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No fue el famoso Brecht, sino el mucho menos conocido Niemöller quien advirtió del ascenso de la tiranía sobre los lomos de la indiferencia: "luego vinieron por mí / y no quedó nadie para hablar por mí". Burke remató (¡vaya verbo apropiado!): "lo único necesario para que triunfe el mal es que los hombres buenos no hagan nada". Estoy convencido de que la panda de imbéciles con ensoñaciones golpistas que han vomitado sobre sus antiguos uniformes tienen pocas lecturas y menos reflexiones. Pero haré el esfuerzo de situarles. Y situarme.
No debo ser muy sospechoso de apoyar al gobierno. Con carácter general, me parece un conjunto político muy prescindible venido a más, dirigidos por el oportunismo más ramplón de los últimos años, errático, tahúr y palabrero. Pero es el gobierno legal y legítimo de mi país, una democracia consolidada, con la responsabilidad de formarse por el único mandato asumible bajo el imperio de la ley, las urnas, y la cobertura precisa en garantía de la soberanía popular, su elección parlamentaria con arreglo a la Constitución. Mucho de lo que hace, y más de lo que no hace, no me gusta. Mi voto no sirvió para que llegara y, con casi total seguridad, no sumará para que continúe, pero, insisto, es el gobierno de mi país. Y que lo sea, supera el dato circunstancial de quién lo componga.
Sé que nos condujimos hacia la democracia que disfrutamos desde los estertores de una dictadura, cuya última imagen protagonizada por un anciano moribundo no resta ni un gramo a la crueldad, tiranía y papanatismo que la presidieron durante 39 años. Sé también que la nostalgia de aquel capítulo infame se ha mantenido viva en libertad, escorada en la anécdota inútil, larvada en el silencio embozado, mascando su bravucona altanería con brandy peleón y puros secos. Es decir, sé que estaban. Pero también sé que no se atrevían. Lo trascendente ahora no es que verbalicen, como siempre han hecho (¡valientes, ar!; se sienten, ¡coño!), que debería fusilarse a 26 millones de hijos de puta, sino que no reciban el repudio de los parlamentarios interpelados moralmente como receptores de su botín imaginario, hoy por hoy. Si sacan a pasear su bilis, la indiferencia no es bastante.
Es ruin y desleal la transformación injusta del verde caqui a marrón mierda que procuran estos tipos sin huevos ni ocupación, pero es peligroso y maniobrero el abrigo y el altavoz que les da el extremo político verde chillón (eso no es simpatía, se llama coordinación) y el silencio calculado de la alternativa al gobierno (eso no es estrategia, se llama error).
Quitarle importancia es no verlo venir y ni por si acaso. Merece el rechazo de todos los demócratas, en rojo y en azul, y sumar la voz para decirlo y el poder para desterrarlo. Yo soy uno más.
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