menos empresarial que acosar (¿sexualmente?) a los subordinados queriéndose creer que eso no es poder, sino categoría personal (¿sex appeal?). El motor de su éxito: el poder, pone. Hay leyes sobre el asunto en todos los países democráticos. También hay tramposos/as que abusan de la ley. Es largo y tortuoso el camino.

¿Cómo puede Rubiales, ese hombre basto y sin duda muy astuto, llegar a tocarse como un supporter beodo su paquete, ¡junto a la Reina!, en un palco de la final de un Mundial, afirmando su convicción de ser macho alfa. Levantar en peso agarrando los muslos de una jugadora, meter el famoso pico a otra a la que –dijo ella– aquel gesto incomodó; llamar “tontos del culo” al universo mundo? ¿Cómo pudo? Por un estilo directivo feudal, por el poder excesivo. El que corrompe excesivamente. El problema, ya en términos organizativos (RFEF), es por qué es factible que este individuo siga en ese puesto. No cabe sino pensar que el fútbol español –que era hasta ahora masculino– está lleno de secretos. Una constelación de dineros ingentes, estrategas dudosos vestidos de limpio, lavadoras de billetes, permisividad fiscal, recalificaciones, estadios desmesurados, dineros egipcios, tolerancia gubernativa, dádivas urbanísticas en contra de todo PGOU o de sus declaraciones de zonas verdes. Un juego de intereses que blanquean subterfugios, coartadas. Un negocio dirigido, en casos como el de Rubiales, por sujetos zafios e impresentables –en sentido estricto–, que ostentan su metralleta y su mosquetón desde el estribo del Cadillac al que lo han aupado otros. Otros que tienen mucho que callarse. Si no, ¿de qué ese “estilo directivo”? Gracias al fútbol femenino por airear sábanas.

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