Calle Larios

Donde el extranjero es uno

  • Los vecinos del centro entonan su propio RIP mientras el modelo adoptado para la ciudad sigue su evolución según los planes previstos. Aquello del ‘exilio interior’ adquiere un nuevo sentido

Lamentos funerarios por la simbólica última vecina del centro. No es un cuento: es un diagnóstico.

Lamentos funerarios por la simbólica última vecina del centro. No es un cuento: es un diagnóstico. / Daniel Pérez / Efe (Málaga)

NOS encontramos con Miguel y con Loli en el Compás de la Victoria, y qué quieren que les diga: será porque uno es del barrio, pero si me preguntaran cuál es la calle más perita de Málaga me quedaría con ésta. Aprovechando que los niños estaban de excursión y salían más tarde del colegio estaban allí los dos a esta hora, tomando unas cervezas y unas tapas al fresco. Lucía un día espléndido, luminoso y cálido, con la temperatura perfecta bajo un cielo limpio y azul. Tras nuestro encuentro nos pusimos a hablar de esto y aquello. Desde donde estábamos se veían bien lustrosas las jacarandas del Jardín de los Monos, en plena floración, generosas a la hora de colorear el paisaje. Llamé la atención sobre lo bonito que asomaba el enclave, sobre la imagen tan apetecible de Málaga que se ofrecía a nuestros ojos; luego, una cosa llevó a la otra y reparamos en la condición fronteriza del mismo Jardín de los Monos, de límite reconocible a partir del cual, desde nuestra perspectiva, termina el barrio de la Victoria, aunque la calle se llame así, y empieza el centro, tan distinto, anónimo y desarraigado, sometido a leyes tan distintas. A partir de la calle Agua, en dirección a la Plaza de la Merced, y todo lo que se extiende más allá hasta la Alameda, resulta improbable encontrarse con gente como Miguel y Loli y pararte a hablar con ellos tan a gusto, sin tener la impresión de que estás entorpeciendo el paso y sin que las hordas de turistas te pasen por encima. En realidad, lo verdaderamente difícil es pararse en el centro, salvo que lo hagas en una tienda o en un restaurante: si no acudes dispuesto a gastar dinero, casi lo único a lo que puedes aspirar es a quitarte de en medio. El centro tiene otros atractivos, que conste. Y a mí de hecho me encanta el centro, sus contrastes, sus paradojas, los restos de su Historia y de sus historias, la posibilidad de estar aquí como si hubieses llegado de otra ciudad. Pero también se echa de menos, a veces, lo contrario: poder pasar por el centro como si estuvieras en Málaga, como si te reconocieras en las calles que pisas y las esquinas que doblas. Miguel, que es peluquero, nos contó que un cliente que vive en Cristo de la Epidemia rechaza, siempre que pueda permitírselo, traspasar en sus paseos la frontera del Jardín de los Monos: “A partir de ahí, el guiri es uno”, dice su cliente. Y tiene toda la razón. Un poco como en Soy leyenda, la novelita de terror de Richard Matheson en la que el protagonista solitario comprende que el monstruo es él mientras los vampiros que le amenazan cada noche son los legítimos oriundos, los nativos, los que son de aquí de toda la vida. Cuando Juan Cassá dice que prefiere un centro sin vecinos y convertido en una city londinense habrá quien lo interprete en clave de ciencia-ficción, pero no, únicamente está haciendo un diagnóstico del presente. De momento, el negocio va chupando de la teta inmobiliaria gracias a los apartamentos turísticos, y hasta que la burbuja estalle parece que le va bien. Mientras tanto, no hay nada que hacer: el guiri es uno.

Defender la actual explotación comercial del centro significa defender también que no todos los vecinos de Málaga tienen los mismos derechos

Los vecinos que quedan en el centro son conscientes de que también ellos son leyenda, guiris, intrusos, fenómenos extraños en un plan de mercantilización del corazón de Málaga que sigue su marcha según el plan previsto. Vivir aquí se ha convertido en otra forma de ejercer aquel exilio interior del que hablaron los adversos al régimen franquista a quienes, tras la Guerra Civil, se les dio la oportunidad de quedarse siempre que permanecieran calladitos y aceptaron. Pero dura, al menos, el derecho al pataleo, y por eso algunos protagonizaron el viernes una performance en la que venían a representar su propio funeral como vecinos del centro. De nuevo, la propuesta no obedece tanto a un mal presagio ni a una tentación distópica, sino a una sensata lectura de los acontecimientos. Porque lo cierto es que el plan ha salido a pedir de boca (si alguien creía de verdad que de la mercantilización íbamos a beneficiarnos todos, apañado iba), y de hecho muchos que por supuesto no viven en el centro aplauden la explotación comercial del mismo porque ha puesto a Málaga en el mapa y todo eso. No sé qué pensará esta gente cuando vea una jacaranda, pero defender la transformación del centro en la dirección vigente significa defender, primero, que no todos los vecinos de Málaga tienen los mismos derechos; y, segundo, que ningún malagueño tiene derecho a disfrutar del centro como si de una parte de su ciudad se tratara. Pues eso, el guiri es uno. Y mono el último.

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