Málaga

Perseidas sin camisa y otras criaturas

  • Tras el estallido inicial del sábado, la Feria vivió ayer una jornada más tranquila en el centro, lo que contribuyó a subrayar los contrastes

  • El Real nocturno evocó a Chiquito de la Calzada

  • La fiesta también es memoria

Dos amigas que no deben haber cumplido los veinte se sientan en el suelo frente al escaparate de la Librería Rayuela, en la calle Beatas. "Estoy mu borracha, tía", confiesa la pelirroja antes de tumbarse del todo y cerrar los ojos. Hay charcos y botellas desperdigadas hasta el Muro de San Julián. Son las cuatro de la tarde y Málaga se fríe bajo un sol de justicia. En la calle Comedias, una charanga hace su agosto con Alaska y Rafaella Carrá mientras un grupo de jubilados baila por sevillanas con visible desorden y más guasa. Se abre la puerta de un bar y sale una pandilla de amigas con ganas de guerra, uniformadas convenientemente para exhibir su colección de tatuajes y con méritos suficientes como para pasar una tarde en la Factory de Andy Warhol, látigo en mano. Desde Uncibay llegan ecos de una batucada, pero Mitjana es un botellón descomunal que salta al unísono y brinca inconsciente como si todo el mundo estuviese a punto de morir. La calle Convalecientes hace honor a su nombre y no hay portal sin su correspondiente inválido por el alcohol: quienes no se han dormido aún se reparten entre los que reposan tras el vómito y los que bichean entre lágrimas en su teléfonos móviles, tal vez arrepentidos de alguna felonía. Cuatro tipos que casi no se tienen en pie y que llevan adosados penes de plástico a sus cabezas van haciendo eses cantando lolololo por una Santa Lucía en la que hay que andar con cuidado si llevas zapatos abiertos para no cortarte ni terminar empapado; una joven ataviada con un hiyab azul y que empuja un cochecito en el que duerme un niño se hace a un lado para evitar a los cafres, aunque el último de los zombis no deja de ondear un tambor de juguete roto y casi se lo estampa en la cara. En la calle Larios, la panda Raíces de los Mora prolonga furibunda su exorcismo verdialero al estilo Almogía, dándolo todo en el mismo tablao que luego ocuparán cinco borrachos pisotones mientras eructan la sintonía de Pippi Langstrump. En la Plaza de la Constitución continúa la música en directo de la mano de Encarni Navarro y el gentío se lo pasa en grande, a un lado, al otro, al centro, padentro. Una docena de mayores vestidos a la manera tradicional bailan manos al viento en Strachan y se lo pasan en grande sin perder el contagioso compás, tanto que el corrillo que jalea no para de crecer. En el Pasaje de Chinitas, dos hombres han emprendido una pelea a golpes y un agente de Policía mantiene a uno de los presuntos inmovilizado contra la pared. Con respecto al estallido inicial del sábado, la afluencia es considerablemente menor y se puede circular con más comodidad casi por cualquier calle; pero da la impresión de que quienes han venido a la Feria del Centro este domingo lo han hecho dispuestos a quemar todos los cartuchos disponibles bien pronto.

Los llamamientos a evitar la desagradable presencia de descamisados han caído un año más en saco roto. Desde La Marina a La Merced abundan pimpollos con el torso descubierto en un dudoso festival de tetillas, michelines y sobacos. La afirmación extendida de que casi todos los que caminan de esta guisa han llegado a Málaga desde más allá de Madrid hace honor a la verdad sólo en parte: el colega que ya ha debido cumplir los treinta y que se empeña en soplar una trompetilla atascada en Casapalma cubierto únicamente con un bañador habla entre bufido y bufido con sus amigotes con acento de, por lo menos, Portada Alta. Cuando ya han dado las ocho y los pocos elementos netamente feriantes que resisten a estas alturas han emprendido la retirada, el centro queda a merced de tales criaturas y todo fluye en un aroma agrio y pantanoso. La Plaza de Jerónimo Cuervo es una caterva playera de chanclas deslizantes y más descamisados con papeleras destrozadas y reguetón a toda pastilla mientras las botellas y plásticos continúan acumulándose en todas las esquinas. Como en años anteriores, el soportal del Teatro Cervantes es el urinario oficial de la Feria del Centro; o, mejor, empieza aquí y se prolonga hasta bien entrada Lagunillas, aunque los portales de Madre de Dios tampoco están exentos de algún regalito. Los vecinos se quejan de que Limasa no viene aquí a limpiar y denuncian que hasta el próximo domingo esto va a ser un infierno. El efluvio reforzado les da la razón. Seguramente esto explica que el Mercado de la Merced conserve su vacío fantasmagórico también en Feria, ya que apenas entran incautos por muy alta que pongan la música. En el Paseo del Parque, las paradas de la EMT están atestadas de usuarios que quieren ir al Real pero gran parte de los autobuses ya llegan aquí llenos. En los pies descalzos, las ojeras y los silencios abundan gestos de derrota, pero la promesa de seguir adelante con la fiesta es más poderosa.

En el Real de la Feria, conquistadas ya la liturgias de casetas y carricoches, la velada sigue su ritmo acostumbrado, una cadencia hipnótica en la que el tiempo parece transcurrir más lento. Los más pequeños sacian las ganas de atracciones mecánicas que han mantenido intactas desde hace un año, y es en sus miradas y risas donde más sentido tiene todo esto. Entre algodones de azúcar, tómbolas, pregones de comida rápida, puestos de bisutería y el jaleo reinante la Feria se reconcilia un tanto más con sí misma, como si la memoria encontrara acomodo entre lo disfrutado en la infancia y lo que hoy registran los sentidos. Cuando la noche instala definitivamente su reinado, el Auditorio Municipal acoge un homenaje a Chiquito de la Calzada en el que participan Manolo Sarria, Justo Gómez, Tomás García, Morta, Manolo Doña, Ángel Idígoras y Eduardo Bandera, y la memoria vuelve a ser aquí una cuestión fundamental: resulta difícil aceptar que Chiquito no va a estar más en la Feria, que habrá que disfrutarlo así, en plan tributo. Como tampoco volverá Roberto, mientras las muchas noches compartidas antaño con Tabletom se inscriben en el marco estricto del recuerdo merced a una programación musical que ha decidido convertir la música en anécdota. La Explanada de la Juventud se convierte en el nuevo botellón de la sesión golfa mientras dos DJ animan el cotarro con una voluntad digna del Capitán Ahab. En el orbe vuelan las Perseidas, pero el Cortijo de Torres es un foco de luz cegador a prueba de cuerpos celestes. Cabe encontrar, eso sí, un extraño remanso de paz en paralelo en la Feria del Mar del Muelle Uno: en el Artsenal, Esplendor brinda un concierto de impecable factura pop y brillante inspiración barrettiana a prueba de estridencias. Aquí la noria es otra, pero se puede conversar. Hay besos fugaces, secretos vertidos al oído. El magma de una ciudad despierta.

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