Pilar Vera

pvera@diariodecadiz.com

Muerte al matasueños

Al contrario de lo que se dice, relato mata a dato siempre. Lo mata, le pone zapatos de cemento y lo arroja al río

Desde cuándo mi vida empezó a ser accesible sólo en vacaciones? Es la frase que abre Gozo, el libro en el que Azahara Alonso reflexiona sobre nuestras urgencias y la posibilidad de explorar una vida con menos.

La pregunta nos ha pasado por la cabeza a todos, aunque sepamos que una vida con menos –más allá de un eslogan de Marie Kondo– nos llevaría al “aquí hay dragones” del neoliberalismo.

No sé si podemos vivir con menos, lo que desde luego queremos es vivir más. El verano es el tiempo de la felicidad, bien sabía Almudena Grandes: esos destellos de los que muchas veces dependemos, a los que intentamos aferrarnos. En el empeño fagocitador en el que estamos, no extraña que lo asumamos mal, que lo metamos también en la rueda trituradora, que dónde ha quedado nuestro derecho humano a ver el Coliseo, a bucear entre corales (blancos), a hacer cola en el mercado de Tsukiji, a rellenar la línea de puntos. Esas carreras hacia adelante evidencian la necesidad que tenemos de huir de nuestra vida. De dejarla atrás y, si es posible, bien lejos, aunque sea unos días.

Uno pensaría que lo mismo, desde que dimos por inaugurado el Apocalipsis hace tres años, nos hemos cortado un poco, nos hemos vuelto más comedidos en nuestros excesos migratorios. Por supuesto, ha sido al revés: nos hemos aferrado con saña a las tarjetas de embarque. Hace un mes se registraba el que promete ser día récord histórico de desplazamientos aéreos. A vista de controlador, los continentes parecían invadidos por pústulas de viruela.

Es muy fácil pontificar sobre la irresponsabilidad climática, el efecto manada, el poder del localizador de Instagram. Pero, al contrario de lo que dicen, relato mata a dato siempre. Lo mata, le pone unos zapatos de cemento y lo arroja al río. Por eso, a pesar de todo, quien puede sigue empecinándose en su migración estival, en ese canto de sirena que te permite librarte durante un lapso de tiempo del grillete, y te dice que sí, que es posible, que puedes hacerte un zumo de naranja con naranjas, que te leerás toda la pila de libros que llevas contigo, que tu vida depende de que te compres una tetera con la efigie de Lady Di, que merecesel olor a protector solar, a hierba recién cortada.

Y es cierto. No hay nada como todo eso, incluido el tiesto de Lady Di. Por eso, anoche, mi hija y yo cogimos el despertador y proclamamos su muerte, la más dulce, la más ansiada. Muerte al matasueños, larga vida al sueño.

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