A bomba limpia en la costa

Cuando la ley se muestra impotente, como vemos que pasa en el Campo de Gibraltar, algunos imponen la suya

Hace muchos años, un veterano policía me contó que una vez unos agentes que patrullaban por una urbanización de Marbella llegaron a toparse con un carro de combate que por la noche salía para proteger a los propietarios de una mansión. A estas alturas, por tanto, no hay que sorprenderse de los inquilinos que han escogido la Costa del Sol para vivir. Aquí se refugiaban en los buenos tiempos, cuando no había extradición al Reino Unido, los más conocidos delincuentes de las islas. Residían traficantes de armas, poderosos narcos y una representación distinguida de todas las mafias conocidas.

Los ajustes de cuentas tampoco son ajenos al historial criminal que salpica la zona. Y a veces con efectos colaterales. Durante años, un comisario de Policía tenía marcado en su despacho el asesinato de un niño en 2004, después de que unos encapuchados vaciaran sus armas automáticas en busca de un objetivo. Profesionales contratados para ejecutar un trabajo y luego desaparecer.

La droga, casi siempre, es el detonante. Y cuando se desencadena la venganza no hay piedad. Pueden asesinar a un padre cuando lleva a sus tres hijos al colegio, como sucedió en 2004; o cuando sale de la iglesia tras acudir a la comunión de su pequeño, como ocurrió este mismo año. Sólo que, en general, los progenitores, tratan de aparentar una vida normal y plácida en su refugió del litoral, pero el rastro de sus oscuros negocios termina por delatarles y por pasarles factura.

No sé si es que antes sólo vivían las elites de estas bandas organizadas, y pactaban evitar en lo posible las discusiones a mano armada en los lugares de residencia, y ahora todo se ha quebrado con el desembarco de una clase media de delincuentes que aspiran a enriquecerse lo más rápido posible y que atraen a compinches poco interesados en cuidar el paisaje. Lo cierto es que los episodios violentos que antes salpicaban la actualidad de vez en cuando, hasta un número "asumible", que diría el ministro de Fomento, ahora se repiten con demasiada frecuencia. Me cuentan, incluso, que algún que otro jerarca de postín, a la vista de la poca tranquilidad que disfruta en la primera línea de playa, ha optado por mudarse al interior, para así alejarse del ruido de tantos tiros. Y habría que añadir: y de bombas.

Porque cuando la ley se muestra impotente, como vemos en el Campo de Gibraltar, los indeseables acaban por imponer la suya. Una quincena de episodios violentos podemos ya contabilizar este año entre asesinatos, tiroteos y secuestros, la mayoría de ellos a la vista de todos. Y ahora también han comenzado a perderle el miedo a colocar artefactos explosivos. ¿Qué falta?

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