Entre bambalinas

Una eterna espera

  • Ahora toca aprender de todos los que nos preceden y continuar la vida de hermandad en el seno de las corporaciones

María Santísima del Amparo.

María Santísima del Amparo. / LM Gómez Pozo (Málaga)

Se nos va la vida esperando y no nos damos cuenta. Luchamos por ir tachando recuadros en el calendario hasta llegar a ese momento en el que nos levantamos y podemos gritar a los cuatro vientos aquello de: ¡Ya es Domingo de Ramos! Pero ya pasó, y muchos llevan la cuenta exacta. Sí, quedan 348 días para que comience una nueva Semana Santa. Irremediablemente volvemos a caer en el error un año más, sin apenas darnos cuenta.

No es cuestión de esperar a que las horas y los minutos pasen anhelando e imaginando la mañana de palmas. Se trata de aprovechar, de vivir cada instante, de hacer que esa espera merezca verdaderamente la pena y sea fructífera. Porque las hermandades de Málaga no mueren ahora, continúan incansables en sus trabajos y labores de caridad. Quizás no tengan que preparar ninguna salida extraordinaria durante algún tiempo, pero las familias seguirán llamando a las puertas de las casas de hermandad para pedir un plato de comida, y hay que estar, ahora más que nunca.

Hay que nutrirse de todos los sabios consejos de aquellos que consiguieron levantar cada corporación, y que hoy siguen al pie del cañón. Porque llegará un momento en el que sus Sagrados Titulares los llamen para estar aún más cerca de Ellos. Todavía a uno se le encoge el corazón al pensar que Jesús Saborido será el primero que cada día visite a su Virgen del Amparo en la Iglesia de San Agustín, incluso con las puertas cerradas. Tiene ese privilegio, se lo ha ganado a pulso con su tesón, genialidad y valentía. ¿A qué esperar? Saborido nunca lo hizo, y su ciudad, su Semana Santa, y en particular su cofradía de Pollinica tienen mucho que agradecerle. Hoy vuelve a poner orden desde un lugar privilegiado, posiblemente a lomos de un pollino.

No hay que esperar. Las cofradías son todos esos corazones que palpitan por la devoción a unas Sagradas Imágenes, y siempre deben latir a compás y coordinados. Cada conversación en los templos, en la albacería, o en los despachos de cada corporación esconden la magia que perdura al paso de los años, incluso a una pandemia. Sus miradas cómplices y sus gestos son más fuertes que la presión que ejercen en sus rostros las mascarillas. Sus enseñanzas son verdaderas lecciones de vida, muchos de ellos sueñan con volver a lo que fuimos antes de esta pesadilla. Y claro que volveremos, nunca nos fuimos.

No hay que esperar. Porque al fin y al cabo siempre volverá a ser Domingo de Ramos, y María Santísima del Amparo siempre avanzará empujada por el eterno corazón de Jesús Saborido. Él no vivió en una eterna espera, lo hizo en una bendita locura morada y verde, que cada año comenzaba con el revoloteo de las palmas agitadas por la chiquillería hebrea, y siempre con la banda sinfónica de ‘Entrando en Jerusalén’ de fondo. Descanse en paz, maestro.

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