Yolanda tenía 32 años cuando fue abatida accidentalmente en un enfrentamiento armado entre dos jóvenes relacionado con la compraventa de un coche embargado. La Policía pactó con el entorno del autor su entrega para evitar altercados. Doce años después, la barriada de Palma-Palmilla, acostumbrada, denuncian los vecinos, al silbido de las balas, enterraba a Mateo, víctima de otro tiroteo en el que alguien vació el cargador de un AK-47 o Kalashnikov, el rifle de asalto que ahora sustituye a las escopetas de caza utilizadas antaño en la barriada.
La escena ya se había repetido hace justo un año, pero la vida de Conchi corrió mejor suerte. Varios disparos impactaron en su vivienda. Uno de ellos lo frenó el televisor. “Hace falta un plan de actuación y eliminar las armas de fuego”, apostilla un vecino, que quiere preservar el anonimato. Porque en el barrio “todos están controlados”. “Los que vivimos aquí sabemos quién tiene las armas y quién las vende. La Policía está al tanto. Todo el que vende droga tiene un arma en casa para defenderse”, recalca este residente, al tiempo que denuncia la ligereza con la que en Palma-Palmilla se accede a una pistola. Bastan unos 300 euros.
El entrevistado es miembro de una de las familias más poderosas del barrio, aunque asegura mantenerse alejado de cualquier actividad delictiva. Rehúsa que se hable de “clanes” para evitar “criminalizar a familias enteras” e insiste en que la violencia la protagoniza solo una “minoría”. “Parece que todos somos mafiosos. Los hay que tienen interés en que sus hijos vayan al colegio. Se dedican a buscar trabajo y no a la venta de droga”, resalta. La llama del conflicto, según su versión, la mantienen viva “cuatro niñatos protegidos por sus padres”.
También el director de la Asociación al Servicio de la Investigación y la Tecnología (ASIT), Tomás Pérez Benz, que lleva tres décadas trabajando en varios distritos para ayudar en la empleabilidad de los vecinos, denuncia que en Palma-Palmilla no ha habido “una apuesta decidida por erradicar las armas”, aunque matiza que no puede hablarse de “grandes arsenales” y que la mayoría “no tiene ni una escopeta de caza”.
El retrato de la barriada confeccionado por una fuente policial –especializada en la lucha contra la delincuencia en la zona norte– da buena cuenta de cómo se relacionan las bandas que se disputan el control del tráfico de drogas. “Cada clan es una familia. Muchos son miembros de las mismas, que se han ido expandiendo”, explica el investigador.
Palma-Palmilla, nacido como un barrio obrero, vivió momentos de decadencia que le han conferido un estigma difícil de mudar. Entre bloques altos de 13 plantas y casas mata hay censadas más de 35.000 personas. Ahora vive un escenario de cambio, con varias organizaciones que aspiran a ganar peso en el negocio del narco.
Hay “infinidad de clanes”. Además de Los Charros y Los Romualdos, que tradicionalmente han movido los hilos en la barriada, ahora también operan Los Puercos. Entre los primeros ya ha habido casamientos.“De cada familia surgen nuevas ramas, partidiarias de unos u otros”, apunta el policía. Los Charros, conocidos en sus inicios como Malandaos, son la “más estructurada y jerarquizada”. De ellos forman parte Los Puercos, a los que también se les llama Majalejos. Los Romualdos, antes en la cresta de la ola, se han debilitado a raíz de varios golpes policiales. “Están muy descabezados y muchos de los suyos siguen en prisión, pero aun así cuentan con un patriarca claro”, revela el investigador.
Zonas de influencia de los clanes delictivos
La calle Cabriel, que divide la zona de Huerta de la Palma y las 503 viviendas, es una de las áreas de influencia de Los Charros, el clan más numeroso repartido por varios puntos del distrito. En la plaza de los Verdiales –en La Palmilla– conviven varios miembros de Los Romualdos, mientras que en La Palma reside el grueso de Los Puercos. Un grupo reducido está presente en la zona del 26 de febrero y en La Virreina, junto a miembros de Los Charros y Los Romualdos. “No significa que esas calles estén controladas por ellos. Cualquiera puede pasar por ahí sin problemas”, advierten los vecinos.
Las refriegas entre las bandas rivales vienen de lejos. Ya en 2008, la Policía detuvo a siete personas por dos tiroteos entre Los Papafritas –otro de los grupos– y Los Romualdos como consecuencia de su lucha soterrada por el liderazgo del negocio de la droga. Las divergencias se recrudecieron tras la relación fallida de una joven de la otra familia con un miembro de ésta.
El experto constata que, por lo general, en el barrio se sacan las armas por temas sentimentales. Pero descarta que ese fuera el detonante del tiroteo que hace unas semanas se cobró la vida de Mateo cuando iba a asomarse a su ventana. Hay tres detenidos, del mismo clan, en prisión. El panorama se había tensado tras un apuñalamiento ocurrido en octubre y por el hecho de que las familias ya estén “más repartidas por muchas zonas”, sobre todo a raíz del desalojo del bloque 27 de calle Cabriel que, tras un incendio en 2018, ponía fin a la historia de un edificio marcado por sus irregularidades y nulas condiciones de habitabilidad. “Los Puercos están muy desterritorializados desde que no tienen su bloque”, destaca el agente.
Pese a ello, advierte que la lucha que libran los clanes delictivos desde hace años “no es una pelea a muerte”. Los últimos tiroteos sirven de pretexto a los delincuentes para dar falsos avisos. “Viven y trabajan juntos. Nunca se disparan entre ellos”, sostiene. La aspiración de muchos de ellos pasa por preservar su patrimonio a través del blanqueo. Algunos se dedican a la compraventa de coches. Otros lavan el dinero que ganan en los casinos.
Comentar
0 Comentarios
Más comentarios