Unicaja 68 - Real Madrid 95

Una derrota y una semilla

  • El Unicaja no puede competir con un Real Madrid inabordable y cae por amplio margen l

  • Se sembró, no obstante, para construir algo importante a raíz de esta Copa

Antonio Martín consuela a Carlos Suárez.

Antonio Martín consuela a Carlos Suárez. / Javier Albiñana

La diferencia en el marcador hace daño a la vista en una final, es innegable. Frustra y cuesta digerirla. El Real Madrid pulverizó al Unicaja. Para vencer en un partido ante tamaño transatlántico deben converger un tremendo acierto propio y un día sin musas enfrente. No sucedieron ninguna de las cosas. El Unicaja fue digno pese al marcador, en el esfuerzo mientras le llegó la gasolina de un equipo. No tuvo acierto ofensivo. El rival tuvo una tarde esplendorosa, con un Jaycee Carroll que apura sus últimos días en el Madrid ofreciendo su eterno clínic de tiro. El Unicaja hizo cosquillas en el primer tiempo mientras Campazzo no estuvo en la pista. Cuando volvió el argentino, adiós.

Se acabó una Copa que, no obstante, ha sembrado una semilla. Se han vivido momentos muy emotivos para el Unicaja y su afición, que han soñado con un título por un momento, con la posibilidad de pasearse con los mejores. Una comunión extraordinaria. La victoria ante la revelación de la temporada y el baloncesto tremendo que se vio contra el MoraBanc son brotes verdes, marcan una senda. El Real Madrid dio un bofetón de realidad. El Unicaja tiene un núcleo de nacionales muy interesante para crecer en los próximos años, se han hecho cosas bien para coger impulso, pero hay que rodearlo de jugadores de mejor nivel. No obstante, la Copa era un sueño por la inmediatez y por ver de cerca un título. Pero el solomillo de la temporada es la Eurocup, por lo que pasa la pervivencia entre los mejores del club. Es la Euroliga, que el Madrid hizo entender a qué nivel está ahora mismo, a la distancia que transita. Y para acercarse y volver a vivir estos momentos hay que crecer, no hay otro camino.

El Real Madrid marcó el territorio desde el inicio, comenzó en unos niveles inabordables de acierto. No era mala, al contrario, la defensa del Unicaja, pero el conjunto blanco tenía una puntería soberbia, sobre todo desde el triple. 30 de sus 43 puntos al descanso llegaron desde la línea de tres, con un 55% de tino. Cifras que convierten en un imposible competir. Seis jugadores distintos habían metido triples en ese momento del equipo blanco.

Cuando el marcador era 13-32 al comienzo del segundo cuarto, el panorama era negro, bastante oscuro. Pero el Unicaja negó de primeras el atropello. En ese vibrante grupo nacional que se ha creado como cuerpo de seguridad de los valores que se pretenden, Darío Brizuela fue esta vez quien cogió la bandera. En el primer cuarto fue Jaime Fernández el único que tuvo lucidez para anotar o asistir. Pero fue ahora el vasco, con el equipo más cerca de los 20 puntos de desventaja, quien creyó que se podía competir. Desplegó su catálogo de acciones, al tiempo plástico y punzante.

El Unicaja aprovechó la salida de Campazzo del campo para sentirse más cómodo y para que el Madrid tuviera un momento de duda. El argentino es, en estos momentos, el jugador más capital en el entramado de Pablo Laso, por momento de forma y madurez. Sin él y con ese chispazo de Brizuela, el Unicaja bajó de la frontera de los 10 puntos (26-35). “Vamos, me cago en la puta hostia”, se oía nítidamente el grito de Brizuela mientras miraba a la afición tras meter un dos más uno. Carácter vasco, sin duda. Llull, después de llamar al orden a los árbitros, veía correspondidas sus intenciones con dos faltitas.

Y es que le costaba al Unicaja anotar salvo ese paréntesis. A dos minutos del descanso, todo lo que fuera bajar de 10 puntos tras 20 minutos parecía bueno. Pero un triple de Taylor y otro de Campazzo, muy dañino, a siete segundos para el descanso tras una gran defensa, dejaba la renta en 15 puntos. La sensación era peligrosa para la competitividad del encuentro. El Unicaja había conseguido detener la hemorragia, pero eran 15 puntos de distancia (28-43) tras haber remado bastante y hacer las cosas bien.

La salida tras el paso del vestuario era clave para comprobar si podía haber partido. El 1/10 en triples cajista y el 10/18 blanco fotografiaban que, pese a los muchos y ricos matices que tiene este juego, anotar es lo que marca la diferencia en este deporte. La calidad blanca, pese a los denodados esfuerzos verdes, brotaba a chorros, en un nivel de lo que es, superélite europea. Tanto acierto impedía al Unicaja correr, generar alguna ventaja para anotar en transiciones cómodas. Después de dos canastas seguidas del Unicaja, Campazzo recibió una falta y tiró el balón al aro en casi posición acrobática. El dos más uno que simbolizaba que era imposible competir con tal capacidad de acierto del equipo blanco (36-59).

Tras la eliminación del Barcelona y tener algunos problemas ante el Bilbao, el equipo de Pablo Laso había olido la sangre. Y despellejó a dos rivales que son Top 5 en España, Valencia y Unicaja. Insaciable, el equipo blanco no dejó ni las migajas. Y convirtió en un show el resto del partido. Pasados los 30 puntos de renta blanca, sólo quedó aplaudir al campeón, el gran dominador del baloncesto español. Una derrota dura, pero, ampliando el foco, una semilla para crecer.

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