Málaga

Y seguimos siendo Málaga

  • Resulta casi enternecedor el modo en que esta bendita ciudad sigue agasajándose para celebrar lo mucho que se gusta a sí misma. El objetivo es exactamente el mismo del último medio siglo.

HE sido reticente al Facebook hasta hace muy poquito. Para divulgar mis labores periodísticas y consultar las de otros, consideraba que con el Twitter iba que chutaba. El maldito invento de Zuckerberg me parecía más bien una cuestión de chafardeo, una oportunidad más brindada a que le espíen a uno y, en última instancia, una pérdida de tiempo. Pero he aquí que finalmente decidí hacerme una cuenta para tirar por la borda el poco libre que me quedaba. Y, bueno, parece que hasta ahora no he puesto por ahí nada que haya podido ofender a los señores que seguro examinan todo lo que escribo, ni nada que pueda hacerme pasar por traficante de boniatos. La cuestión es que, poco a poco, he ido descubriendo las utilidades de la red social, que algunas tiene. Hace cosa de una semana lancé una patochada sobre el dichoso vídeo Somos de Málaga. Somos Málaga, ya saben, el spot donde cincuenta malagueños famosos aparecen promocionando los rincones más turísticos de la ciudad y que se presentó hace unos días en una gala celebrada en el Cine Albéniz. Pues bien, resulta que el amigo Gonzalo Cano, teatrero mayor del reino, recogió el cable y me mandó otro vídeo no menos revelador: una producción del NO-DO del año 1972 en la que se ensalzan las virtudes de la Costa del Sol como lugar óptimo para las vacaciones del español medio de la época (no se lo pierdan, búsquenlo en la web de RTVE y disfruten). Se trata de otro spot larguísimo, de 23 minutos de duración, para el que, en lugar de la mera exposición de famosetes, los productores optaron por un hilo narrativo, así que todo tiene una apariencia de mediometraje sazonado con impagables estampas de la época. Los verdaderos protagonistas son un matrimonio que busca, por supuesto, un rincón para fugarse de veraneo. El problema es que ambos presentan requerimientos distintos: ella sueña con pasar unos días en una mansión opípara, o en su defecto en un hotelito de lujo, rodeada de paz y tranquilidad, donde pueda darse sus paseos, tomar el sol e ir por ahí en plan franciscano recogiendo flores como se supone que haría Deborah Kerr (literalmente: la propia actriz aparece para corroborarlo). A él, sin embargo, le van las emociones fuertes, como, atención, a El Cordobés; y de inmediato aparece el torero acribillando a balazos a un pobre pájaro hasta que finalmente lo derriba (se trata de matar algún bicho, de una manera u otra). La solución para ambos es blanca y en botella: en la Costa del Sol ella podrá relajarse y él darse la aventura padre. Tras un moderno viaje en avión, prensa incluida, comienza el desfile de postales: pueblos blancos, campos de golf, pistas de tenis, flamenco, toros, bonitas fuentes con esculturas de lo más naif y, por supuesto, playas y piscinas con suecas tostándose en biquini. La producción, muy cuidada y eficaz en su labor comercial, delata lo inmensamente pobre que era la provincia de Málaga en aquellos años. Todo destila una elementalidad lastimera, una carencia sin matices de cualquier posible ilustración, la inexistencia de los más fundamentales servicios públicos y una determinante voluntad de atención a los señoritos que podían pagárselo. Los pocos nativos que salen en el vídeo comparecen como esclavitos dispuestos a no dar un ruido. El spot despierta, en fin, una pena que se destila sin atisbo de nostalgia. Aquella era la industria que habría de subir a Málaga al tren del desarrollo. Más pena todavía.

El posterior visionado del citado vídeo Somos de Málaga. Somos Málaga sorprende por cuanto las intenciones y las ideas son, fundamentalmente, las mismas. La diferencia es que ahora en Málaga tenemos famosos que pueden hacernos este trabajo. Este territorio ha engendrado incluso estrellas de Hollywood que pueden hacer las veces de Deborah Kerr para que todo quede en casa. Y esto, ya sabe, constituye para muchos un motivo de orgullo que además se vende de maravilla en todos los fitures habidos y por haber: ¿Quién no va a querer, acaso, dejarse los cuartos en el rincón más bonito qué del Mediterráneo, del mundo entero, donde además cabe la posibilidad de que un chef Michelin te sirva él mismo su plato o estrella o de compartir una cañita con tal cantante número uno o tal entrañable presentadora de televisión? Lo desolador es comprobar que, por lo demás, seguimos anclados en el mismo bache de 1972: todo consiste en dejar el escaparate lo más pulido posible para que el turismo venga a sacarnos las castañas del fuego, porque en estos cuarenta y tantos años ha quedado demostrado que no hay alternativa posible. Y quizá está bien que así sea. Eso sí, un servidor, y que Dios me perdone, tiene motivos muy distintos para amar esta ciudad y su provincia. Que los hay. Vaya que sí.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios