balcón de notables. manuel arias maldonado. Profesor de Ciencia Política y ensayista

"La crisis ha provocado deseo de venganza contra las élites"

  • El profesor de Ciencia Política de la Universidad de Málaga señala que PP y PSOE renunciaron a una gran coalición para finalmente acabar en un acuerdo 'sotto voce'

Manuel Arias Maldonado (Málaga, 1974) repasa cómo el populismo dibuja el nuevo escenario político empujado por el fuego voraz de las redes sociales. Advierte de las debilidades de la democracia actual y de la oportunidad perdida de un pacto PP-PSOE. Profesor de Ciencia Política en la Universidad de Málaga, prepara la maleta para una estancia de tres meses en la New York University, donde trabajará en un libro sobre el antropoceno, la nueva era geológica caracterizada por el impacto del hombre sobre el medio ambiente. En noviembre, coincidiendo con la elección de Donald Trump, publicó La democracia sentimental (ed. Página Indómita). Además, se le puede seguir el pulso en el blog Torre del marfil, en Revista de libros.

-¿Preparado para llegar a un país gobernado por un tipo llamado Donald Trump?

-Por qué no. Es un sistema institucional muy denso con muchos contrapesos.

-¿Funcionarán?

-Los académicos en general creen que sí. Por ejemplo, para derogar el Obamacare hacen falta 60 votos en el Senado, pero los republicanos tienen 52, los tribunales han frenado las órdenes ejecutivas y el presupuesto encuentra resistencia en el sector republicano. La presidencia de Trump plantea además una cuestión interesante: determinar qué acciones son ilegítimas y qué decisiones nos disgustan pero tenemos que aceptarlas. Por ejemplo, el Brexit nos disgusta pero, ¿tiene derecho el pueblo británico a decidir que quiere salir de la Unión Europea? Sí. ¿Se equivocan quienes defienden la política proteccionista? Sí... Simultáneamente las democracias según se desenvuelven históricamente aprenden cosas. Sabemos que en las sociedades complejas hay que buscar delicados equilibrios entre libertad de expresión y libertad religiosa, seguridad y libertad de movimiento. Se genera un catálogo de certezas que podemos considerar dignas de ser preservadas. Claro, luego si tenemos un partido populista que llega al poder enarbolando unas determinadas banderas resulta difícil prohibirle que tome determinadas disposiciones.

-¿Por qué emerge el populismo?

-Principalmente por la crisis.

-¿No ha sido también la excusa para hacerse visible?

-No, la crisis ha sido un catalizador. ¿Antes de la crisis había partidos populistas? Sí, pero más localizados, tenían alrededor un cordón sanitario y no había riesgo de que gobernaran. La crisis es un shock externo que ha dejado una impresión muy fuerte en los ciudadanos, una especie de deseo de venganza contra las élites y un espíritu insurreccional de premiar al insurgente que han aprovechado los partidos populistas.

-¿La agenda populista ha sido asumida por los partidos tradicionales?

-Sí, claro. Hillary Clinton cambió su posición sobre los tratados de libre comercio porque Trump había generado una narrativa ganadora en ese terreno. Pasa igual con la inmigración. El discurso se endurece en países como Francia o Inglaterra. Lo que no está claro es cuál es la mejor estrategia contra el populismo si aislarlo o imitar una parte de su discurso para neutralizarlo. Se dice que Theresa May en Gran Bretaña adopta parte del discurso populista para frenar al UKIP y dejarlo sin discurso pero sin adoptar políticas extremas. Ya veremos qué pasa finalmente con el Brexit. También depende del sistema político porque el riesgo de que llegue un partido populista al poder no es el mismo en un sistema parlamentario como el español donde la formación de coaliciones antipopulistas es más probable.

-¿Está el sistema democrático en riesgo?

-No lo sabemos. Estamos acostumbrados en la Europa de la posguerra a que la democracia sea un valor muy estable y ahora vemos ciertos paralelismos con los años 30, aunque la democracia es mucho más fuerte entre otras cosa porque sabemos que las utopías colectivistas que provocaron el colapso de las democracias liberales no funcionan. ¿Esto quiere decir que la democracia está asegurada? Ni mucho menos. Además hay otro factor que influye en el ascenso de los populismos y es la revolución tecnológica.

