Quien parte y reparte

A diferencia de las últimas municipales, Ciudadanos ha pasado a ser decisivo en muchos ayuntamientos

Tras la más variopinta de las jornadas electorales municipales, de la historia de la actual democracia española, ha llegado la hora de los pactos. Y también el momento donde cada uno debe retratarse sobre cuales son sus socios preferentes. Para algunos votantes sus partidos responden adecuadamente a los programas que han defendido, y buscan con ahínco los parecidos más razonables, mientras otros van de sorpresa en sorpresa y provocan el deseo de volver a meter la papeleta en la urna. Pero eso es la ventaja de las elecciones, que hay que estar informado, analizar el pasado y ser coherente para no sufrir con el comportamiento de tus elegidos.

Evidentemente hay situaciones que pueden mover la balanza de forma global en el momento actual. La situación navarra, donde el PSOE debe decidir si gobierna con los constitucionalistas o con los correligionarios de Arnaldo Otegui, es trascendental. Solo el hecho de pensar que los socialistas tienen dudas aterroriza a cualquier persona que tenga corazón y recuerde lo que esos individuos hicieron. Pensar en los asesinatos, secuestros, barbaries y explosiones con las que nos abrían los telediarios son razón más que suficiente para evitarlos. Y por mucho que traten algunos de descalificar a otros como ultraderecha, para intentar justificar un pacto con Bildu, hay cosas incomparables y se espera de un discurso de mayor nivel por parte de los que un día fueron destino de sus atentados.

A diferencia de las últimas municipales, donde Ciudadanos pudo flirtear en algunos municipios de tamaño medio hasta con Podemos, ahora ha pasado a ser decisivo en muchas de las capitales principales. Y cada día se les ocurre una propuesta aún más enrevesada que la anterior. La irrupción de Emmanuel Macrón, de la mano de Pedro Sánchez, pudo parecer un golpe bajo pero cuando tanto Carmena como Gabilondo han confesado que se van si no gobiernan, se ha descubierto la verdad. Muchos de los que se dicen políticos no están dispuestos a ser oposición, y eso no es un simple chantaje a los votantes sino un reflejo de su ambición sin límites. Cabe esperar que algún día los partidos, al igual que hace Francia con su Escuela Nacional de Administración, formen a sus miembros en el bien común y en la responsabilidad de administrar un estado, para que no se convierta nuestra política en un gallinero donde "el balón es mío y, si no soy el que manda, no juega nadie".

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