Por fin libres

Quien pretenda clasificar a la población como a ganado seguirá saliendo escaldado

Se dice que no sabemos apreciar ciertas cosas hasta que las perdemos y una de ellas, sin duda, es la libertad. Porque nos referimos a ese derecho fundamental, imprescindible en democracia, que nos permite salir y entrar a cualquier hora del día o de la noche; que no limita nuestros movimientos por el mundo y que nos acerca al resto de las personas sin tener que contar exhaustivamente el número de acompañantes. Pero una dichosa pandemia y un eterno conflicto entre gobernantes han provocado que hayamos vivido el mayor periodo con toque de queda nocturno desde la guerra civil española. Por ello, ante esta recuperación de nuestros derechos civiles, no podemos más que enorgullecernos de ellos y exigir que nunca más vuelvan a ser limitados sin el control quincenal y parlamentario que exigen nuestras leyes.

Estas ansias de libertad han marcado muchos de los últimos acontecimientos en nuestro país. El referéndum en Madrid fue un claro ejemplo de elección entre dos modelos diferentes de sociedad, la que cree en el libre albedrío de los ciudadanos y la que cede sus designios a la voluntad del Estado. Porque, a pesar de habernos hecho creer que todo era pura confusión, sí que se plantearon muchos principios y sí que situaron a cada uno en su lugar correspondiente. Y hoy vemos los resultados: el conflicto, la ira y el rencor no convencen a nadie. Por eso todo aquel que pretenda clasificar a la población, como quien clasifica al ganado, en fascistas si no me apoyan y antifascistas si me siguen, seguirá saliendo escaldado. Esperemos que estos idealistas dicotómicos vayan desapareciendo progresivamente de las sociedades plurales, donde los valores y defectos están presentes en todos y cada uno de los partidos. Así lograremos que no nos engañen con que la economía y el trabajo sólo va bien con las derechas o sólo son verdes y ecologistas las izquierdas, mediante ese simplismo que algunos tratan de imponer a la política española.

Lo que no deja de sorprender es que haya políticos que piensen que las culpas de todas sus desastrosas decisiones son de los demás. Que dimita el secretario del PSOE de Madrid y no recoja el acta el candidato a la Comunidad son dos malas noticias. Y no se pueden ocultar adelantando las primarias andaluzas u ocultando al ganador de las elecciones catalanas para que se decida desde la cárcel su gobierno. El poder no se puede mantener a cualquier precio.

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