-¿La automatización?

-Sí aunque aquí se da una paradoja interesante porque lamentamos la desaparición de empleos que harían bien en desaparecer, piensa en Chaplin en Tiempos modernos. No podemos lamentar ese progreso, sino tratar de paliar los efectos negativos que tendrá la transición para los trabajadores. Una de las conclusiones que se están extrayendo del ascenso de los populismos es aplicar a los blancos de clase trabajadora los principios de la corrección política que se han utilizado en el pasado con mujeres, inmigrantes y homosexuales. Es posible que se hayan sentido ofendidos por el tratamiento tan desdeñoso de las élites urbanas. Cuando hablaba de la revolución tecnológica me refería también al impacto de la digitalización de la conversación pública.

-Internet.

-Los medios tradicionales pierden fuerza que ganan las redes sociales y webs más o menos precarias, y el líder político tiene la posibilidad de comunicarse directamente con sus seguidores. Internet da más voz en las redes al que está más exaltado, lo que genera polarización entre distintos grupos y burbujas o cámaras de resonancia, es decir el ciudadano solo sigue a aquellos que están de acuerdo con él, lo que hace que esté menos dispuesto a asumir argumentos ajenos y a considerar hechos que desmienten sus creencias. Se crea una espiral de tremendismo, exageración y polarización que beneficia el discurso populista.

-Y aparecen posverdades, o sea mentiras.

-Me parece que posfactualismo es una etiqueta más correcta porque posverdad sería la falta de fe en la verdad y posfactualismo es la idea de que los hechos no influyen sobre las creencias y pierden valor persuasivo en el debate público. Esto tampoco es nuevo, pero la tecnología lo agrava por la fragmentación de la esfera pública, por la posibilidad de que los ciudadanos se encierren en burbujas informativas y reciban la información directamente del partido o el movimiento. Pasa con las fake news y conspiraciones. ¿Quién se las cree? El que está predispuesto a creérselas.

-¿El cuarto poder no existe ya?

-Está debilitado. Trump ganó contra los grandes periódicos.

-¿En este desconcierto, los medios tradicionales compran también la agenda de las redes?

-Me temo que sí. Se ve en la tiranía del clic y en los titulares cebo. Esta es una guerra equivocada. Una persona capaz de hacer clic en la primera estupidez que encuentra en Twitter o que pasa tres horas discutiendo sobre el error en la ceremonia de los Óscar no era un lector de periódicos y no es un lector perdido. Si vemos los índice de lectura de prensa, el ciudadano en general está más bien desinformado. Por eso abrazamos las ideologías, que simplifican la realidad y nos dan las decisiones hechas. En ese sentido las redes sociales son un problema porque degradan el debate público y los propios partidos que se ven obligados a combatir los estados de ánimo que generan. El peligro es crear un vínculo entre el debate público digital y las decisiones políticas. La democracia representativa es imprescindible para las sociedades complejas porque, entre otras cosas, el ciudadano carece de la capacidad para tomar decisiones complejas. Si un gobierno tuviera que hacer siempre lo que dicen los ciudadanos, nunca tomaría decisiones difíciles y, por desgracia, también son necesarias.

-¿Por qué en España no arraiga el populismo de ultraderecha?

-Por el franquismo. Cuarenta años de dictadura generan una reacción cultural que sesga nuestros valores políticos hacia el centro izquierda.

-¿Se podrá recuperar el PSOE?

-La respuesta corta es que sí, pero dependerá mucho de su evolución. Tiene un problema de liderazgo. Debe encontrar alguien inspirador capaz de aglutinar las diferentes sensibilidades y, por el momento, no parece que ninguno de los nombres que hay sobre la mesa pueda cumplir esa función. La cuestión es que PSOE y Podemos son ahora una pareja de baile porque ninguno puede gobernar por separado. Podemos probablemente se ha equivocado porque si quiere gobernar lo que ha hecho es convertirse en una especie de Izquierda Unida con músculo porque no solo no extrajo las lecciones adecuadas de la pérdida de un millón de votos en diciembre, sino que ha purgado al sector errejonista. Esto apunta a un Podemos callejero, activista, poco parlamentario e institucional. Podemos y el PSOE se darán cuenta tarde o temprano que solo entendiéndose pueden gobernar.

