Lo vuestro es puro teatro

“¡Los de colorado son los nuestros!”, decía, enloquecido, Bilardo a su masajista

A estas alturas de la semana se ha comentado casi todo sobre el debate entre los dos principales candidatos a la Moncloa y, ahí es nada, sobre sus respectivas opciones de llegar a acuerdos con legislativos quiénes y a cambio de qué: es la democracia; nadie dijo que fuera perfecta, sólo es posibilista. Que ganó Feijóo resulta claro, y mira que Ana Pastor se fajó cuanto pudo, arrancándose ella algún galón de su notable rango periodístico. Pero lo más claro es el mal ejemplo que se ofreció. Qué podemos esperar de las charlas de recreo de colegio o de las reuniones de comunidad de vecinos, si el mismísimo presidente del Gobierno argumenta como quien se pelea en una barra, sin dejar hablar, haciendo infantiles aspavientos y muecas, como fuera de control y lejos de cualquier buen talante discursivo: ostentando mala educación. ¿Es aplicable aquí el “y tú más”, y decir otro tanto de la actitud y maneras de Feijóo? No, el gallego estuvo más sereno y argumentativo, dentro de su natural falta de carisma (por cierto, líbrenos la fortuna de los carismáticos, pero ese es oro asunto). Si el inquilino de la Moncloa se comporta así, apaga y vámonos.

En este país tan polarizado, opinar sobre un asunto resulta bien cosa de fan–apócope de fanático–, o bien resulta como equidistante y poco de fiar: aquí pone lo furibundo, y por tanto acrítico. Un gran aburrimiento intelectual. Por eso lo diré: solicitado el voto por correo, no tengo idea de a quién votaré, a estas alturas. Por cierto, Correos y la gestión del voto por correo es la nueva excusa para no hablar de nada que en realidad importe a los hogares. El tono del debate presidenciable me recordó a una frase de Francisco Mena, profesor mío para mi suerte y la de tantos, cuando los adolescentes o jóvenes nos alborotábamos por responder a alguna de sus preguntas: “Que calle uno y hablen todos”. Qué lamentable forma de debatir. Y mira que eran sólo dos. No se escuchaba nada claro, ¿no habría nada que decir? Y, para colmo de surrealismo, los moderadores (?) aplaudían a los contendientes por su autocontrol en los tiempos y las maneras. Desquiciante.

Otro rasgo significativo del debate es que cada contrincante esgrimió como si fueran hachas de guerra datos sobre inflación, paro y crecimiento económico. En este toma y daca macroeconómico, que basculaba entre el guirigay, entre lo triunfante y loro de Sánchez y lo algo indocumentado y bastante artero de Feijóo, se trajeron a colación estadísticas e indicadores contrapuestos sobre el mismo asunto. Una y otra vez. Esto nos conduce a una conclusión: o alguien mentía, o mentían los dos. Unos dos de entre los que saldrá el próximo presidente del Gobierno de este país; al parecer, Núñez Feijóo. Inquietante mentidero, ¿no les parece? La segunda conclusión es que nuestros candidatos a la cumbre política y gubernamental se saben de la misa la media, al menos en asuntos económicos de primerísimo orden (empleo, inflación, PIB, hasta si Zapatero congeló o no las pensiones), sobre los cuales las estadísticas oficiales son eso, oficiales: no conejos extraíbles según la chistera de quien las cite o esgrima. De forma que si un orador dice, por poner, 2%, debe saber rebatir si es o no es un 2%, y no, otro poner, un 10%. Por bajar la pelota al piso: si usted habla de algo con pasión y certeza, o alternativamente lo refuta y niega, que al menos usted tenga argumentos: que se haya aprendido la lección. Asesores los hay, y a manojos. Claro, que, si la verdad puede esperar, pues hala todos, a votar sin mayor causa que la camiseta, ancha es Castilla. La verdad, ¿no cotiza? “¡Los nuestros, los de colorado son los nuestros!”, decía, enloquecido, Bilardo a su masajista cuando este quería atender a un contrario. “Pisalo, pisalo”. Puro teatro.

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