Hace ya muchos siglos, Heráclito nos advirtió que todo fluía y quizás esta idea favoreció que se potenciara esa otra que identifica la vida con el cambio. Al margen de la polémica con Parménides y de lo que señalan algunas corrientes filosóficas sobre la realidad, lo cierto es que tales creencias parecen encajar bien con las experiencias y vivencias personales. Así, cuando miramos hacia atrás en nuestras vidas contemplamos que, en cuanto a preferencias u opiniones, algunas permanecen, más o menos, y que otras se han modificado bastante o, incluso, se han transformado radicalmente. Por eso, conviene poner fecha cuando analizamos algo de nuestro pasado y, para ser precisos, es procedente también tener en cuenta el ambiente y el contexto social de entonces; aplicable asimismo para los comportamientos habidos, pues las creencias juegan un papel relevante en ellos. Sin embargo, en los tiempos actuales se obvia esa conveniencia de datar. Cuando interesa lo que sea se coloca en presente como si no hubiese sido posible evolución alguna o mutación total; una táctica que se viene empleando con frecuencia en el terreno político. Un ejemplo al respecto es lo que le ha ocurrido a Rocío Ruiz, la reciente consejera de Igualdad, Políticas Sociales y Conciliación. En 2013, publicó un artículo muy crítico sobre la Semana Santa y los de Vox no han tardado nada en pedir su dimisión. Por su parte, sorprendentemente, Unidos Podemos la han tachado de clasista y de despreciar lo que es ser pueblo. ¡Lo que hace un granero de votos! A la vista de estas reacciones ella se ha lanzado a pedir disculpas, justificándose en su situación personal de entonces; lo que evidencia la fragilidad del Ejecutivo andaluz. Pero en lo que había que reparar es en dos cosas. La primera es que en el ámbito personal cada cual puede pensar lo que quiera y sin imposición externa alguna acerca de temas religiosos o espirituales y, la segunda, que de lo que hay que estar pendientes de las personas que están en cargos institucionales es de sus decisiones y actuaciones, no de si les gusta o no tal o cual cosa o de si aprecia vanidades o rancio populismo en determinadas tradiciones. Con la salvaguarda de los límites éticos que haya que aplicar, en política se puede no compartir o no valorar algo y, no obstante, darle apoyo porque haya sectores sociales que están a favor de ese algo. Debe sobrarnos lo que la consejera opine de la Semana Santa, lo que debe importarnos es lo que haga en su función como tal.

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