La ultima tortura perpetrada por el capitalismo se llama Inteligencia Artificial. Como todo invento del demonio que se precie, llega pregonando bondades, avances, mejoras. Un libreto de parabienes que camufla lo que acaba suponiendo todo este tipo de invenciones: una nueva agresión al factor humano.

La piel de cordero con la que la IA se está abriendo más hueco en el ámbito cotidiano son esos divertidos programas que te generan de manera casi instantánea imágenes según las coordenadas que introduzcas. La verdad es que deja unas buenas risas pedirle que a algún famoso lo transformen en su versión paquistaní, a tu jefe en bikini en una playa de Saturno o a tu pareja disfrazada de aquello que tanto odia. Sin embargo, la retina y la memoria nos enseñan que esconde un lobo que saca a la luz las fauces de lo peor de los gobernantes y esferas de poder. Habituales son esas convenciones de tecnología en las que los desarrolladores de IA exponen sus creaciones con amables mascotas que simulan ser perros o robots que agilizan las tareas de limpieza. No obstante, no hay que ser muy lince para inferir que las personas más poderosas y ricas y, por tanto, con más acceso a la Inteligencia Artificial, imaginan ejércitos muy solventes o máquinas más baratas que lo que cuesta una plantilla de profesionales humanos.

El mundo debe evolucionar. El progreso debe liberar al ser humano de la sobrecarga laboral. Debe optimizar recursos para abaratar costes y facilitar el día a día. La sociedad avanza a base de revoluciones, bien humanas, bien tecnológicas, es ley de vida. Pero desde hace unos años mi sensación es que los inventos han llegado para satisfacer dos de las carteras más peligrosas de los gobiernos: economía y defensa. Sin ser experto en la materia, creo que hace años que podríamos tener la cura del cáncer; más información sobre cómo combatir o mitigar las enfermedades degenerativas. Sin embargo, seguramente no sea el mejor negocio para las farmacéuticas. Y uno sigue viendo la sofisticación de guerras y empresas en nombre del dinero y el poder como apuestas más rentables.

Otra tendencia peligrosa es ver cómo abanderando la economía del tiempo buscamos más inventos que reducen nuestra creatividad. Las empresas de telecomida nos alejan del gratificante proceso que es cocinar. Las mejoras de redes sociales para que la voz sustituya a la escritura desentrenan nuestro cerebro (ya hay países que han aprobado que la escritura tecnología supla a la que se hace mano por considerarla "un adorno innecesario"). La música cada vez es más enlatada. Y ahora esto…

Estoy en contra de todo aquello que sepulte el carácter humano de las decisiones. Por ejemplo: me encanta la ciencia ficción. Soy consciente de que actuar frente a un croma no es lo más digno para la profesión y que los efectos especiales oscurecen la interpretación. Pero lo que más me gusta en esos libros y películas de fantasía es que la trama siempre versa en torno a determinaciones muy humanas. Cómo acaba el anillo de Frodo en el monte del destino. Lo que lleva a Daenerys a usar sus dragones contra Desembarco del Rey. El argumento de Thanos para aniquilar a la mitad de la población. Eso es lo verdaderamente fascinante. Y me aterra que la máquina sepulte a la persona. Que nos vendan que hace la vida más fácil (la dificultad es condición intrínseca de la vida). Que no sepamos ver que de la mano de la Inteligencia Artificial llega la Torpeza Natural.

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