La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Contra el corazón de las libertades

¿Volveremos a oír que hay que acostumbrarse a esto, como si la vida de los inocentes fuera el precio de la normalidad?

Las terribles imágenes de los sucesos de Londres me hieren profundamente. ¿Más que otras de dolor y muerte que cada día nos llegan? Sí. Quien diga que siente por igual todas las víctimas no siente nada por ninguna. Quien dice amar a la Humanidad suele ignorar a los individuos reales y próximos. Dickens, ya que hablamos de Londres, caricaturizó en la señora Jellyby de Casa desolada esta falsa filantropía. La señora Jellyby vive por y para los indígenas de Borriobula-Gha mientras sus hijos se mueren de hambre y su hija mayor languidece escribiendo los cientos de cartas humanitarias que su madre le dicta. No es mi caso. Deploro todas las muertes y me sobrecogen todas las tragedias. Pero siento más las mías y las de los míos.

Los sucesos de Londres me duelen más que otros porque afectan a una ciudad y una nación que respeto por su historia y amo por su literatura, su música y su cine. Nunca he tenido una sensación tan fuerte de que un sueño se hiciera realidad como cuando lo visité por primera vez -¡hace tantos años!- sintiendo a la vez la emoción del descubrimiento de lo nuevo y del regreso a un lugar propio, mío, conocido. Comprendo muy bien lo que sintió Helen Hanff cuando pudo visitar Londres tras soñarlo tantos años leyendo los libros que le remitían desde la librería del 84 de Charing Cross Road.

Razones subjetivas y emocionales aparte, estos ataques se han producido ante el Parlamento más longevo del mundo reunido con la presencia de la primera ministra, junto a la estatua de Churchill, frente a la abadía de Westminster y a pocos metros de Downing Street, símbolos de la democracia ininterrumpida más antigua de Europa, que por dos veces en el pasado siglo salvó al continente de sus demonios. Allí, en el que con o sin Brexit es uno de los símbolos mayores -si no el mayor- de las libertades democráticas europeas, un terrorista arrolló ayer a los peatones al subir su coche a la acera en el puente de Westminster, lanzando alguno al río por encima del pretil, se estrelló contra la verja del Parlamento y salió corriendo de él para penetrar en los jardines del Old Palace Yard, donde apuñaló a un policía. Cuando por fin fue abatido había dejado tras él tres muertos y 20 heridos, algunos de extrema gravedad. ¿Volveremos a oír que hay que aprender a convivir con esto, como si la muerte de los inocentes fuera el precio a pagar por la normalidad democrática?

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