Málaga

Malagueños en Ceuta: 1.000 baguettes para una crisis

  • Relatan cómo la ciudad se ha volcado con los migrantes repartiendo bocadillos y ropa: “Ha sido un auténtico drama”

Alicia G. levantaba el pie del acelerador a cada momento. Era todo un reto mantener una velocidad constante. A su paso encontraba “ríos de gente” cruzando la calle, deambulando entre la incertidumbre y el desasosiego, después de haber alcanzado a nado la costa española vadeando el espigón de la playa de El Tarajal. Empapados, sonrientes o exhaustos, habían salvado los 500 metros de mar que separan Marruecos de España. La ciudad autónoma, en palabras de esta malagueña afincada en Ceuta desde hace ya casi una década, ha vuelto a amanecer sumida en la calma que sigue a la tormenta, la misma que esta semana, en la vorágine de una crisis migratoria sin precedentes con la entrada masiva de más de 8.000 personas, ha vaciado colegios y cerrado comercios. “Ha sido un auténtico drama. Las calles estaban vacías, la gente intentaba no salir”, reconoce esta vecina.

Pero Ceuta no tardó en pasar del miedo a la solidaridad. La venta de pan se ha disparado en solo unos días para proporcionarles bocadillos a los cientos de menores que han accedido ilegalmente al país, muchos de ellos bajo la promesa de un plato de comida o incluso una vivienda. Alicia, que es empresaria, recuerda que un cliente llegó a comprar 1.000 baguettes repartidas en 28 cajas. Otros se las llevaban “de 100 en 100”. Hamburgueserías y locales de showarmas se han volcado con los migrantes. “Solo quieren comer, algunos piden dinero. Los vecinos han preparado muchísimos bocadillos y los han repartido desde sus coches. Y no solo comida, también les han dado ropa y zapatos porque muchos los perdieron en el mar y tenían la ropa mojada”, enfatiza esta malagueña.

Padres buscando a sus hijos en la frontera, menores engañados. La situación en Ceuta, acostumbrada al goteo intermitente de migrantes, que también han sido “criminalizados” se desbordó el lunes con la entrada masiva de miles de personas. “En Marruecos no ponían ningún freno, abrían puertas y todos pasaban. La marea estaba ese día muy baja y solo había que bordear el espigón o tirarse al agua y cruzar”, sostiene Alicia. El martes, España movilizó al Ejército para frenar esa oleada migratoria. Hasta la ciudad autónoma se desplazó entonces un equipo de Cruz Roja con voluntarios llegados desde Málaga, Sevilla, Córdoba, Granada y Algeciras para apoyar a sus homólogos. Javier de la Maza tiene 41 años y es uno de los cuatro malagueños que continúa prestando apoyo sanitario y, sobre todo, humanitario. “Los compañeros de Ceuta no daban a basto y hemos venido como refuerzo. Ellos han estado 3 ó 4 días sin dormir”, subraya al otro lado del teléfono.

Experiencias que "ensanchan el alma"

La suya está siendo una experiencia “que ensancha el alma”. “Cuando llegas a casa y te calmas, te sientes humano”, expresa. Las primeras horas de la crisis que la ciudad ha soportado “fueron las más duras”. “No se sabe realmente si cruzaron entre 7.000 y 10.000 personas. Te sobrepasa”, reconoce el voluntario. Pero lo más “impactante” está siendo asistir a “niños de 6 años en una situación de vulnerabilidad tan extrema”, con una infancia “muy dañada”. “Se les está atendiendo con toda la humanidad posible para que recuperen poco a poco la normalidad. Hay que trabajar mucho para cubrir sus necesidades”, afirma.

“Lo más impactante es ver a niños con una infancia tan dañada”, expresa un voluntario

El equipo de la ONG está dividido en tres grupos de 22 personas. Javier es el jefe coordinador, que se ocupa de los menores en el albergue de El Tarajal, donde estos permanecen. El drama que viven obliga a priorizar la atención en estos niños, algunos con problemas de salud. Los voluntarios les proporcionan alimentos y abrigo y también cuidan su higiene. En el exterior de esas instalaciones, la labor que desarrollan es aún más exigente. “Nos encontramos con una situación de emergencia esparcida en la ciudad. Organizar el operativo ha sido complicado”, cuenta el responsable del grupo.

Como a los rescatados en pateras después de viajes infernales en condiciones infrahumanas, también han ofrecido la primera asistencia a los que pisaron territorio ceutí. “Sabemos que el camino no es fácil. Muchos atraviesan descalzos la frontera”, remacha Javier. Las naves vacías que se han habilitado en El Tarajal son ahora el refugio de estos foráneos. Porque, apunta Alicia, los centros de menores “están saturadísimos”. “Duermen en estanterías, como pueden”, afirma la mujer. No todos han podido hacer realidad el sueño español. “Algunos se están volviendo a la frontera porque han visto que esto no era lo que se les había prometido”, añade. Y a renglón seguido recuerda algunas de las escenas que más le han impresionado. Dos menores pidiendo entre sollozos su regreso a Marruecos. Otro de ellos, de apenas 7 años, lloraba por volver a ver a su madre. Su caso tuvo un final feliz. “Los vecinos lo llevaron a la frontera y su país le dejó entrar”, relata Alicia.

Ceuta refleja estos días dos caras de una misma moneda: la de aquellos que, sin medios para subsistir, claman regresar a Marruecos y otros que, afanados en seguir probando suerte, esperan que no se les devuelva. El Ministerio del Interior cifra en unas 6.500 las personas que ya han regresado a su ciudad de origen, a la espera de una nueva oportunidad.

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