Quiero ser manifestante

La sociedad se ha ido acostumbrando a cumplir muchas normas que constriñen libertades

Tras casi un año de encierros, confinamientos, subidas y bajadas de olas y un desconcierto legal sin precedentes, la sociedad se ha ido acostumbrando a cumplir muchas normas que constriñen nuestras libertades. La excusa ha sido la salud, porque era lo más importante, sin embargo en las últimas semanas han empezado a tomarse decisiones que difícilmente sostienen esta premisa, y los ciudadanos cada vez están más desconcertados y, aún peor, más empobrecidos.

Nos han dicho por activa y por pasiva que vivimos en un toque de queda permanente. A partir de las 22:00 de la noche nadie debe salir de casa sin un permiso que le acompañe. En otras regiones es a las 23:00 y en alguna ha llegado a ser a las 20:00, pero por lo general la gente trataba de cumplirlo. El problema es que ahora, con la excusa del encarcelamiento de un individuo, miles de jóvenes salen a la calle de noche, sin horarios, deambulan por donde quieren y cometen todas las fechorías que deseen, ante la mirada atónita de las autoridades. Es más, si les apetece tomar una copa no tienen más que reventar la puerta de un bar y servirse ellos mismos. Y si fuera necesario algo de liquidez, se asalta un banco y pelillos a la mar.

Es lógico que todo ello sea posible cuando se hace en nombre de alguien que ha sido condenado por abusos a la autoridad, golpear a testigos, amenazar a diestro y siniestro y pedir la muerte para todo el que le apetezca. Una criatura como ésta solo puede ser ejemplo de vida para los más violentos que, portando banderas con la hoz y el martillo, se les deja que velen el sueño de los honrados ciudadanos. Y el aplauso de sus generales en jefe desde Moncloa no se ha hecho esperar, porque había que dejar claro quien manda y comanda estas hordas bárbaras. Así que ahora nos encontramos con unos cuerpos de fuerzas y seguridad del Estado, que deberían cuidar de las personas y de los bienes de un país, pero cuyos jefes apoyan a los que abusan de dichas personas y bienes. La contradicción es tal que, cuando un presidente dice que esto hay que pararlo y un vicepresidente indica que debe continuar, nos vamos sumiendo en una anarquía sin freno. A este paso cuando alguien quiera que se cumplan las normas, por ejemplo pagar hacienda u obedecer a la justicia, nadie va a hacer el mínimo caso porque, si fuese necesario, se hace uno manifestante y tiene todo el apoyo gubernamental que necesite.

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