Málaga

Prodigios con la mano izquierda

  • Turistas alucinados, niños encantados, taxistas furiosos, danzantes frenéticos, jóvenes embriagados, feriantes irredentos

  • Aunque algo más relajado, el descomunal paisaje humano que es la Feria dio ayer de todo

  • O casi

De pronto, en la esquina de Granada y Santa Lucía, un tipo larguirucho como un poste, con camisa abrochada hasta los puños, bermudas con pinzas y ridículo sombrerito blanco, rompe la calma chicha y grita: "¡Viva el Betis!" Al instante es increpado por algunos, e incluso un malaguita canijo peinado a lo Cristiano Ronaldo se le encara con mala uva, pero la sangre, afortunadamente, no llega al río. A esta hora, en cualquier otro día del año, el respetable estaría buscando dónde darse un almuerzo, pero quienes llenan el centro sólo parecen tener hambre de Cartojal, así como de la distinta variedad de licores que empiezan a derramarse desde botellas rotas y bolsas de plástico. Eso sí, la afluencia es sensiblemente inferior a la del sábado, como corresponde, seguramente, a un domingo víspera de jornada laboral. En los apartamentos turísticos se percibe la liturgia del recambio, un ir y venir de maletas con ruedines entre los que se marchan y los que llegan, un primer hasta luego y un aquí estamos a liarla como Dios manda. En Pepa y Pepe corren platos de jamón y, qué diantre, al poco de un rato tampoco cabe un alfiler. Un pardillo descamisado lleva una muñeca hinchable, artilugio que parece haberse convertido en todo un trending esta feria. Se dedica a atizar con el globo a las mujeres que se cruzan en su camino, animado por un comparsa con la espalda despellejada. No tiene reparos en golpear lo mismo a muchachitas que a respetables señoras y hasta a niñas de ocho años, da lo mismo: el cacharro sexual está blandito y no hace daño, así que lo que pretende el tipo, incomprensiblemente lleno de alúas para la hora que es, es que le rían la gracia. Pues no crean: dos pavas vestidas de gitana se parten de risa y deciden hacerse una foto con el nota, que luce al seguro objeto de su único consuelo como un jabalí que acabase de cazar en Sierra Morena. Pero es el Día Internacional de los Zurdos, y cada uno hace con su mano izquierda lo que puede: no siempre se es Paul McCartney para tocar el bajo del otro lado. En la calle Alcazabilla, tres jóvenes británicas se hacen un lío de órdago con una vendedora ambulante que les explica cómo tienen que colocarse las peinetas que se acaban de comprar; las manipulan con las puntas de los dedos, como si se tratase de alguna tecnología extraterrestre, tipo Stalker, capaz de trepanarles el cráneo. Es ya la hora del té, y en la calle Cañón un pitingo de pacotilla baila a Cantores de Híspalis vestido de chaqueta a pleno sol. Hay pandas de verdiales en franca retirada, grupos rocieros empeñados en seguir atizando sus tambores con manos extenuadas, francotiradores que disfrutan arrojando sus rebujitos para empapar a todo el mundo y bebés que lloran como si la vida les fuese en ello. Las ambulancias se abren camino como pueden para atender los excesos etílicos que se reparten por la calle Larios y aledaños, cual recreación punible del bombardeo de Dresde. Tumbado en un portal de Especerías, un millennial del calibre doce que calza una cogorza monumental y saca la lengua como un mamífero deshidratado rinde cuántico homenaje al gato de Schrödinger: está vivo y muerto al mismo tiempo.

No hay taxis. En las paradas del centro nadie parece haberse enterado de la convocatoria de huelga. Hay familias que han optado por este medio para ir al Real ya caída la tarde y se quedan con un palmo de narices. "Pues el coche no nos lo llevamos, Jose, que luego te lías a beber y cualquiera vuelve", dice una madre con vestido blanco de gitana y peineta roja con su zagal a cuestas a su resignado barrigón que ríe de medio lado. En la parada del Jardín de los Monos, un gorrilla espontáneo que va a todas partes con su transistor a todo volumen informa a los peatones que los taxistas han liado el taco por la mañana en el Parque, que han tirado huevos y que están parando coches para ver si son del avifai ese raro. Así que lo más seguro es la EMT, pero las colas para subir al autobús competirían con las que se formaban en Toulouse para ver El último tango en París. A la misma hora todo debería haber terminado en el centro, pero nadie parece soñar con algo parecido al regreso a casa. Uncibay es el vertedero de costumbre antes de que se haga la noche: el tesón de Limasa tiene su frontera precisa en la Plaza de la Constitución, a partir de donde sale gratis hacer trizas una botella o emprenderla a sablazos contra el mobiliario urbano. En la Plaza de Jerónimo Cuervo han habilitado tres urinarios del todo impracticables, así que los meones se despachan a gusto en el soportal del Teatro Cervantes, a escasos metros de donde una legión de fervientes devoran sus pizzas y amontonan los cartones donde más cerca les pilla. En la estrechez de San Juan de Letrán cruzan sus caminos dos mozas que apenas se tienen en pie y avanzan a duras penas con el vaso de litro a medio llenar y dos chicas tocadas con sus hiyab que caminan a toda prisa mirando fijamente al suelo. Un senegalés vende relojes en la Plaza de la Merced y un biznagero coloca la última prenda de su mercancía en la mano de un chaval con tupé y polo rosa que pretende agasajar con los jazmines a una yoli ciega como una cuba. Una pandilla de varones saturados de hormonas, presidida por un descamisado que huele a agrio como para tumbar de espaldas al Coloso de Rodas, da tumbos y más tumbos en una tarima de la calle Salinas. Su mayor obsesión es que alguna representante del género femenino baile con ellos sevillanas, o algo parecido. No les faltan candidatas. Un matrimonio camina en dirección a calle Granada con toda la fatiga acumulada en cada paso y tira de un carrito en el que un bebé ronca como un lirón. Ella viste de flamenca y lleva acumulada en sus volantes el tizne de un siglo.

Con toda la paciencia del mundo, se puede llegar al Recinto Ferial en autobús o en coche particular. Pero la huelga de taxis se deja notar y hay cierto caos en las paradas de la EMT y los aparcamientos atestados: los responsables de ambos frentes ponen a prueba su resistencia para dejar contento a todo el mundo. Para el mequetrefe de apenas un metro de altura con flequillo a lo Alain Delon y con camiseta de Spiderman que está a punto de subirse al cochechoque con el que lleva soñando desde hace doce meses, lo de los taxis es un rollo sin importancia. A un tiro de piedra, la Explanada de la Juventud es otra vez el sequeral marciano en el que una multitud cafeínica espera la actuación de un figurón del rap tumbada en el descampado. En las casetas hay pescaíto, tortilla con pimientos y bocatas de lomo. A ver cómo volvemos a casa si no hay taxis, Jose. La gracia de un domingo que no acaba nunca.

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