Más inútil que las jacarandas

Calle Larios

Ahí están, como si nada fuese con ellas, sin más intención que devolver los colores a la estación correspondiente, sin posibilidad de cambiar ni de adaptarse a nuestro criterio y por ello, precisamente, necesarias

Málaga y el Rey Pescador

Las jacarandas no son tecnológicas, turísticas ni culturales: no sirven para nada.
Las jacarandas no son tecnológicas, turísticas ni culturales: no sirven para nada. / Javier Albiñana

Málaga/Por alguna melancolía absurda, tal vez alguna pedrá insistente, siento la necesidad de escribir sobre las jacarandas cada vez que florecen. En Málaga, estos árboles constituyen, ya saben, una anomalía exótica y sin embargo ya bien arraigada. Soy consciente, al mismo tiempo, de que ponerme a escribir sobre esto, además de constituir una fenomenal pérdida de tiempo, implica la entrega por mi parte a un berenjenal poco amable: hay a quienes las jacarandas les gustan mucho, celebran sus colores, las fotografían para dejar constancia en Instagram, todo eso; hay, por el contrario, quienes las detestan, quienes se quejan de que lo ponen todo perdido, de que ensucian los coches, de que no dan la sombra que debieran cuando debieran, de que sueltan una linfa resbaladiza y pegajosa que queda impregnada en el suelo como un peligro añadido, como si nuestras aceras no resbalaran ya lo suficiente. Y, bueno, si algo se nos da genial a los malagueños es establecer bandos, declararse a favor o en contra, abrir batallas a cuenta de los meses en los que se puede o no se puede comer espetos o los nombres supuestamente autóctonos con los que corresponde llamar a la niebla y a las tormentas. El encogimiento de hombros o el considerar que igual hay asuntos más importantes en los que invertir la atención se convierten a menudo, de hecho, en síntomas de antimalagueñismo y objeto de la consecuente sanción social. Creo, en todo caso, que el asunto de las jacarandas revela de alguna forma el modo en que entendemos la ciudad y cómo encajamos la pieza del medio ambiente en el conjunto. De entrada, no es descabellado afirmar que el puzle se nos da nada más que regular: los litigios e impedimentos puestos al desarrollo del Bosque Urbano se estudiarán en el futuro como, quizá, el más flagrante ejemplo del modo en que Málaga es capaz de torpedearse a sí misma. Pero vamos a lo que vamos.

El medio ambiente urbano nos recuerda que los ciudadanos somos otras piezas del puzle, no sus dueños

Si de escoger bando se trata, pues sí, qué le vamos a hacer: me gustan las jacarandas. Me gustan sus colores, me gusta cómo pintan el Jardín de los Monos y la Plaza de la Merced bajo el cielo claro de la primavera. Me gusta cómo filtran la luz en los atardeceres. No me gusta la suciedad que generan, pero, desde luego, no constituyen el principal problema de suciedad en mi barrio en ninguna época del año. Aunque hay algo por lo que me gustan mucho más: simplemente porque están ahí, florecen cuando tienen que florecer, hacen su trabajo cuando lo tienen que hacer y sin dar explicaciones, y listos. Llegado el momento, las jacarandas de Málaga volverán a regalar sus tonos pase lo que pase: haya fumata blanca o fumata negra, tengamos Exposición Internacional o no la tengamos, con universidades privadas o sin ellas, diga Teresa Porras lo que diga, por mucho que suba el precio de la vivienda, por más gente que se tenga que ir a vivir a otro sitio, por mucho que crezca la afluencia turística, gane el Málaga o pierda, se presente el alcalde a las próximas elecciones o no se presente, terminen las obras de peatonalización en Lagunillas o continúen otro año más, por más que siga viviendo gente en los Asperones en condiciones indignas, tengamos puentes-plaza o cualquier otro artefacto en el Guadalmedina, haya presupuestos o no los haya, nos vaya bien o nos vaya fatal las jacarandas seguirán floreciendo cuando les corresponda, cumpliendo su tarea con la más absoluta indiferencia hacia nosotros y nuestra gravísima existencia. Confieso que, precisamente por esto, las jacarandas entrañan para un servidor un modelo a imitar: no las podemos controlar, no podemos programarlas, no podemos hacer sus afeites menos pegajosos ni someterlas para que florezcan con otros colores en otras estaciones. Obedecen otras normas, no las nuestras. Ante nuestras preocupaciones y aspiraciones solo saben mostrar desinterés. Lo único que podemos hacer es cuidarlas o talarlas. Y, bueno, mejor será no dar ideas. Ya sabemos cómo se las gastan los responsables de turno.

Ante nuestras preocupaciones y aspiraciones solo saben mostrar desinterés. Lo único que podemos hacer es cuidarlas o talarlas

Tengo la sospecha de que, de alguna manera, hemos asimilado en Málaga que todo lo que tiene que ver con los elementos naturales de la ciudad obedece a nuestras decisiones o, para ser más exactos, a las decisiones del gobierno local. Y sí, ciertamente, un pleno municipal puede decidir si se plantan jacarandas, si se siembran tomates o si se ponen puestos de almendras en el espacio público. Pero, a partir de aquí, lo que pase con estos elementos no es cosa nuestra. No nos atañe, no es nuestra competencia. Y creo que es esta especie de insolencia, de descaro, lo que a no pocos malagueños les cuesta encajar. Para demasiada gente, creo, las jacarandas serían ideales si no fuesen tan pringosas ni perdieran sus adornos con tanto escándalo, del mismo modo en que los niños serían encantadores si no hicieran tanto ruido y las mascotas unos compañeros estupendos si carecieran de sistema digestivo. Pero, claro, ya no serían jacarandas. Para sorpresa de nadie, cualquier otro árbol acarrearía problemas de similar o distinta índole: los seres vivos interactúan sin remedio con su entorno y nunca falta quien interpreta tales señales como una molestia. En su exuberante y nada discreto amor a Málaga, el malaguita medio entiende la ciudad como una construcción puesta a su servicio y, por tanto, a su capricho. La perfección de la que luego presume el malaguita en redes sociales y en la opinión pública, como mi Málaga no hay ninguna, se manifiesta siempre en términos de rentabilidad, de ejecución ejemplar, de aprovechamiento lógico, nunca por lo que naturalmente Málaga es. Pero el medio ambiente urbano sirve para recordarnos, entre otras cosas, que los ciudadanos somos otras piezas del puzle, no sus dueños. Y que lo que no se somete a nuestro criterio no siempre viene a deteriorar la marca, sino, vaya por Dios, a confirmar que la ciudad es una cosa y la marca otra. Es responsabilidad tanto de los ciudadanos como de las autoridades, eso sí, garantizar que la convivencia sea armoniosa; es decir, que si las jacarandas ensucian, se pongan en marcha los recursos necesarios para limpiar cuando sea preciso. Pero ni las jacarandas, ni los ficus, ni el río, ni cualquier otro elemento natural va a actuar como queramos cuando nosotros queramos. Hay quien encuentra en esto un inconveniente; otros, sin embargo, hallamos en esta evidencia un leve respiro al empeño continuado en hacer de Málaga una maquinaria eficaz, lucrativa, útil, previsible, provechosa y retributiva. Parafraseando a Cioran, solo una meta: ser más inútil que las jacarandas.

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