¿Tiene la culpa Airbnb?

El uso es hotelero, aunque los edificios de apartamentos carezcan de los demás servicios de un hotel

Cuando en 2008, se crea en California una compañía que tiene por objeto transformar cualquier vivienda del planeta en una plaza hotelera, sus fundadores no imaginaban el éxito de la idea. Sin una inversión en inmuebles ni en personal hotelero, el negocio se limita a la intermediación entre turistas y propietarios. En esencia, una agencia de viajes que solo vende alojamientos. Y los alojamientos ya estaban ahí. En principio, viviendas que sus propietarios ya comercializaban con alquileres de corta temporada, después, pisos a los que se les espera sacar más rentabilidad y, finalmente, promociones enteras destinadas al alquiler vacacional. Mediante carteles en la calle, anuncios en los periódicos o una agencia. Ahora, en la red. Pero una actividad compatible con el uso residencial siempre que cumpla con las condiciones que la normativa urbanística le exige. Otra cosa es que nadie podía pesar en 2011, cuando se aprobó el PGOU de Málaga y se redactaban o tantos otros, que lo que hasta ese momento había sido un uso más o menos puntual dentro de la trama urbana (residencial, industrial o de servicios) se convertiría en un uso generalizado en ciertas zonas, capaz de convertir en puntual el uso residencial en el que inicialmente se había implantado. Es en ese momento en el que surge el problema. Cuando la intensidad de una actividad que nadie había previsto como mayoritaria se dispara y los aspectos negativos que lleva asociada se multiplican.

En 2011 se nos podía escapar el alcance que tendría la ampliación de la oferta de alojamiento propiciada por un modelo de negocio con menos costes de explotación, una comercialización muy ágil y un transporte accesible y barato. En 2023 ya no tenemos excusa. El uso es hotelero, aunque los edificios de apartamentos carezcan de los demás servicios de un hotel. Se implanta en un suelo urbano consolidado con todos sus derechos, pero también con sus obligaciones. Y la ciudad debe de ser consciente de las cargas que origina en su gestión diaria, repercutiéndolas mediante una fiscalidad adecuada. En el Plan de Ordenación Urbanística de 1993, el uso de oficinas estaba imitado en el Centro Histórico para evitar su terciarización y la expulsión de la población. Lo mismo podría hacerse hoy con las viviendas turísticas. Lo que todavía nadie ha explicado es por qué un particular solo puede tener dos y una empresa gestora, todas las que quiera.

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