Camino del cole

Propongo dibujarles la necesidad de vivir, de ser felices con ellos y con el mundo que les rodea

Toca ir al cole. Por fin, para unos. Por desgracia, para otros. La fiesta del reencuentro, del cambio, del incipiente bigote y las hormonas. El día amaneció con extrañas sensaciones. Recordé nuestra etapa de hijos, la de sentirse incomprendido cuando tu padre te regañaba, la de pensar que era imposible que hubiera otros más severos que ellos. Y no digamos si la conversación giraba sobre la hora de vuelta a casa. Siempre había uno que le dejaban más que a tí, un padre de los de manga ancha de verdad, uno que justificara y diera rigor a nuestra juvenil protesta, al desapego adolescente, a la eterna sensación de sentirse incomprendido.

El paso del tiempo dejó la sensación de no haber sido buenos hijos. O de no haber sido todo lo buenos que debiéramos haber sido. Nos queda el cargo de conciencia, no habernos desdicho de muchas cosas cuando a solas nos arrepentimos, cuando nos maniató el miedo a confesarlo. Apenas dejó tiempo para, con la boca pequeña, dibujar un “perdona”, “estaba equivocado”. Apenas un guiño de complicidad, de mesura, de hacer ver que aprendimos su lección de vida.

Esa sensación de deuda paterna va quedando de generación en generación, y hoy nuestros hijos repiten la misma historia: mismas expresiones, mismos desapegos, mismas desaprobaciones… y surge la duda de ser su padre o, como dice el bueno de don Emilio, simplemente su colega. Por supuesto, salvando las distancias de la forma en que ahora entendemos la vida, la familia, la sociedad… pero nunca cambiando el lugar, la norma, ni el oficio. Ni el amor incondicional que también entregamos a través de prohibiciones. Sentirnos en su hilera, procurando y aceptando sus caminos y la mayor parte de sus decisiones, pero ayudándoles a caminar en ellas. Nos necesitan tanto como nosotros los necesitamos. Quizá por ello, hoy, camino del cole, comprendí que el cole no está al final de la calle…

Propongo dibujarles la necesidad de vivir, de ser felices con ellos y con el mundo que les rodea. Propongo enseñarles la libertad de crecer, sabiendo que en sociedad hay normas que han de cumplir conforme atraviesen etapas de su vida. Propongo aceptar sus errores, Propongo aceptar los nuestros. Propongo llorar juntos. Propongo educar seres humanos, con corazón y todo. Propongo desterrar el ombligo propio: reímos y lloramos más cuando nos dedicamos al ombligo ajeno. Propongo crecer con lo justo: lo demás, Dios proveerá. Propongo cambiar la Nintendo por una reunión en familia, el móvil por un viaje en familia, la play por un campamento Anawin. Propongo sentir antes que aprender, permitir que se equivoquen, que retrocedan, que se estrellen, que se caigan. Que vuelvan a levantarse. No será fácil para ellos. Tampoco para nosotros. Pero creo que en ello radica, antes y también ahora, el oficio de ser hijos.

Camino del cole, propongo pensar en ellos. Sólo en ellos. A fin de cuentas, los uniformes fueron sólo para sus papás…

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