Jacarandas

Cuentan que fue Celia la alcaldesa que se empeñó en colmatar las calles de la ciudad con esta especie

Pasada Semana Santa, allá por mayo, Málaga se viste con la túnica morada de las copas de sus jacarandas mientras que Sevilla se perfuma de azahar. Semanas después habrá que recoger miles de naranjas agrias de las que un día me contaron que se empleaban en fabricar mermelada. Ignoro si será verdad, pero estoy seguro de que eso, y de que caigan cientos de ellas y manchen el suelo, les importa a nuestros vecinos mucho menos que la ciudad pierda su duende. Cuentan que fue Celia la alcaldesa que se empeñó en colmatar las calles de la ciudad con esta especie porque, cuando entra en floración, el árbol tiene los colores de su bandera.

Antes, en 1870, la ciudad cubrió la Alameda con una bóveda de ficus que desde entonces se han extendido por aquellos parajes cuya amplitud permite su crecimiento. Sus siconos caen al suelo ensuciando las aceras igual que los dátiles de las palmeras, sin otra solución que plantarlas de plástico. Como el césped artificial con el que hace algunos años alguien decidió, para ahorrarse costes de jardinería, enmoquetar algunas medianas de la ciudad que aspira a ser capital de la sostenibilidad en 2027. La alternativa de los plátanos de sombra tiene en su contra que sus hojas, si no se recogen, son verdaderas alfombras voladoras y hay quien resulta alérgico a su polen, pero el Parque no ha vuelto a ser el mismo desde que los talaron. O catalpas, aunque también pierden las suyas. De hecho, a todos los árboles se les caen. En especial a los de hoja caduca, cuyas ramas dejan pasar el sol en invierno permitiéndonos disfrutar de unas calles soleadas. Y así, eliminando especie tras especie, llegamos a los Brachyichiton polpuneus que han colonizado la ciudad últimamente. Duros y de crecimiento vertical y rápido, se adaptan con cierta solvencia a las aceras estrechas hasta presentar desvencijadas formas ahiladas cuando buscan la luz y los jardineros municipales cortan las ramas que dan a las fachadas de las casas para evitar que entren por las ventanas.

La naturaleza tiene eso, que es natural y permite que mi amigo Luis Ruiz Padrón y yo discutamos si es más bella la bóveda de cañón de las jacarandas de calle Virgen de la Estrella o el palio de la plaza de la Merced. Un proceso cíclico que no deja de regalarnos escenas de una inusitada belleza y discusiones peregrinas sobre lo que ensucia este árbol. Como si los otros fueran artificiales y nosotros muy limpios.

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