Una vez frente al folio en blanco, siempre surgen las mismas preguntas: ¿quién leerá esto? ¿Qué pensarán? ¿Compartirán el mensaje? ¿Se aburrirán a mitad de camino? Y en todo momento una cuestión subyace a las demás: ¿Para qué servirá? He escrito opiniones sobre las bonanzas de ir a terapia esperando dar el empujón a quien lo necesitaba. He intentado abrir el ojo crítico al malagueño incapaz de ver el secuestro de su centro histórico. He hecho de abogado del diablo de causas hundidas por la devastación de la opinión pública para tratar de nivelar la balanza… Considero una obligación moral que cantantes, personajes públicos, gente que escribe o que de algún modo goza de una tribuna para expresarse, sientan ese compromiso para denunciar, ayudar o hacer pensar. Dar foco, voz o musas a quien no puede disfrutar de ellas. Y no sé cuántas veces lo habré conseguido.

Acabo de calcular cuántos artículos he escrito para Málaga Hoy y me salen en torno a 500 (y creo que he tirado a la baja). 500 ideas. 500 miedos al folio en blanco. 500 ratos cazando musas. 500 causas sobre las que investigar. 500 veces esa responsabilidad de intentar contar algo trascendente (mentiría si no dijera que otros días he priorizado escribir algo más literario, jocoso o distendido, pero ese menú en ocasiones también es necesario o aporta a quien necesita salir de una realidad dolorosa). 500 veces preguntándome si la semana que viene seré capaz de encontrar otra temática sobre la que escribir. 500 gracias al periódico por darme la oportunidad de seguir apareciendo en sus páginas.

Pero no hace falta gozar del privilegio de contar con una columna para ello. Tú también puedes. A diario, en el trabajo, en casa, con los amigos, hay un lamento que oír. Un problema que compartir o escuchar. Cientos de motivos muy por encima del sinfín de tonterías que allanan nuestro cerebro a diario. Tú, que estás ahí, lamentándote sistemáticamente porque es lunes; de que la batería de tu móvil ya no te da ni para un día; de que fulanita te ha dejado en visto en whatsapp; de que por ahora nadie se ha dado cuenta del nuevo tinte que has probado en tu pelo. Tú, ahogándote en un mar invisible de problemas ficticios, sin hacer por salir de ese desánimo congénito, también puedes escribir tu propia columna. Sin necesidad de manejar un verbo florido. Sin conocimientos de redacción ni de periodismo. Una mirada cómplice puede abrazar como lo hacen las reflexiones de Rosa Montero. Una palmada en el hombro puede ser ese chute de energía que encierra un artículo de Pérez Reverte. Un cliente o paciente con el que empatizar en lugar de pensar que te está calentando la cabeza puede generarnos el mismo buen poso que bucear por las disecciones periodísticas de Arcadi Espada.

Así que venga, despierta. Tú, que estás ahí con el café en una mano y el móvil en la otra, o haciendo un break en tu teclado para leer esto. Crea tu propio periódico. Sin portadas. Sin tinta con limón. Sin competir con nombres afamados del Málaga. Mira a tu alrededor, exíliate del individualismo, y presta unos minutos a la inquietud de alguien a quien tengas cerca. Simplemente escuchar a quien se da la oportunidad del desahogo puede ser una terapia más útil que compartir la publicación de ese perfil de psicología en Instagram. Conviértete hoy (y cualquier día) en articulista, cantante, influencer. Yo ya estoy pensando en el 501. En si seré capaz de encontrar una buena temática. En cuánto tiempo tendré los dedos sobre las teclas sin moverlos. En cuándo será la última vez que dé las gracias al periódico. En si realmente tú, por el mero hecho de existir al otro lado del artículo, me has ayudado 500 veces a mí. Y lo harás 501.

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