Calle Larios

La desigualdad en el mantel

  • Los indicadores de la recuperación tras la pandemia apuntan a un crecimiento sostenido en cada vez menos manos merced a una expulsión de la mayoría

  • ¿Y qué dice Málaga de esto?

En el balance de la desigualdad, los mejor parados son quienes están de paso.

En el balance de la desigualdad, los mejor parados son quienes están de paso. / Javier Albiñana (Málaga)

La consulta esporádica de los precios del alquiler de vivienda en Málaga ofrece a menudo conclusiones ilustrativas. Basta acudir a los portales inmobiliarios más populares para hacerse una idea fidedigna: cuando encuentras la posibilidad de alquilar un piso de cuarenta años de antigüedad con un baño y dos dormitorios en Fuente Olletas por novecientos euros, junto a otras ofertas similares lo mismo en San Andrés que en El Palo, comprendes, más o menos, por dónde van los tiros. Y los tiros van por los mismos senderos de los últimos años: en la afirmación de que una persona que ingrese un sueldo medio no va alcanzar a costearse un alquiler, por más empeño y ajuste que asuma. Mientras tanto, en el Salón Inmobiliario del Mediterráneo celebran que Málaga puede a ponerse a la cabeza del ranking nacional en cuanto a inversión en el sector, muy a pesar de la carestía de suelo y el consecuente encarecimiento del mismo. Sucede que mientras el empleado de turno ve reducidas sus posibilidades no ya de comprar, sino de alquilar, el comprador extranjero sigue viendo precios asequibles, por lo que ya no se contenta con una segunda residencia, sino que a menudo hace de ésta la primera. Y la lógica del mercado señala que mientras la inversión siga garantizada, aunque sea en menos manos, los precios van a continuar al alza por mucho que sean más los que se queden fuera del negocio. Cabe recordar que Málaga ha emprendido una campaña notable para promocionar sus atractivos con tal de que una nada desdeñable partida de trabajadores del sector tecnológico se instale en la ciudad en los próximos años, en paralelo a la inmediata llegada de las grandes firmas del sector con sus novedosas instalaciones. Si nos referimos a trabajadores procedentes de países cuyos salarios se sitúan en un nivel considerablemente más elevado que el que podemos contar aquí, y más aún en un ámbito tan pujante, resulta previsible que también ellos consideren aceptable el precio de los alquileres y, ya puestos, la adquisición des vivienda, lo que también permitirá sin remedio que los precios conserven su escalada y que el sector siga teniendo en Málaga a su ojito derecho. Es decir, tenemos un florecimiento económico en un negocio distribuido entre cada vez menos cabezas. Más allá del ámbito inmobiliario podemos contar otras muchas paradojas de este tipo, contrastes que ya se daban mucho antes de la pandemia pero que ahora han afilado sus efectos con consecuencias bien visibles. Por ejemplo: mientras Unicaja Banco fija en el 6,9% el crecimiento de la provincia de Málaga en 2021 (un nivel lejano aún del de 2019, pero en todo caso indicador de una recuperación efectiva tras la pandemia), un informe de la Fundación de Cajas de Ahorros indica que el porcentaje de población española en pobreza extrema pasó del 4,7% en 2019 al 7% en 2020. Es cierto que los indicadores de la pobreza son los últimos en registrar mejoras cuando se encarrila el crecimiento económico, pero también que, tal y como reflejan los informes anuales de entidades como Cáritas, el Covid ha venido a subrayar una tendencia que venía dándose desde el presunto fin de la crisis de 2008. Si aquella recuperación pasaba por dejar fuera a una población creciente, la que nos toca ahora no sólo reproduce el modelo sino que lo refuerza. Mientras por una parte hablamos de crecimiento, por otra hablamos de desigualdad. Y si se da la segunda, el primero no puede ser la buena noticia que se nos promete.

La autocomplacencia cabalga a lomos de la desigualdad: a ver qué sale de aquí

Y luego está la calle, el contexto meridiano en el que todas estas paradojas cobran sentido. Una calle en la que quienes lo han perdido todo ni siquiera tienen derecho al espacio, consagrado ya a la expansión turística como única razón de ser. Una calle en la que el espectáculo constante, la exposición mercantil de emociones primarias y encantos párvulos a toda hora, el hechizo perpetuo de lucecitas y escenarios tradicionales y modernos, acaparan toda la atención para que la manifestación de la desigualdad, mucho menos agradable, gris, fea y para colmo agitadora de conciencias, no venga a aguarle la fiesta a nadie, muy a pesar de que quienes duermen a la intemperie, piden unas monedas y acuden a los comedores sociales son hoy considerablemente más que hace dos años. En cualquier caso, no deja de llamar la atención el modo en que el debate sobre la desigualdad queda en el soslayo más vergonzoso: la Málaga efervescente, chispeante, muy cultural, avanzada y ensimismada ni siquiera se preocupa por dar oportunidades para hablar de ello. A lo mejor uno, que ya tiene una edad, echa de menos el tiempo en que la cultura, o al menos cierta cultura, asumía como principio la transformación social en clave igualitaria: los estandartes que se esgrimen hoy día son cada vez más sectarios y obedecen a intereses cada vez más particulares, pero la desigualdad más amplia, la que se percibe apenas salir del portal de casa, no concita, al parecer, tanta preocupación. Ya sabíamos que los gurús de la economía iban a encogerse de hombros, y ahora también ha quedado claro que la cultura va a lo suyo y que es mejor no molestar. En fin: la autocomplacencia cabalga a lomos de la desigualdad. A ver qué sale de aquí.

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