A falta de ideas populismo

Me temo que nuestra capacidad de asombro se irá agotando a medida que se aproximen las convocatorias de mayo

Cuando hay que suplir la falta de ideas y el discurso capaz de encandilar por el gesto vacío o la imagen impostada, mal camina el político, al que en esta era de la tecnología y la dictadura de las redes sociales concluye que incluso es rentable viralizar el ridículo. Sospecho que muchos dirigentes ya no saben qué hacer. Que la sorpresa a veces es la única que sirve los pocos segundos de gloria con los que atraerse la atención de un potencial elector. Y que el medio acaba por justificar el fin que se persigue.

Entiendo que el comportamiento del votante es ahora mismo un deseo inescrutable hasta para los sociólogos que más defienden la utilidad de la demoscopia. Y que en medio de esa zozobra, el experto en marketing de turno ponga a un candidato a convencer a una vaca, para transmitir cercanía a la población (se supone que a la rural) o le obligue a resbalar por un salón de plenos de un ayuntamiento para impedir puerta a puerta la entrada del nuevo Chiquilicuatre de la política española, como si se tratara de emular a un Superlópez sin poderes ni gracia alguna.

Difícil este 2019 de las tribulaciones, con la obligación de distinguirse como único mandamiento. Aunque el cuadro final de la composición sólo refleje patetismo. Es la hora del meme y del vídeo de consumo rápido que logre cuatro jas como respuesta. El mensaje de fácil digestión para un metabolismo intelectual al que se le atribuye incompatibilidad para reflexionar. Así que después de contemplar las últimas peripecias con que nos obsequian desde Waterloo a Málaga ejemplares de la política de toda condición e ideología, me temo que nuestra capacidad de asombro se irá agotando a medida que se aproximen las próximas convocatorias electorales de mayo.

Reírse de uno mismo está bien. Siempre que se sepa escoger el momento y el talento consiga al menos suscitar una sonrisa. A Francisco de la Torre le dijeron que carecía del carisma de su predecesora. Y desde entonces se ha embutido en chupas de motero, ha exhibido bañadores de moda para varias generaciones, se ha subido a grúas, camiones y todo tipo de autobuses, incluso alguno de combustible diesel. Se ha estampado con una bicicleta de competición y probado la miel del vértigo de los toboganes. Con la habilidad de convertir cualquier gesto de histrionismo en un clásico. Celia Villalobos sólo necesitaba darle intensidad a su timbre de voz por las ferias inmobiliarias de Barcelona, a finales de los 90, para que hasta los condes perdieran la compostura para acudir raudos a rendirle pleitesía. Hasta el serio alcalde Pedro Aparicio fue capaz de subirse a un car en plena campaña electoral. El populismo siempre ha existido y no está tan mal si lo complementa un cerebro con alguna idea.

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