'Sordo' | Crítica

Leone a vista de dron

Una escena de 'Sordo'.

Una escena de 'Sordo'. / M. H.

Basada en la novela gráfica coescrita por David Muñoz (guionista para quien no lo recuerde de El espinazo del diablo), Sordo no oculta sus intenciones de ser un western situado en plena Guerra Civil. “¿Qué se cree que estamos haciendo? Cazar indios, soldado” clama el Capitán Bosch (Aitor Luna) para despejar dudas. El indio en cuestión no es otro que el sordo del título: Anselmo Rojas (Asier Etxeandía), un soldado republicano que pierde la capacidad de oír al realizar a destiempo la voladura de un puente.

Desde ese momento, el diseño de sonido toma casi tanto peso en la historia como la fotografía o el montaje. Rojas deambula por los bosques intentando encontrar comida y apoyo hasta su regreso al pueblo donde vive, y la dirección de Cortés-Cavanillas nos integra en su sordera a través de bruscas entradas y salidas de los diferentes planos de sonido. El efecto es tan logrado y atosigante, que estorba cruzárselo con una banda sonora que pretende ser épica y se hace más bien agotadora; trayendo a colación aquellas palabras de David Trueba que comparaba las bandas sonoras con “un guía del museo que hace aspavientos para señalar donde debes mirar”.

Pero el exceso de fanfarria no es el único hándicap de una cinta en la que casi todas las secuencias se extienden más de lo necesario, dando al traste con el ritmo que sí instauraba la novela. También las escenas de persecución o tiroteo ruegan por más producción, a veces resueltas en un par de planos y -eso sí- con varias tomas desde un dron.

La fotografía, por el contrario, sí mantiene el tipo durante todo el metraje y es capaz de seguir y defender los cambios de tono que sucesivamente va proponiendo la cinta: del western de Leone inicial, pasando por un drama de Malick y un final más cercano a Robin Hood, príncipe de los ladrones. Sin embargo, la odisea que vive Rojas no justifica el popurrí de estilos, y Sordo finalmente deja la sensación de contener una buena película de noventa minutos, camuflada en una simplemente aceptable de más de dos horas.

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