Calle Larios

Los ojos de Medusa

  • El debate sobre las decisiones derivadas de la política municipal continúa su curso, pero a veces hay que mirar a donde menos se quiere

  • Y las razones encontradas son más dolorosas

Dejar la playa así es la consecuencia de una decisión que entraña la renuncia a todos los derechos correspondientes a la ciudadanía.

Dejar la playa así es la consecuencia de una decisión que entraña la renuncia a todos los derechos correspondientes a la ciudadanía. / Javier Albiñana (Málaga)

EL debate sobre la subida de sueldo de los concejales malagueños ha dado bastante de qué hablar, como se esperaba, con iguales dosis de argumentos a favor y en contra. A menudo, leyendo y escuchando opiniones al respecto, reparaba en el modo en que responsabilizamos al ejercicio de la política municipal tanto de los éxitos de la ciudad como de sus fracasos, lo que hasta cierto punto es lógico: nos pasamos el año, al menos los que nos dedicamos a esto de la prensa local, y no pocos de los que se sienten afectados en cualquier contexto, evaluando las decisiones, criticando los anuncios, dando cuenta de las intenciones, sometiendo a un determinado contexto tal declaración, tirando de hemeroteca para responder a aquella información. Vista esta costumbre desde cierta distancia, imagino que el paisaje resultante deja en manos de concejales y portavoces todo, absolutamente todo, lo que sucede en Málaga, bueno y malo. Y es cierto, claro, que si desde el ámbito político se dan todas las facilidades para que se construya en el Puerto un rascacielos que modificará para siempre el perfil de la ciudad, o si no se aplican medidas suficientes para garantizar la convivencia de vecinos y turistas en el centro de Málaga y en los barrios colindantes, la influencia que el poder político ejerce en la vida cotidiana, por acción o por omisión, es enorme. Sin embargo, a veces, y para ser justos, cuando se trata de establecer un diagnóstico respecto al estado de la ciudad hay que mirar para otro lado, por más que uno prefiriese no hacerlo. Porque no podemos, me temo, dejar en manos de la clase política toda la responsabilidad respecto a la incapacidad que Málaga ha demostrado y demuestra a la hora de superar determinados problemas, digamos, endémicos. Y si salimos con el cuento (con perdón) de que en una democracia representativa el poder político emana del pueblo, casi que peor me lo ponen. Porque eso a lo que hay que mirar es la gente. Los ciudadanos. Los que votan y los que no. Los que no tienen responsabilidades políticas pero sí cívicas. Porque resulta que, en el mismo juego democrático, aquí las responsabilidades son compartidas. Ya advertían los Golpes Bajos de que es mejor no mirar a los ojos de la gente, pero conviene hacerlo, aunque sea de vez en cuando, aunque corramos la misma suerte que si miráramos directamente a los ojos de Medusa. Porque si de responsabilidades compartidas se trata, me temo que aquí la calidad democrática es decididamente lamentable. ¿Conviene hablar de esto, aunque haya quien se ofenda, aunque haya entre los lectores quien se sienta aludido? Hacerse esta pregunta implica hacerse otra: ¿hasta qué punto estamos dispuestos a resolver los problemas que impiden a Málaga ser la que debería ser?

Como vecinos, habitantes y contribuyentes, únicamente podemos callar ante el próximo abuso de poder

Al ver las playas de Málaga en el amanecer del día de San Juan uno sólo podía sentirse, ciertamente, petrificado. Vaciado, sin esperanza. La noche anterior había visto a todas aquellas familias y grupos de amigos desplazarse masivamente hacia la Malagueta y la Misericordia con sus neveras y sus bártulos a cuestas, toda aquella gente anónima, la que te encuentras a diario en el bar y en el autobús. Y tanta otra gente, la misma, acaso otra, había decidido que no pasaba nada por dejar la playa hecha un vertedero, un verdadero asco. Tanta gente que podría haber recogido perfectamente su basura prefirió dejarla allí tirada, seguramente sin pensar, pues ya vendrán los de Limasa a limpiar, si esto es así todos los años. El problema, porque a lo mejor éste es el principal problema, es que si los ciudadanos optan por anular su responsabilidad y destruir lo que les corresponde están dejando correr todos sus derechos por la cañería. Como vecinos, habitantes y contribuyentes, únicamente podemos callar ante el próximo abuso de poder que se lleve por delante un bien patrimonial o una zona verde si nuestra acción cívica consiste en llenar la arena de basura a la espera de que el mar se la trague. Lo único a lo que podemos aspirar es a ejercer de patio trasero en Europa, de capricho para que el peor turismo posible se desahogue a gusto mientras les servimos las cervezas. Exactamente lo que tenemos. Sin derecho a réplica. Si alguna vez fue nuestro, lo hemos perdido.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios