Testigo de detenciones en La Corta
20 AÑOS DE 'MÁLAGA HOY' | HISTORIAS DE LA REDACCIÓN
Los que me habían convocado no querían que me marchase, veían en mí una especie de escudo
Málaga: De la electrónica a la IA
Las muchas horas
SUPONGO que por mi procedencia humilde siempre he encajado bien entre la gente más pobre y sencilla. Pero lo cierto es que pocas veces me he sentido más realizada en mi profesión que escuchando las historias de supervivencia de esa Málaga medio oculta, aislada en guetos marginales en los que casi nadie se atreve a entrar, varados en ese limbo de lunes al sol, de días de la marmota, de escasísimas posibilidades de mejora. En Los Asperones, en La Palmilla o en La Corta me han abierto sus casas, me han enseñado cómo viven y han querido invitarme, incluso, a un plato de puchero. En 2018 según me recuerda la hemeroteca, me llamaron los vecinos de La Corta. Se había producido un altercado días antes con cuatro policías acorralados y heridos leves.
Al parecer, la supuesta tardanza en la llegada de atención sanitaria a una casa provocó una pequeña revuelta que se cebó con la patrulla que había acompañado a la ambulancia. Eso puso a esta barriada en el punto de mira. Los registros, las denuncias y las multas se multiplicaron. Así que, con un criterio inteligente, quisieron que escribiera un reportaje para que no cayera por tierra el trabajo de los que habían luchado por dignificar La Corta y limar algunos de sus estigmas. Junto al presidente de la asociación de vecinos La Nueva Corta, volví a recorrer unas calles que ya conocía y que ese día estaban aparentemente tranquilas.
Anoté sus aclaraciones sobre lo que estaba pasando y quiso poner en valor el esfuerzo que educadores y voluntarios de la asociación Naim llevaban tiempo realizando. Nos reunimos con ellos en el centro social y charlamos sobre esa calma tensa que se vivía en esos momentos. Cuando ya iba a dar por terminada la entrevista, llegaron los gritos. Policías antidisturbios entraron en el barrio para detener a cuatro personas. Y madre mía la que se lio en cuestión de minutos. Salimos a la calle, vimos los uniformes y las armas, tan intimidatorios para mí, nos obligaron a replegarnos hacia la zona exterior, hacia la carretera, y fuimos testigos incómodos de entradas a la fuerza en domicilios, de persecuciones y carreras, de lamentos y traslados de los esposados.
El pastor evangélico de la comunidad intentaba apaciguar los nervios. Y yo allí, atrapada en medio de una película, con algo de miedo, no voy a negarlo. Los que me habían convocado no querían que me marchase, veían en mí una especie de escudo mágico para evitar que fuera a más, una testigo que podría narrar lo que consideraban una acción desproporcionada para darles la razón. Observé y luego escribí con la adrenalina aún en el cuerpo. Intenté ser justa, pero seguí colgada del lado más débil.
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