Sólo parecen cifras, números sin más de los muchos que los medios de comunicación publicamos diariamente sobre mil asuntos. Pero a veces perdemos la perspectiva por lo cotidiano de esas cifras y se nos olvida que detrás siempre hay historias personales, dramas difíciles de asumir en una sociedad privilegiada en la que nos ha tocado vivir, y pone de manifiesto la insensibilidad que podemos llegar a demostrar cuando un hecho se termina convirtiendo en habitual. Un total de 4.655 refugiados e inmigrantes indocumentados han fallecido en lo que va de año en su intento de cruzar el Mediterráneo, convertido ya en un cementerio. Casi 1.100 muertes más que en 2015, según los últimos datos de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), por culpa de una realidad que en Europa tratamos de disimular. No se puede seguir mirando para otro lado ante la magnitud de esas cifras, esas que esconden los sueños truncados de miles de personas que tratan de buscar una vida mejor alejada del sin sentido de las guerras, la miseria del lugar donde han nacido y la inseguridad de países donde los derechos humanos no son una garantía de nada. Invierten lo poco que tienen para salir de las desgracias que los atormentan y se embarcan con lo puesto en una odisea que rara vez termina con un final feliz. La mayoría ni lo saben. Los engañan apelando a sus más íntimos deseos, a sus ardientes esperanzas de encontrar un mundo mejor en el que vivir. Quizás si supieran realmente de antemano la pesadilla por la que tienen que pasar probablemente también lo harían porque muchos no tienen opción. Pero si el Mediterráneo no engulle sus ilusiones por el camino, el futuro que les espera no es mucho más prometedor. Muchos son devueltos a sus países de origen casi sin haber pisado tierra europea y los que se terminan quedando tienen que empezar de cero en la soñada Europa donde pronto se dan cuenta que no es lo que habían soñado. Unos 345.440 refugiados e inmigrantes indocumentados han logrado llegar a algún país europeo este año. Pero aquí no lo tendrán fácil, no somos lo que esperan de nosotros. Preferimos mirar para otro lado, no tender la mano a quienes huyen del horror, a los que no tienen más alternativas que la muerte o la opresión, y seguir permitiendo que el Mediterráneo se convierta en un silencioso cómplice de tanto drama, de tanta desgracia que nos parecen ajenas.

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