-Esta cuestión se paga con sangre en el PSOE.

-Para el PSOE también es difícil. Ha maleducado a sus votantes jugando a la demonización de la derecha y de las políticas liberales. Ha alimentado la sensación en el votante de que todo se podía solucionar gastando dinero sin rigor fiscal y ahora es difícil hacer el viaje de vuelta. De eso se aprovecha Pedro Sánchez, pero luego lees su programa y es todo vaguedades. El discurso tremendista de Podemos que en parte suscribe Sánchez en una España que crece al 3,2%, por mucha precariedad en el empleo que haya, que sigue habiéndola, tiene menos recorrido que hace cuatro años. Por eso defendí desde el principio una gran coalición PP-PSOE. Me parecía que era muy bueno para la cultura política española. Finalmente lo que tenemos un acuerdo sotto voce.

-La investidura de Rajoy, el acuerdo para renovar por cuotas el Tribunal Constitucional...

-Sí, pero no se trataba de eso. Se trataba de demostrar que PP y PSOE eran capaces de gobernar juntos y de neutralizar la demanda reformista de los partidos de la llamada nueva política. Porque si vas a gobernar como antes, la coalición de facto no tiene sentido.

-¿Qué hacemos con la Transición? ¿Mito o losa?

-Es hora de que maduremos respecto a la Transición, pero madurar significa conservar ese mito político como legitimación del sistema constitucional porque no tenemos otro capaz de aglutinar a mayorías amplias alrededor de esa sentimentalidad. Hay que asumir que la Transición es un logro extraordinario porque supone el paso pacífico de una dictadura capaz de disolverse a sí misma a una democracia, que a su vez generó un gobierno de 14 años socialista, pero por supuesto no podemos seguir viéndola como al dios de los cuentos.

-¿En Andalucía, definitivamente, no hay alternativa al PSOE?

-Hay una explicación histórica porque el PSOE es en buena medida el protagonista de la modernización de Andalucía que aunque no es lograda, tampoco es desdeñable. Luego puedes añadir el argumento de esa mitología andaluza de que aquí se vive muy bien y el hecho de que el andaluz, como en buena medida el español, tampoco quiere tanto cambio. Quiere quizás un cambio mágico que haga que las cosas vayan muy bien sin tener que hacer grandes sacrificios, pero para modernizar una sociedad hace falta un esfuerzo muy importante de su sociedad civil. Luego se puede explicar también por la debilidad histórica del PP andaluz, pero claro, ¿qué tipo de alternativa tendría que presentar el PP para ganar unas elecciones? Es difícil de determinar. En última instancia es la insuficiente voluntad del votante andaluz. En realidad más misterioso me parece que Podemos, PP y Ciudadanos teniendo mayoría en el Parlamento no presionen más.

-También por el apoyo dócil de Ciudadanos.

-Supongo que es porque no le hace mella en sus expectativas de voto esa placidez con la que gobierna una presidenta que tampoco parece demasiado interesada en gobernar. De hecho, no gobierna, y es ventajoso para ella porque si toma decisiones decepciona y si no lo hace, no pasa nada. De los presidentes de Andalucía, Susana Díaz ha sido la que con menor claridad o ninguna ha expresado una visión de lo que Andalucía puede o debe ser. Incluso el efímero Griñán expresó su proyecto en su discurso de investidura y Chaves hablaba de la segunda modernización, podemos poner todas las pegas que se quieran, pero había una visión. Ahora no la hay y tampoco parece que a los andaluces les moleste.

-Vive en la calle Larios de Málaga. ¿Cómo se vive en el centro?

-Con estrépito. Hay un claro peligro de barcelonización. No debería ser tan difícil llegar a un equilibrio entre los intereses turísticos más ligados a la restauración, los festejos y la conservación del centro como un lugar donde se pueda vivir, porque si echas a todo el mundo al final se convierte en un espacio vacío y es contraproducente. Estamos a tiempo de revertir esa tendencia, pero hace falta voluntad política. Entiendo que el populismo municipal es muy socorrido por ejemplo con la iluminación de Navidad, del carnaval y la fiesta permanente, pero creo también que las instituciones públicas están obligadas a tener mejor gusto que sus ciudadanos. No pueden dedicarse a alimentar las peores tendencias de la ciudadanía.

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