
Años inolvidables
Ángel Valencia
Política alicorta
Su propio afán
Me pide un amigo que escuche atentamente las intervenciones y declaraciones de don Gabriel Rufián y que me fije con cuidado en sus gestos. Mi primera reacción es dudar muchísimo de la amistad de mi amigo y preguntarle si le hecho algo malo sin darme cuenta. No, no, qué va. Habla en serio.
Sostiene que Rufián sigue siendo de izquierdas, pero que ha dejado de creer en la causa independentista. Desde luego, del cargo de diputado no se ha independizado como prometió, apostillo a mi amigo. "No se quiere independizar ni de eso ni de nada", insiste él. "Ha llegado a Madrid y se ha encontrado con un sistema mucho más abierto, sin el desdén ininterrumpido por sus orígenes andaluces que habrá tenido que aguantar de los suyos, y con mucha más libertad. Se puede percibir en sus palabras", asegura.
Mi amigo juega con ventaja porque tiene el deber profesional de escuchar todo lo que dicen todos en el Congreso y no me extraña que, para matar el rato, elucubre elaboradas teorías. Dicho lo cual, también es una persona muy inteligente y avispada y, además, del cambio de tono de Rufián ya se han escrito muchas cosas, aunque imputándolo al cambio de estrategia de ERC.
Tampoco sería ilógico porque hay una base empírica para esas cosas en las que mi amigo sospecha que ahora cree Rufián. En Madrid, seguro que ha vivido más cómodo (aparte de por el sueldazo de diputado). Sus raíces andaluzas alguna vez tienen que haberse sentido irritadas con el racismo supremacista de sus señoritos. Y desde las alturas de la sede de la soberanía nacional, tiene que verse aún mejor la futilidad del independentismo.
Entrando, pues, de lleno en el terreno del columnismo ficción, demos por bueno, a efectos recreativos, que estamos realmente ante un cambio intelectual del propio Rufián. El drama humano subsiguiente sería el propio de una novela de Graham Greene. Si dice la verdad, pierde el puesto que le ha permitido descubrirla y, sobre todo, disfrutarla. Si continúa disimulando, ha de trabajar contra aquello en lo que ahora cree y contra aquello de lo que ahora vive. Esas fuerzas contrapuestas le obligarían a aventurar esos cambios tenues de tono y sugerencias que son los que mi amigo detecta.
Yo no les propongo fijarse más porque les quiero bien. Ni yo lo haré. Dejemos que mi amigo, que tiene la obligación, siga fijándose, y a ver si nos aporta la prueba definitiva. Entonces nos alegraríamos por Rufián.
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