Mi colega Félix Godoy, que tiene la lengua como una espada toledana, removió días atrás el avispero en Twitter. Denunciaba, con toda la razón del mundo y litros de acidez, esa clasista costumbre allende Despeñaperros de dar un valor u otro al acento andaluz según contextos. Parece, al menos en algunas conciencias, que su uso debe ceñirse a bufonear; que solo merece vivir en la boca de un humorista hiperactivo, en la gracilidad de un camarero de chiringuito o hasta en el doblaje de una mascota (no os olvidéis que lo de Tico en Willy Fog es mucho más antiguo que lo de la Juani en Médico de Familia). Y que nanay de ceceos en la portavocía del gobierno o cargos de poder, que para eso es mucho más bonita la z al final de Madriz, aunque lo nuestro esté normalizado y lo de los mesetarios sea una falta de ortografía.

Vaya por delante que a mí me repelen los regionalismos, eso de parcelar trozos de una tierra a la que ninguno vinimos con derechos de título y que cuanto más compartida más rica nos hace. No seré yo quien mande a Andalucía a una guerra, ni siquiera dialéctica, contra Asturias, La Rioja o Cataluña. Puede que lo de pertenecer a una comunidad u otra sea como decorar la casa de manera rústica, minimalista o boho chic. Y no por no coincidir en gustos estilísticos vas a dejar a ir a casa de otros, ¿no? Pero sí que me toca las tildes esto del acento, de la fonofobia, que es enfermedad común entre señoritingos que aún conservan el precinto en el lomo y amargados que viven como si les hicieran una colonoscopia diaria.

El andaluz se debe preguntar si Jesús Aguirre está capacitado para ser consejero de Salud, no pelearse con quien rellena un programa de mofas a su manera de hablar. También debe entender que eso de exponer como escudo las referencias a Lorca, Quevedo o Picasso resultan anacrónicas, la historia ya habla por ellos y los deja en su pedestal. Hace tiempo que nos estamos defendiendo de mejores maneras, paseando nuestro habla de manera natural por los grandes focos. Manu Sánchez, Roberto Leal, Eva González o Bertín Osborne (aunque me enerve su machismo) han conquistado la caja tonta. Hasta Pablo Homo Motos tiene que valerse de la chispa del Monaguillo para no tener que recurrir a hacer audiencia con sus provocativos prejuicios.

Por eso no necesitamos que nos resuciten a Lola Flores (además, la Alhambra es mucho más faraona que la Cruzcampo, joé). Pero sí nos viene bien que lluevan los dedos señalando el "culillo" de Jesús Aguirre para recordar que aún nos queda mucho por hacer en esta guerra contra lo andaluz. Así que no es solo cuestión de defender nuestro acento porque sea un habla reconocida o una seña de identidad cultural. Conviene seguir llevándolo a gala porque funciona como infalible detector de feudalistas, misántropos, acomplejados, laístas y demás calaña que solo son capaces de sentirse señores intentando hacer esclavos a los demás. Y sepan una cosa: si a ustedes no les gusta mi acento, a mí no me gusta el tono con el que me hablan.

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