D ESPUÉS de que en su etapa de portavoz municipal Juan Cassá abriera la caja de los truenos, el alcalde, Francisco de la Torre, ha puesto sobre la mesa el asunto de la ampliación del centro. Dada su condición de gran metrópoli, parece, Málaga necesita un centro mayor. La extensión natural pasaría por la incorporación al área de toda la extensión perchelera hasta Vialia por una parte, que quedaría definitivamente al alcance tanto con la llegada del Metro a la Alameda como con la ejecución del plan del Guadalmedina (al cabo, sea el plan que sea); y, por otra, hacia la zona Este, hasta Pedregalejo al menos, mediante la rehabilitación de un paseo marítimo definitivamente vetusto e impropio de una ciudad de las aspiraciones de Málaga. En el fondo, cuando el alcalde habla de ampliar el centro no se refiere tanto a una modificación administrativa, sino a una ampliación de un modelo de negocio que en el centro histórico ha dado muy buenos resultados pero que, para seguir rindiendo, necesita abarcar más allá de sus límites actuales. Y todo esto, claro, tiene sentido: si alquilar un local de quinientos metros cuadrados en la calle Larios sale por 120.000 euros al mes, un 17% más que hace sólo un año, y en la Alameda ya empiezan a barajarse precios similares dado el flamante trazado que se preparan a disfrutar malagueños y turistas cuando acaben las obras, ¿cómo evitar la tentación de pedir la misma cantidad en la calle Salitre, o en el paseo de Reding, o en la calle Victoria, si se dan las condiciones favorables, esto es, si a todo esto lo llamamos centro? El inminente esplendor hotelero del centro, con los equipamientos que esperan a la vuelta de la esquina en la Equitativa, el Hoyo de Esparteros, la misma calle Larios y, si sale el plan previsto, el dique de Levante, también favorecerá la llegada de otros establecimientos de igual caché, pero para ello habría que estirar la almendra un tanto. Un negocio que no crece, muere. Y, en Málaga, el dinero crece en horizontal.

Más tarde o más temprano la ciudad tendrá que afrontar un reto que no puede demorar mucho más tiempo: el de la descentralización. Pero si entendemos ésta como la instalación de franquicias y apartamentos turísticos más allá del centro dado el agotamiento del mismo, mal vamos. Precisamente, haría bien la ciudad en entender la descentralización como una oportunidad para crear espacios de convivencia, proponer nuevas fórmulas de habitabilidad con zonas verdes y áreas de esparcimiento, emprender un necesario crecimiento vertical ordenado y acorde con la fisonomía de la ciudad, favorecer conexiones alternativas y sostenibles, poner a disposición infraestructuras culturales y, ya puestos, apostar por el comercio local. Es decir, crear nuevos centros con una orientación distinta. Y sí, todo esto es perfectamente compatible con el turismo, al menos otro turismo, seguramente de mayor calidad del que hoy llegamos a convocar.

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